Realidades & Ficciones I

Heródoto, Tucídides y el psicoanálisis.

         “No hago más que luchar siempre con la tensión entre  ficción y realidad para encontrar la verdad”. E. Vila-Matas                           

El campo de trabajo y reflexión de los psicoanalistas latinoamericanos, estimulado durante dos años por el encuentro que se realizará en setiembre en Buenos Aires, está tensionado, puesto a trabajar, a partir del par ficción/realidad. Por ese motivo elegimos el tema de los dos números de Calibánde este año. Los psicoanalistas hemos escrito mucho a partir de este par temático, especialmente cercano a nuestra extraña práctica, y hay mucho que decir allí desde todas las filiaciones teóricas a las que adscribimos. 

Aunque a veces hay que alejarse del propio campo para entenderlo mejor.

Procurémonos entonces algún extrañamiento inicial, apelando –abusando de cierto esquematismo- a dos protohistoriadores griegos: Heródoto y Tucídides. Heródoto, considerado el padre de la Historia, narró los estragos del encuentro entre Occidente, los griegos, y los “bárbaros”, el Imperio Persa, y de ese modo, a partir de sus crónicas de viaje donde recababa testimonios, se entrevistaba con testigos y asentaba leyendas, se ocupó de retratar a “lo Otro”. Construyó así el primer relato histórico formal, los nueve libros de su Historia. Los mismos están escritos en un estilo digresivo, donde lo anecdótico de las pequeñas historias se entrelaza con los grandes episodios de la gran Historia, donde se consignan tanto detalles de color como fechas y lugares, donde la fábula –ese otro nombre de la historia- encuentra un espacio junto a los hechos.

Su sucesor Tucídides, en cambio, narra la Guerra del Peloponeso, entre Atenas y Esparta, pero sobre todo –más allá del foco distinto de su tarea de historiador- realiza una fuerte crítica al método de Heródoto, postulándose a sí mismo como un historiador más objetivo, y por ende más científico, un observador que expurgaba a los relatos de su estofa novelesca y transcribía documentos y discursos de un modo científico. Desde su óptica, seguramente Heródoto era un charlatán y él un sabio y responsable hombre de ciencia.

Sin forzar demasiado las cosas, podríamos ubicar a Heródoto del lado de las ficciones, mientras que Tucídides se sentiría cómodo junto a las realidades.

Cabría conjeturar, por qué no, un campo psicoanalítico que -obligado a escoger entre una y otra y tensando la cuerda de los extremos- se deje tentar por entender la cura como la progresiva reducción de las ficciones que estructuran la vida del neurótico, a las realidades que lo esperan al final del camino. En otro extremo, podemos imaginar una fracción de psicoanalistas que imaginan que la ficción forma parte de la misma realidad, que no hay realidad sino ficcional y que en todo caso, aceptando esa cruda evidencia, se trata de poder desnudar en algo y, sobre todo, propender a un saber hacer mejor con esas ficciones.

Quizás lo único que hilvane la serie de excelentes textos que publicamos en Argumentos –la primera parte de los textos prepublicados del XXX Congreso Latinomericano- sea la imposibilidad de una distinción clara y precisa entre realidad y ficción.

De un modo u otro, todos esos agudos artículos nos acercan a pensar un psicoanálisis que, si es fiel a la verdad de su práctica, está más en la senda de Heródoto que de Tucídides, pese a lo que anhelaríamos o incluso pese a lo que nos convendría en tanto colectivo profesional.

Si nos sentimos algo incómodos dedicando nuestras vidas a un oficio inestable que le presta tanta o incluso más atención a las incoherencias del sueño que a las certezas del yo vígil, a los pequeños chismes que a las grandes declaraciones, a los detalles que a las panorámicas, cuyos historiales –como bien sabía Freud- se leen mejor como fábulas que como casuística científica… Si no nos acostumbramos del todo a habitar ese terreno de arenas movedizas y pocas certezas más que la fe en el inconciente y la confianza en un dispositivo tan simple como maravilloso, debiera confortarnos saber también lo que la moderna historiografía ha podido descubrir aún en el adalid de la objetividad histórica. 

Pues está claro el modo en que Heródoto trabajaba, bastante cercano a como lo hacía Freud: confiaba en lo que escuchaba sin someterlo a crítica ni filtro alguno, prestaba atención por igual a los productos de la imaginación como a la narración escueta de los hechos. Pero sucede también, contra todo pronóstico, que aquel Tucídides tan amante de las realidades como crítico de su antecesor, no parece haber estado del todo inmune al terreno ficcional. 

Hay algo de la máscara –científica avant la lettre– de Tucídides que cae cuando comienza a advertirse que –tras el esfuerzo por relatar sólo hechos y discursos, tras la puntillosidad en evitar distracciones y digresiones, tras la crítica de lo anecdótico y la precisión metodológica de la que hacía gala- sus escritos mostraban algunas sugerentes regularidades. Por ejemplo, los discursos que transcribía en su purismo objetivista, aún atribuidos a distintos sujetos, se parecían demasiado entre sí… y por ende se supone que a su autor. Y ante el pretendido relato exacto de los hechos inexcusables frente al maremágnumde informes contradictorios de Heródoto, hoy en día se advierte un cuidadoso trabajo de selección, de omisiones y cambios, de juicios subrepticios e interpretaciones que remitían a un punto de vista determinado políticamente y alineado con el poder.

En ese sentido, es evidente que hay una confianza de Heródoto en la ficción que no se encuentra quizás en Tucídides. Sin embargo, esto no acerca más ni menos al segundo a las complejas realidades que ambos pretende historiar. El deseo del historiadoraparece de un modo u otro. Y como lo ha planteado con claridad Michel De Certeau, historiador y psicoanalista[1], hay algo rechazado en el discurso científico que toma forma ficcional, de literatura. Y en ese sentido, la ficción no es extraña a lo real, y por el contrario puede estar –como quería Jeremy Bentham- más próxima a lo real que el discurso “objetivo”.  

El dinero como ficción.

Un ejemplo evidente de cómo una ficción puede tener efectos en la realidad, tanto simbólicos como imaginarios e incluso reales, es el del dinero.

Esos billetes  con los que nuestros analizantes nos pagan sesión a sesión, esos billetes más o menos limpios o arrugados que embolsamos día a día y con los cuales nos ganamos la vida los analistas, no son otra cosa que ficciones. 

En este número de Calibán, en Vórtice, intentamos desplegar de modo coral y plural algunos, sólo algunos de los puntos de vista a partir de los cuales podemos hablar de un tema del que, curiosamente, no se habla demasiado. No se habla demasiado en términos teóricos –en proporción a otros temas objeto de la discusión psicoanalítica- aunque sabemos del peso libidinal que ocupa en las curas, aunque nos reservamos el cobro en mano y personalmente de cada sesión, aunque nos referimos a él, siguiendo el sabio consejo freudiano, con la menor mojigatería posible. No se habla demasiado en términos teóricos aunque sí es frecuente motivo de conversación informal entre analistas que, como los integrantes de cualquier otra profesión liberal, nos encontramos obligados a intercambiar nuestro saber por metálico, o mejor dicho, por papel.

Eso con lo que nuestros pacientes nos pagan (aunque pagan también con mucho más que su dinero), es una ficción. Nada la encarna mejor que el dólar. Es en dólares, esa común medida, esa lingua francade las transacciones económicas, que hicimos una sucinta y sólo aproximativa comparación de honorarios en distintas ciudades, y es en dólares que se miden por lo general los ingresos y los gastos a lo largo no sólo de nuestra región sino del mundo entero. Las reservas soberanas de los países suelen estar “respaldadas” en dólares, como si hubiera una realidad más sólida –en divisas- para sostener nuestras a menudo endebles monedas nacionales. Las mismas divisas obtienen a su vez respaldo de bienes valorables y codiciados como el oro (aunque también han ocupado ese mismo lugar la plata, la sal, incluso el ganado). Así, una “ficción” como el papel moneda circulante aparece sustentándose en una aparente “realidad” como unas cuantas toneladas de oro en una bóveda que no por ocupar ese espacio real o ser un mineral precioso y escaso extraído de las entrañas de la tierra tiene menos valor ficcional.

Extremando aún más esta tensión entre realidad y ficción, es curioso e ilustrativo saber en qué consiste el respaldo de los dólares en el único país en donde se imprimen legalmente, los Estados Unidos. Más de un lector podría pensar que el respaldo es en monedas extranjeras, pero no es así. O podría pensarse en que lo respaldan sólidos lingotes de oro, pero tampoco es así. El respaldo de los dólares estadounidenses es… ninguno, o la sola confianza que genera el Tesoro de un país poderoso. Hace muchos años ya, desde 1971, que la Reserva Federal abandonó el respaldo en oro de la moneda que emite, extremando así el valor ficcional de los billetes verdes que muchas veces orientan nuestras vidas. Hay allí, tras esos pedazos de papel verde y sus sucedáneos –cheques, dinero electrónico, bonos o bitcoins– apenas disimulada, cierta nada.

Es eso lo que pone de manifiesto la obra de Cildo Meirelles, Zero Dollar, que ilustra estas líneas. Y también lo que el sugerente trabajo que Pablo Boneu –argentino trashumante residente en México- muestra a través de su Máquina para destruir dineroque dialoga con los textos de Vórtice.

Detrás de la máscara no hay nada.

Tomemos, nuevamente, a Heródoto y Tucídides como metáforas para pensar dos modos de aproximarnos a la realidad. Podríamos suponer que, para Tucídides, una selva de imaginerías enturbian el abordaje de la realidad, y le cabe entonces –al historiador, al analista- el trabajo de desmalezarla de toda contaminación ficcional, tras lo cual aparecería, desnuda y radiante, la realidad real. 

Heródoto en cambio, como lo imaginamos, no se preocuparía demasiado por eso, despreocupado acerca de si lo que le cuentan es verdad o no, lo anota. Le otorga así el mismo estatuto a la realidad que a la ficción y en ese sentido, no considera que haya una máscara que vele lo real que le competa arrancar.

Muchas veces, en nuestro trabajo, ayudamos a los sujetos en análisis a quitarse algunas máscaras… sólo para descubrir que aparecen otras. Nuestro oficio está más cerca de la idea de la máscara como lugar desde donde la verdad puede decirse –tal como se desprende de la entrevista a Juan Villoro que aparecerá en el próximo número de Calibán– que en la idea de la máscara como disfraz, como falsedad. No hay realidad sino enmascarada, ficcionalizada, y detrás de la máscara no cabe encontrar una realidad última sino esa nada que la ficción del dinero apenas vela, y que lo emparenta con el evanescente objeto que funciona como centro gravitacional de la práctica analítica.

Algo de esto parece señalarnos el artista guatemalteco Luis González Palma en la fotografía que aparece en la tapa de este número, y en la serie de fotografías que –algunas en soledad, otras junto a Graciela de Oliveira- aparecen en las retiraciones: lejos de cualquier apuesta realista, sus obras son verdaderas ficciones, inventos producidos para poder decir la verdad. 

Los artistas toman siempre un atajo para cernir esa verdad, que siempre se dice a medias, mestiza entre la imposibilidad de decirse del todo y el necesario ropaje ficcional, que nosotros intentamos aprehender con esfuerzo, paso a paso, en cada análisis.

El arte –como Heródoto- no diferencia demasiado a la realidad de la ficción, sabe que la realidad es ficcional tanto como la ficción es real. Picasso –de quien Lacan tomara la prescripción metodológica que tan bien nos sienta: encontrar, más que buscar- lo sabía bien cuando decía que “el arte es una mentira que nos hace ver la verdad[2]”.

El modo en que el psicoanálisis cambió al mundo.

Desde principios de este milenio, al cumplirse un siglo de la invención del psicoanálisis, se multiplican los encuentros que pivotean sobre los textos fundacionales de nuestra disciplina, tales como el texto inagural, La interpretación de los sueñosIntroducción del Narcisismo. Cabe esperar que los próximos veinte años nos dispongamos a releer otros tantos, de Más allá del Principio del PlacerConstrucciones del análisis. Siempre es oportuno releer a Freud, y siempre encontramos allí más de lo que fuimos a buscar. 

Por nuestra parte, no hemos permanecido ajenos a esa tentación y tanto este número de Calibán-RLPcomo el siguiente se harán eco de artículos freudianos apenas centenarios. Sólo que los tomaremos apenas como excusas para hincar el diente en nuestra contemporaneidad. Aprovecharemos algunas piedras de la cantera freudiana como incitaciones a producir, a pensar. 

En El Múltiple interés del psicoanálisis, artículo publicado en 1913 a pedido de una revista científica italiana, Scientia, donde Freud -quien contaba ya con las fundaciones de su doctrina y a la vez intentaba hacer ver al mundo su potencial- conjeturaba acerca de los posibles aportes a varias disciplinas. Lo que hemos hecho desde Calibánes recoger ese guante para evaluar, un siglo después, qué quedó de aquel proyecto freudiano, es decir cuánto de sus expectativas de transformar o al menos incidir en el mundo se cumplió y cuánto no. En qué medida el psicoanálisis ha transformado o influido en artes y ciencias tan diversas como la lingüística o la biología, la historia del arte o las sociología, la antropología o el derecho no es algo que podamos decir los psicoanalistas. No podemos pues el riesgo es quedarnos en discursos autocomplacientes donde creamos haber viajado a lugares donde apenas se nos reconoce; o a la inversa, donde podamos ignorar una huella fértil trazada por el descubrimiento del inconciente allí donde no nos lo imaginábamos. Por lo tanto, hemos convocado a prestigiosos intelectuales que irán desgajando, en nuestro dossier, la incidencia que el psicoanálisis ha tenido en sus respectivas disciplinas. 

En este número de Calibáncomenzamos por la Pedagogía, el Derecho, el Cine, la Literatura y la Arquitectura, con textos a cargo de extranjeros a nuestro campo –aunque por lo que veremos, no tanto- como el crítico de cine Roger Koza o la experta en educación Graciela Frigerio, ambos de Argentina, o la jurista canadiense Hélène Tessier o el conocido arquitecto y urbanista argentino pero afincado en Río de Janeiro, Jorge Jáuregui o la literata paulista Judith Rosenbaum. Y esto apenas para empezar, pues iremos trazando, a partir de éste y también en el próximo número, un panorama que muestre el modo en que el psicoanálisis ha cambiado –quizás- al mundo en este último siglo.

El relato real.

En El Extranjero, el escritor -argentino residente en Montevideo- Elvio Gandolfo aborda la misma temática que los autores de Argumentosy escribe –desde el lugar de quien se gana la vida pergeñando ficciones- un encantador ensayo sobre la forma en que realidad y ficción se entrecruzan, sobre la imposibilidad de una verdadera diferenciación. 

Su texto se acomoda perfectamente a la sección que lo aloja, que tiene por función interpelarnos desde el exterior de la práctica analítica, para repensar lo que sucede al interior de la misma. Las peripecias de un escritor a la hora de construir sus personajes, el “peso de lo real” en sus referencias y los “ataques de ficción” que lo embargan, el afán de serle fiel y a la vez la necesidad de evitar hacer reconocible un personaje, acerca de un modo sorprendente al analista que escribe, y por ende construye, un caso clínico al escritor de ficción. 

Realidad y ficción funcionan más bien como en la figura topológica de la banda de Möebius: no hay discontinuidad allí y la realidad tal como la conocemos está tramada por el relato, y cualquier relato –Gandolfo lo demuestra bien- obtiene sus materiales de la cantera de la realidad. No hay realidad –para nosotros al menos- por fuera de la posibilidad de relatarla: un analizante en el diván relata su realidad refractada por su fantasma; tanto el sueño que eventualmente nos cuenta como las peripecias de su día o incluso el relato que nosotros mismos podemos hacer de una sesión al construirla como caso clínico, son relatos. 

Pero relatos reales, por citar el oxímoron con el que Javier Cercas ha cercadocon precisión a la crónica: relatos que son inventos, pero inventos que sostienen una apuesta ética, la de la fidelidad a lo real. Y en esa apuesta, por la vía del rodeo de la ficción, logran destilar algunas gotas de verdad que echamos de menos en los informes etnográficos, en las descripciones que apuntan a encastres tipológicos o en las desgrabaciones obsesivas por las que el cientificismo siente debilidad. Un historial clínico analítico, el de Dora o el del pequeño Hans o cualquiera de los que construimos a diario, son a su modo relatos reales, crónicas de ese viaje que hacemos con nuestros analizantes para ayudarlos a convertirse en lo que verdaderamente son.

El afán historizador atraviesa este número también de otro modo, al haber entrevistado a Elisábeth Roudinesco, responsable de algunos de las obras canónicas acerca de la historia de una disciplina que le da lugar a la historia como pocas. La entrevista que publicamos en Textuales la primera que hacemos en esa sección a alguien que es psicoanalista además de historiadora, y la primera hecha a alguien de fuera de Latinoamérica. Su perspectiva es doblemente valiosa pues a partir de la autoría, junto a Michel Plon, del Diccionario de Psicoanálisisy otros proyectos, tiene una amplitud de miras incomparable del estado del psicoanálisis en el mundo, manteniéndose además ajena a miradas que, por lealtad a una u otra institución, podrían empobrecer la lectura del conjunto. 

Como Roudinesco no se caracteriza precisamente por ser complaciente, podemos tomar en serio lo que asevera respecto al psicoanálisis de nuestra región y su potencia clínica, a menudo ignorada o incluso menospreciada en otras regiones.

En Fuera de Campo, publicamos, a tono con el particular modo que la clínica psicoanalítica exige para ser contada, el texto de una conferencia pronunciada por Joel Birman en Río de Janeiro, en una de las por suerte ya habituales presentaciones de Calibánque vienen suediéndose tanto en la Cidade Maravilhosa, como en Porto Alegre o San Pablo, en Buenos Aires o Córdoba, en Madrid, Montevideo, México D.F., Lima o Montréal. Allí lo que una vez fue un sueño –es decir una ficción- el de tener una revista latinoamericana que circule ampliamente, que encuentre sus lectores y nos haga conocernos entre nosotros y hacia fuera de nuestro continente, comienza a convertirse en una realidad.

En Clásica & Moderna, Marcelo Viñar pone al día a otro maestro latinoamericano que, para hacer honor a la extranjería siempre inherente al lugar del psicoanalista, nació en Francia: Willy Baranger.

Completa este número, además de nuestra Bitácorade viaje, con datos y lecturas sugeridas, una crónica sobre Buenos Aires, otra de nuestras Ciudades Invisibles–tan ficcional como real- en donde nos encontraremos los psicoanalistas latinoamericanos al final del invierno, para continuar la discusión a la que desde las páginas de Calibán, desde la apuesta deseante y comprometida de quienes trabajamos en ella, intentamos contribuir y estimular.


[1]De Certeau, Michel, Historia y psicoanálisis, Universidad Iberoamericana, México D.F., 2007, p. 21.

[2]Declaraciones hechas a Marius de Zayas en 1923, aparecidas en mayo de ese mismo año en la revista The Arts de Nueva York