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Preguntas a la esfinge

(Intervención a propósito de la conversación -por Zoom- que mantuvimos con el artista chileno Alfredo Jaar, junto a Willy Kautz y Magda Khouri, en una plenaria del Congreso de FEPAL, el 21 de Setiembre de 2022)

I Cualquier analista está familiarizado -nunca mejor esta palabra- con Edipo. En la tragedia, como saben, el trasfondo consiste en que una peste letal asola a Tebas. A las puertas de la ciudad, un animal fabuloso, la esfinge, desafía con un acertijo a los forasteros. Pueden imaginar el destino de quienes no adivinaban. No era ningún final feliz.

Para mí Alfredo Jaar funciona como una esfinge, con su gesto adusto, el de alguien a quien el mundo le duele y que no tiene paciencia para ningún tipo de contemplación ni condescendencia, alguien a quien no conozco pero imagino implacable.

Sabemos que el análisis es una disciplina de las preguntas. Las preguntas suelen retornar en forma invertida, y nunca está claro quién las formula y quién es el destinatario. El arte también se ocupa de preguntas más que de respuestas, y ahí tenemos un territorio en común a explorar.

En la obra de AJ aparecen preguntas por donde uno mire: ¿Es usted feliz? ¿Puede el arte cambiar al mundo?¿Por qué no hay un museo en esta ciudad?

Entonces aquí se trata de las preguntas de Jaar y a Jaar. Y entonces voy con la primera, que es más bien una toma de partido de mi parte. No soy ingenuo, sé que muchas veces las preguntas implican tomas de posición, y no voy a abusar de Jaar esperando respuestas. En todo caso, me conformaría con que sirvieran de pie, como el que un extra le da al protagonista de una película para avanzar en un diálogo.

II Porque aquí no está solo Jaar, sino que hay un inquieto curador brasilero que habla un español envidiable -o uno mexicano que habla un portugués nativo, como prefieran-, está mi amiga Magda y las coordinadoras Sonia y Silvia, además de yo. Un curador, cuatro psicoanalistas y un artista. La suma algebraica debería favorecernos pero no: cada vez que hay un artista verdadero en un lugar, el espacio se muestra en su verdadera dimensión, se curva, y el artista se comporta como un planeta con mayor masa a cualquier otro. Entonces, si éste fuera un fragmento de mapa del cielo, la presencia de Jaar aquí sería un centro gravitatorio: en torno a él orbitamos los demás.

III Entonces, el lugar que le doy a AJ es un lugar oracular, allí donde se dirigen las preguntas no para que sean respondidas sino para que vuelvan reformuladas, de modo tan ambiguo como sea posible, para que sea uno quien trabaje para responderlas. Así funciona la interpretación psicoanalítica, así quizás funcione también el arte desde Duchamp. En tiempos del “Algoritmo de Delfos”, donde la Inteligencia Artificial pretende saber más de nosotros que nosotros mismos, no es poca cosa restablecer ese lugar oracular, que los artistas saben ocupar mejor que nadie.

IV Hay una nefasta tradición psicoanalítica, que por suerte queda cada vez más atrás, que es la del psicoanálisis aplicado (a la obra, o incluso a la biografía del artista). Siempre he intentado correrme de eso, pero no está mal contar aquí con un reaseguro extra: la presencia del artista mismo en el espacio curvo de este panel. Mirando a la esfinge y el modo en que nos mira, nadie osaría aquí interpretarle nada. Y está muy bien que sea así.

V Me interesa el lugar del artista, un lugar complejo, difícil aun para aquellos que gozan del reconocimiento bien ganado. Es un lugar siempre al filo del abismo. Tres ideas me vienen en mente para pensar ese lugar, que le propongo a Jaar para que las acribille, incluso las desmienta si es preciso: a) el lugar del artista como avanzada de la especie, b) el lugar del artista como antena de la especie, como decía Ezra Pound, c) el lugar del artista isomórfico al del rosal en la cabecera de un viñedo, donde la belleza tiene un precio, poner el cuerpo, soportar las pestes antes para salvar así al viñedo.

Y hay una cuarta posición, que creo que tiene mucho que ver con el modo de Jaar de habitar el mundo.

VI Y es el de cierta extranjería, la posición del outsider -un tema que me interesa mucho y tiene que ver con el lugar del analista también- pues me da la impresión que solo con incomodidad AJ se identifica como artista profesional. Suele decir que es un arquitecto que hace arte, que es toda una toma de posición, porque incluye la posibilidad de mirar de afuera, al sesgo, de nunca identificarse del todo con un lugar, incluso en términos geográficos. Por algo, siendo latinoamericano hasta la médula tanto en su modo de hablar como en la marca de su obra como en sus preocupaciones, ha elegido residir en NY, ese lugar que quizás sea el menos estadounidense de todos, ese lugar que es de todos y de nadie, la capital de ninguna parte.

Encontré una frase suya que me parece encantadora, en esta línea: “Nos paseamos por el mundo como extranjeros, haciéndole proposiciones insólitas a personas extrañas. A esta curiosa actividad la llamamos arte”. Esa definición tiene además una particularidad: si reemplazamos la palabra “arte” por la palabra “psicoanálisis”, funciona también.

VII Hace tiempo elegí como epígrafe de un texto el mismo título del encuentro de hoy, que es a la vez el elegido por AJ para un trabajo presentado en SP, y que es en su origen una idea de Gramsci: “El viejo mundo se está muriendo. El nuevo tarda en nacer. En este claroscuro aparecen los monstruos”.

Esta época que nos toca, atroz y al mismo tiempo interesante en el sentido de aquella vieja maldición china, es un tiempo de catástrofe climática y migratoria, de desigualdad estructural que el capitalismo naturaliza, y surgen nuevas amenazas -liderazgos autoritarios, guerras renovadas, pestes inéditas- que quizás muestren una bisagra en la historia, de consecuencias impensadas aun.

Hay otra idea de Gramsci que cabe bien a AJ y es imprescindible en este tiempo, y es la propuesta de ser pesimista con la inteligencia, aunque optimista con la voluntad. ¿Qué espacio para el deseo -la forma en que los analistas entendemos la voluntad- en estos tiempos de catástrofes extraordinarias? ¿Pueden surgir no solo monstruos, sino promesas, en este tiempo?¿Qué distingue a este tiempo -nuestra contemporaneidad- de otros?

VIII Jaar afirma que el contexto es todo. Nosotros los analistas, a veces estamos tan pendientes del texto, que olvidamos el contexto. Es el contexto lo que torna necesario, creo, una geografía psicoanalítica.

En los proyectos que nos muestra, la geografía aparece a través de cuatro ciudades que determinan cuatro intervenciones: Montreal, Skoghall, Helsinki, Dallas.

Creo encontrar un hilo en común, de los varios posibles, y si resuena en mí es porque ésa es la función del artista, cuya obra nos interpreta a nosotros, como una intervención psicoanalítica que da en el blanco. Digo esto con mucha precaución -pues como les decía detesto el psicoanálisis aplicado al arte-, y si lo digo es porque hablo, más que del arte o del artista, de lo que el arte hace con nosotros.

El hilo que me interesa destacar es el de hacer audible allí, en cuatro ciudades del llamado Primer Mundo, a los ausentes, a los extrañados. Se trate de los homeless invisibles, de museos inexistentes o de ciudadanos que ni siquiera saben de la existencia de museos, de los extranjeros que nunca existieron… el artista sale a cazar lo invisible para hacerlo visible sin el recurso habitual del fotógrafo que documenta catástrofes. Jaar sale a inventar lo invisible, construye una falta -el museo incendiado lo muestra claramente- allí donde parece no faltar nada, me parece. Y a través de las ficciones que construye, lo ausente aparece de un modo difícil de soslayar.

Más que ningún otro, me tocó el proyecto finlandés, quizás porque se une a algo de mi genealogía (siempre lo que nos interesa es porque nos interesa). Una vez escuché a Marcelo Viñar decir que la víscera más sensible de un expatriado es su pasaporte. Los pasaportes no entregados son como niños no nacidos -no los del proyecto de Dallas…Kertész escribió un kaddish sobre eso- y su destino de destrucción -primer requisito de la ciudad- no hace sino confirmar la imposibilidad de un espacio para lo extranjero que el artista (y creo también que el psicoanalista) tiene la obligación ética de encarnar. El segundo requisito -poner una valla invisible e infranqueable entre los pasaportes y el público- no hace más que subrayar en los pasaportes su carácter de oscuros objetos de deseo.

Al mismo tiempo, si esos pasaportes hubieran podido ser tocados, manipulados, llevados, se hubieran demostrado fake, tan de utilería como el dinero del Monopoly. El efecto de lo que sucede aquí es maravilloso, porque cada pasaporte de Jaar acaba convertido en un objeto misterioso, imposible, portador de eso que llamamos ágalma. Pero a la vez aparece en su irrisión más absoluta: exactamente igual a lo que sucede cuando los billetes del Monopoly muestran, llevándolo al extremo, el carácter ficticio de cualquier clase de billete.

La intervención de Jaar es entonces completada, aun antes que con el público -como el muchacho que lanza su pasaporte tras el vidrio- por el estado finlandés, que ratifica lo que el artista quiso mostrar, primero con la barrera y luego con la orden de destrucción.

Hoy supervisaba un caso que -quizás por tener que hablar aquí- me recordaba a la intervención de Jaar. El caso de una persona iraní que ha vivido en Londres y tiene un pasaporte canadiense. Se quejaba -haciendo el paralelismo con el transgénero- de padecer transnacionalismo. Y señalaba las tres colas de Heathrow y sus distintos ritmos. Describía su desgarro subjetivo en términos de nacionalidades contrapuestas. Plantear la pregunta por el pasaporte es plantear la pregunta por la identidad, que para el psicoanálisis también es de algún modo algo ficticio, un patchwork, ninguna esencia. La misma existencia de Finlandia como entidad nacional, como la de cualquier país, es una suerte de azar en la historia.

Allí veo fructífero el camino del arte junto al del psicoanálisis, hermanados en esa sospecha, en esa desconfianza visceral de todo nacionalismo, de toda identidad coagulada, en la asunción de la extranjería como la única nacionalidad verdadera.