Recuerdos de un psicoanalista de montaña
In memoriam Jorge Olagaray.
Nada surge ex nihilo. Las revistas tampoco. Y la simiente de esta revista tiene mucho que ver con una idea desgranada al pasar, unos cuantos años atrás, y que hoy retroactivamente cobra valor. Esa idea tenía mucho que ver con Jorge Olagaray y quizás eso justifique el espacio que hoy Con memoria y con deseo (casi un juego de lenguaje bioniano que sin duda le complacería) le dedica.
La idea pasajera que hizo las veces de posta recogida por nosotros era el anhelo de editar una revista del interior del país, una revista ambiciosa en la que el interior se revele moebianamente tan “exterior” como la metrópolis porteña. Esa idea, que debía ser sostenida por varias sociedades analíticas de provincia, no cuajó y entonces Córdoba la Docta tomó esa posta desatendida.
Jorge Olagaray fue uno de los pioneros en la Sociedad Psicoanalítica de Mendoza, primera institución de IPA del interior del país y primera también en desmantelar la antifreudiana exclusión de los no médicos de la formación analítica. Al final de sus días, se había alejado de la sociedad mendocina para integrarse al lugar desde donde nació el psicoanálisis en el país, la Asociación Psicoanalítica Argentina. Mientras tanto, ejercía su práctica a ambos lados de la cordillera y afianzaba sus vínculos con el psicoanálisis chileno a través de su integración a ICHPA.
Jorge, desarrollador del psicoanálisis en los terrenos áridos a ambos lados de Los Andes, podría haber sido el prototipo de un psicoanalista “de montaña” y quizás su tamaño y su terquedad tengan algo que ver con la geografía de su práctica. (Por nuestra parte, deberíamos preguntarnos quizás cómo influye la hondonada que es Córdoba, lugar de la nuestra, en la forma en que miramos el psicoanálisis). Este psiconalista montañés, recuerda José Rapela, tuvo un lugar a su lado –conversando, apoyando, compartiendo- tanto en la gestación de la APC como en el armado de una red de encuentros informales o institucionalizados (los congresos argentinos) que nutrían al psicoanálisis con el aporte libidinal de la amistad.
Jorge formaba parte, junto a sus entrañables amigos Samuel Zysman y José Rapela – el Chiche y el José- de una troika que encontraba en los derroteros del psicoanálisis y de la política cierta confluencia. Fue en el terreno institucional donde se desplegó su astucia de político nato que encontraba en una ética implacable tanto su justificación como su límite. Y así una profesión imposible, la de analizar, se encontraba con otra, la de conducir y también con la de enseñar, transmitir las minucias de la clínica a una generación de analistas. Hermanados en esa triple imposibilidad, los tres amigos se encontraban a leer y a discutir en distintas ciudades. A trabajar, sí, pero también a compartir los placeres sibaritas que tanto gustaban a Jorge -un hedonista ilustrado, al decir de Samuel Zysman- contribuyendo así, entre coloquios y copas, a dibujar el mapa del psicoanálisis argentino.
Y si el Chiche y el José eran una suerte de hermanos, también lo era en cierto modo, Horacio Etchegoyen, con quien la fraternidad se tornaba filiación. Jorge acompañó a Horacio, primer presidente latinoamericano de IPA, desde los años mendocinos hasta su gestión londinense, donde se encargó –lealtad a los amigos y a la causa analítica mediante- de que la trastienda del poder sea menos secreta y más democrática, como testimonia en la entrevista aparecida en el n° 6 de esta revista.
En relación a Docta, tuvo una personal cercanía desde el inicio y todavía recordamos su aliento incondicional, sus implacables evaluaciones desde el comité de lectura, su deseo de hablar más allá de cualquier conveniencia, sus consejos sabios, la asunción orgullosa de una voz audible con tonada cuyana.
Un puntano, mendocino por adopción, que hoy recuerda una revista cordobesa: quizás esa trashumancia sea típica de un “interior” que a menudo se abisma mirando desde abajo al puerto. No era ése el punto de vista de Jorge, quien peleaba mano a mano los espacios institucionales tanto en Londres como aquí mismo, con sus colegas porteños. En ese sentido Emilio Roca recuerda que, en las reuniones previas al primer congreso argentino, en medio de una disputa por el lugar de las asociaciones pequeñas frente a APA y APdeBA, Jorge invocaba los derechos de las hormigas, las del interior, frente las elefantiásicas porteñas. El representante de APA, avisado ya a esa altura de las habilidades negociadoras de Jorge, pudo decirle: no me vengas con lo de hormiguita vos, con ese tamaño… Y era cierto, con ese tamaño Jorge ayudó a que el espacio institucional del llamado interior en el psicoanálisis argentino no tenga que ver tan sólo con la demografía.
Un recordatorio póstumo siempre bordea el peligroso límite del pudor. ¿Cómo saber cuándo la confesión del afecto, el recuerdo del detalle, la transcripción póstuma de conversaciones que resuenan en los oídos se tornan un exceso? ¿cómo saber cuándo se avanza más allá de lo necesario vulnerando una historia íntima y singular, que conviene que permanezca en penumbras?
Quizás no haya manera de saberlo, pero decidimos correr ese riesgo e intentar convertir los recuerdos -siempre individuales- de un puñado de amigos en memoria (ese cielo de los que no creemos en el cielo, como decía Javier Cercas), esto es en tejido colectivo que puede más que la misma muerte.
Mariano Horenstein
(Esta nota se escribió gracias a los recuerdos escritos de tres psicoanalistas notables, colaboradores de Docta pero sobre todo entrañables amigos de Jorge: José Rapela, Samuel Zysman, Horacio Etchegoyen, a quienes les agradecemos particularmente).