Conversación con Siri Hustvedt: el psicoanálisis como una extraña forma de intimidad

Usted habla desde un lugar marginal, vive en la cosmopolita Nueva York, tiene un origen escandinavo, habla noruego, trabaja como escritora… El rol de extranjera que ha desempeñado ante el psicoanálisis puede ser el mejor lugar para observar, ¿no le parece?

Estoy completamente de acuerdo. A menudo he pensado qué ha significado para mí crecer entre dos idiomas, tener una madre noruega y un padre americano. Él también creció hablando noruego. Creo que dos idiomas permiten tener dos perspectivas diferentes porque las palabras delinean una cosa en un idioma que no necesariamente es delineada en el otro. Estoy segura de que a usted le pasa esto con el español y el inglés todo el tiempo, que reconoce cómo la percepción cambia de un idioma al otro. Y aunque nunca podría haber articulado esa división siendo niña, crecí con la sensación de aquí y allá. Tenía un allá que era Noruega. Y cuando estaba en Noruega tenía el otro allá, los Estados Unidos. Hay muchos escritores que, por una razón u otra, se encuentran en posición de outsider. Le escriben al otro, pero desde un punto de vista marginal. Yo creo que, definitivamente, tengo la sensación de estar siempre fuera de lugar, sí. Pero la marginalidad como perspectiva es a menudo más interesante que hacerle la corte al centro de las cosas.

Pero, ¿no le parece que estar situado al margen es, para un analista, más un rasgo estructural que un rasgo accidental? Como para los escritores…

Creo que depende de la cultura en la que el psicoanálisis tenga lugar. En los Estados Unidos, el pensamiento psicoanalítico freudiano fue adoptado con gusto. Desde los años 50 a los 70, los departamentos de psiquiatría estaban dominados por freudianos. En los 70, cuando aparecieron los medicamentos antipsicóticos de primera generación, hubo un cambio radical hacia lo que hoy se llama psiquiatría biológica. Tengo la sensación, sin embargo, de que otra vez soplan aires de cambio. Estoy terminando un libro titulado “The delusions of certainty” que trata de nuestras ideas sobre la mente en Occidente. En el libro soy crítica de la falta de bases filosóficas que a menudo se aprecia en la investigación en neurociencias; no siempre, pero en muchos casos. Mientras más aprendo, más crítica me he vuelto. Estoy muy interesada en los trabajos sobre el cerebro, pero muchas investigaciones usan un modelo dualista, cartesiano, de la mente y el cuerpo, sin siquiera ser conscientes de ello. Ubican rasgos psicológicos arriba; y neuronas, hormonas y neuroquímicos abajo. La psiquis flota sobre apuntalamientos o correlatos neuronales como si ambos pudieran estar separados. El científico traza una línea entre la ira y una región del cerebro; digamos, el sistema límbico. Esto es filosóficamente naïve. No es una imagen útil. Sin embargo, es sumamente difícil encontrar un buen modelo teórico para el funcionamiento del cerebro-mente. Yo adhiero a una visión monista y encarnada de la mente.

En relación con eso, usted se ha referido a nuestra era como “neuro-biologista”…

Sí, a todo ahora se le antepone neuro, por lo menos en los Estados Unidos. Neuroeconomía, neurofilosofía, neuro todo. Es una era del cerebro porque se está produciendo tanta nueva información. La investigación ha estallado.

¿Sería posible referirnos al siglo XX como “la era del inconsciente”? Vivimos en una época en la que el inconsciente freudiano (que es al mismo tiempo dinámico, sexual, reprimido, conectado al lenguaje, antisocial) pareciera haber desaparecido… ¿No lo cree?

Bueno, esto es tan interesante… Habría que buscar por todos lados hoy en día para encontrar un científico o un filósofo que no crea en el inconsciente. Eso hay que destacarlo. ¿Y cómo se relaciona aquello que la ciencia entiende como un inconsciente cognitivo con el inconsciente freudiano? Pues bien, hay algunos científicos –Mark Solms, Georg Northoff, y Karl Friston, por ejemplo– que han utilizado el modelo freudiano de la mente y lo han aplicado a una neurobiología (lo que hoy sabemos acerca del cerebro). La fantasía de Freud en el Proyecto era unir la realidad fisiológica de las neuronas y la psiquis. Lo abandonó, pero algunos piensan que su ambición inicial ahora puede llevarse a cabo. Mark Solms ha iniciado el neuropsicoanálisis. El deseo de Friston es unir la mente con el cerebro en un modelo económico como el de Freud. Otro científico, el ya fallecido Karl Pribram, que había nacido en Viena, amaba el Proyecto. Lo enseñó como si fuera su teoría en los años 60, y todos estaban entusiasmados con las ideas, hasta que le comunicó a su audiencia de neurocientíficos que era la teoría de Freud, no la suya. Estaban asombrados. Les dijo: “No, de ningún modo. Acabo de enseñarles a ustedes el Proyecto”. Pribram sostenía que debido a que los conceptos de Freud tenían nombres diferentes –no utilizó terminología neurológica–, los científicos los encontraron extraños. Creo que lo que sucede va más allá. Creo que Freud se transformó en una de esas figuras cuyas ideas fueron consideradas un caso de todo o nada. ¿Por qué resulta que con otros pensadores está permitido tomar un concepto aquí o allá? Por ejemplo, Hegel. Piense en lo importante que Hegel ha sido para la filosofía. Pero nadie piensa que para leer a Hegel hay que creer que el Imperio Prusiano era la última síntesis de la dialéctica. Rechazar esa idea no implica rechazar todas las ideas de Hegel; su teoría de la autoconciencia, por ejemplo, que aún es importante. Pero con Freud ha sido diferente. Con que haya un solo pensamiento que se demuestre no verdadero, ha fracasado por completo como pensador. No entiendo esta manera de razonar. El mismo Freud escribió una y otra vez que sus ideas probablemente serían revisadas por futuros conocimientos. Parte del problema podría ser que el psicoanálisis ha sido muy ferozmente dogmático desde el comienzo. Había muchas facciones. Piense en Adler. Piense en los “analistas salvajes”. Piense en las confrontaciones entre Anna Freud y Melanie Klein en Londres. Ha habido una revitalización del psicoanálisis en las ciencias, y yo no creo que eso sea malo. Creo que lo que no queremos es que la neurociencia se devore al psicoanálisis. Pero se puede considerar la mente desde dos puntos de vista: primera persona y tercera persona. Esto es lo que creo: la experiencia subjetiva del cerebro-mente, o lo que sea que hay dentro del cráneo, es irreductible. En otras palabras, no se puede reducir mi experiencia o su experiencia de la conciencia (y la inconciencia) a una mirada en tercera persona, no importa cuán precisa. Esto no significa que las neurociencias y el psicoanálisis no puedan dialogar. Sí pueden. A Freud le hubiese encantado involucrarse con la neurociencia contemporánea. Era neurólogo, después de todo. ¿Tiene sentido esto? Me he estado preocupando en extremo por este problema filosófico, pero creo que la experiencia subjetiva no puede reducirse a neuronas. Lisa y llanamente, no funciona.

Ha afirmado que hoy en día nadie niega la experiencia del inconsciente. Aun dentro del psicoanálisis, la conceptualización de este concepto fundamental varía bastante. Y fuera de él, en otras corrientes terapéuticas, así como en el campo cultural, la idea de un inconsciente rico en sus efectos, sexual y conflictivo, digamos que hasta subversivo, no es frecuente… ¿O sí lo es?

Esto es verdad. En la ciencia cognitiva, hoy en día, nadie negaría los procesos inconscientes. Dicho esto, la naturaleza de tal inconsciente está sujeta a debate. Sin embargo, la teoría computacional de la mente, que ha adquirido importancia en la ciencia cognitiva desde los años 50, está probablemente en las últimas. La mente no es una computadora digital lógica, y cada vez más científicos se están volcando hacia otro paradigma: no uno estrictamente psicoanalítico, pero uno que debe reconocer la importancia de la sensación y de la emoción. Puede ser que yo tenga una inclinación a la síntesis, porque me gusta juntar ideas de muchas disciplinas que raramente interactúan. Esto satisface mi deseo de jugar y de seguir jugando, pero también de juntar ideas de forma inusual. Seguramente esto está relacionado con mi personalidad o mi carácter; me da más placer unir que dividir.

Hace algunas décadas, una serie de artículos escritos por Janet Malcolm se publicaron en el New Yorker. Ahí se hacía un retrato típico de un psicoanalista ortodoxo en Nueva York, cercano a ciertos estereotipos o a lo que puede apreciarse en algunas películas de Woody Allen. Esa imagen del analista estricto y neutral, muchas veces médico, a veces con acento europeo, ¿ha cambiado? ¿Cómo encuentra la práctica analítica en Nueva York hoy en día?

Yo creo que eso del acento vienés se ha diluido porque muchos de esos exiliados europeos que vinieron a Nueva York en los años 30 han fallecido. Creo que el estereotipo del señor mayor con barba se ha diluido. Hay menos lacanianos en Nueva York que en París y Buenos Aires, por ejemplo, y una cantidad de diversos programas psicoanalíticos. Sin embargo, la institución elite aquí sigue siendo la Sociedad Psicoanalítica de Nueva York.

¿Pero la gente aquí va al analista tanto como solía? Era un hábito bastante popular…

Creo que hay muchos menos pacientes de cinco días a la semana, con diván, de lo que solía haber. Si les pregunta a los analistas en Nueva York, le dirán que tienen algunos verdaderos pacientes de análisis a la vieja usanza, pero generalmente son muy pocos, dos o tres.

¿Qué es un verdadero paciente de análisis para usted, en su opinión?

Yo he sido paciente en una psicoterapia psicoanalítica durante seis años. Tengo un analista.

¿Usted ha sido una “verdadera paciente de análisis” durante seis años?

Yo he sido paciente por seis años, sí, pero no he hecho diván. Aun así, debo ser tan “verdadera” como cualquier otro paciente. Le dije a mi analista el otro día: “Sabes, estoy empezando a ver la curva del proceso, que se acaba. Sé que en algún punto se acabará”. Lo que quiero decir es que la idea clásica de acostarse en el diván cinco días a la semana y hablarle al analista sucede con mucha menos frecuencia que antes. Muchas personas que tienen un psicoanalista, alguien que ha hecho la formación psicoanalítica, son como yo. Acuden dos o tres veces por semana para hacer una psicoterapia de base psicoanalítica. ¿Qué clase de razones hay, en su opinión, para ese cambio? No tanta gente que va…

¿Cinco veces por semana?

Sí.

Bueno, es una vieja historia en el psicoanálisis. En parte es el dinero. Un análisis es caro, aunque en Nueva York muchos analistas tienen tarifas graduadas, dependiendo de lo que sus pacientes pueden pagar. También es un tema de tiempo y de la idea actual de que las respuestas psicofarmacológicas son tan buenas como hablar. Yo no pienso que sea cierto. Los antidepresivos fueron tan exitosos en los 90 porque el efecto placebo entonces era todavía mayor. Ha habido varios estudios que muestran que hoy la diferencia entre antidepresivos y placebo es inexistente. Estoy fascinada por el efecto placebo. ¿Qué significa, por ejemplo, que ahora sepan –por esto me interesa la neurobiología– que un tratamiento placebo realizado a pacientes con Parkinson hace que en el cerebro se libere dopamina? Piénselo. O que si le dan a uno una pastilla de azúcar que uno espera que lo ayude, el cerebro libere opioides endógenos que hacen que uno se sienta mejor. Más aún: el contacto con el doctor es terriblemente importante para ese efecto. Si un médico le da a uno una pastilla de azúcar con brusquedad, no va a funcionar tan bien como si él o ella se sentara con uno y le hablara de la pastilla de azúcar de manera reconfortante. Hay diferentes maneras de considerar el fenómeno. Sospecho que es un fenómeno intersubjetivo relacionado con el apego temprano. Ciertamente hay tratamientos farmacológicos que son beneficiosos. No soy anti farmacología. Pero el placebo es un ejemplo sorprendente de cómo el sistema nervioso puede ayudarse a sí mismo a través del contacto con otra persona.

Otra figura intelectual prestigiosa, también mujer y de Nueva York, Susan Sontag, dirigió nuestra atención a algunas características estéticas de la sesión analítica. Ella también dijo que el psicoanálisis era una forma de arte no reconocida como tal. ¿Qué piensa usted de eso?¿Podría el psicoanálisis estar al menos a la misma distancia del arte que de la ciencia?

Yo pienso que el trabajo real de hacer arte o ciencia no es ni remotamente tan diferente como a la gente le gustaría que fuese. Hacer buena ciencia involucra también intuición, imaginación y emoción. Estos aspectos no reconocidos de la ciencia son esenciales para la ciencia. Pero el psicoanálisis es un arte en el sentido de que los analistas que son buenos en lo que hacen son capaces de invocar profundos lugares inconscientes en su interior, que son extremadamente difíciles de verbalizar, y el hacer arte también es generado desde el inconsciente. A menos que un analista sea capaz de jugar con estas fuerzas inconscientes, no será bueno en lo que hace.

Yo no entiendo por qué mi propio análisis funciona. No puedo decir qué es lo que ha sucedido. Hay un ensayo hermoso que escribió George Perec sobre su análisis, llamado “La escena de una estratagema”. Estaba en análisis con J.-B. Pontalis, y no dice nada acerca del contenido del análisis. Traza su recorrido. Habla sin fin, se habla a sí mismo, sin fin, sin fin, aburrido, aburrido, aburrido. Y luego dice –que es exactamente lo que he sentido– que no entiende realmente cómo sucedió, pero repentinamente –él usa esta frase– encuentra su voz, su habilidad para escribir. Y lo extraño: la experiencia del análisis es cómo ocurre el cambio, pero no se puede rastrear su curso. El ensayo de Perec es una de las piezas más maravillosas que se han escrito sobre el análisis. Y luego está Hilda Doolittle, H. D., la poetisa. Ella era paciente de Freud y escribió un librito encantador llamado “Tributo a Freud”. También dice muy poco acerca de su vida. Ninguno de ellos detalla el contenido de su análisis. Hablan sobre el movimiento y la forma. Si se pudiera rastrear el curso de un análisis, tendría una cierta cualidad formal, una forma. La diferencia entre hacer arte –digamos, escribir una novela o producir una obra de arte visual– y hacer un análisis, es que en un análisis hay un otro real. El arte es siempre creado para otro. Siempre es dialógico, pero el otro es imaginario. En el espacio analítico, hay un otro real que puede intervenir, comentar, interpretar. Esto no es cierto en una novela.

En esta dirección, hay un tema sobre el que usted ha escrito: los psicoanalistas aparecen con frecuencia en sus obras.

Sí, están por todos lados…

Pero usted dice algo que es cierto: que ellos raramente hablan de sí mismos como sujetos; aparecen como objetos. Un “otro real”, sí, pero un otro real que aparece, él mismo, no como un sujeto sino como un objeto.

Podría decirse que el analista es además una criatura imaginaria. Debido a que la naturaleza de la transferencia incluye una forma de proyección sobre el analista, la relación cambia. Un día es tu madre, otro día tu padre, hermana, hermano u otra persona de la intimidad. Sin embargo, la razón por la cual una persona puede cambiar a través del análisis es que hay un “otro real” que interviene en momentos cruciales, o tal vez interviene una y otra y otra vez, y luego llega un momento en que la interpretación hace efecto. Aun si has escuchado algo esclarecedor mil veces con anterioridad, repentinamente las palabras adquieren significado. Ese significado tiene que tener un significado corporal además del semántico. Debe hacerse presente un significado emocional, físico. Todos podemos intelectualizar. Soy muy buena en eso. Tomas una idea, le das vueltas, la ves desde distintos ángulos, pero el cambio real tiene una cualidad profundamente emocional, física. Es sorprendente. El arte de la novela es el arte de lo particular. Es el arte de la experiencia humana específica y de cómo se entiende esa experiencia. Eso en sí conecta esta forma con el psicoanálisis. Aunque el análisis se guía teóricamente, siempre trata sobre una historia individual. En ese sentido es novelístico. No creo que el psicoanálisis trate de extraer la verdad objetiva, o de encontrar la historia real. Esto, para mí, es absurdo. La naturaleza de la memoria simplemente no permite esa posibilidad. Aun si tuvieras un equipo de filmación todos los días durante toda tu vida –que nadie lo hace–, podrías conocer “los hechos”, pero estarías en la perspectiva equivocada. Estarías mirando tu vida desde un punto de vista en tercera persona. Ambos, novelistas y psicoanalistas, tienen una preocupación profunda por las narrativas en primera persona de los seres humanos.

Uno de sus personajes habla de la manera en que todos reescriben su propia vida a través del análisis, y la manera en que la realidad de cada uno difícilmente se distingue de la ficción. Por favor, háblenos más de la relación entre realidad y ficción, y de las máscaras como una manera de explorar la verdad en su última novela.

Sí… Bien, mientras más lo pienso, más difícil es extraer una supuesta historia real de la historia de una persona. No digo que no exista algo así como la memoria o que estemos totalmente en blanco sobre nuestro pasado. Creo que la memoria y la imaginación son una sola facultad, no dos. Las imágenes mentales que tenemos en la memoria y las imágenes mentales que fantaseamos –tal como qué va a pasar el jueves que viene– no son de naturaleza diversa. Y creo que esta facultad unificada de memoria-imaginación es a lo que uno recurre para hacer arte. La historia con la que uno acude a un análisis es usualmente una que se ha cristalizado como un mito. Es como un caparazón o una cáscara. La historia con la que uno llega ha sido inconscientemente inventada para cubrir el dolor. Permite que los síntomas florezcan porque es una historia defensiva. La tarea del análisis no es “corregir” la historia, o hallar “la verdadera historia”, sino encontrar una narrativa que sea más emocionalmente verdadera para el paciente. De modo que no estamos buscando la verdad, sino verdad emocional, no los detalles particulares de una narrativa. Por esta razón Perec e Hilda Doolittle escribieron tan bien sobre el proceso. No se detuvieron en las particularidades: “Oh, y entonces el analista dijo tal cosa, y entonces entendí esto sobre mi madre, padre o quienquiera que sea…”. Hay un proceso de desatadura emocional que se vuelve una liberación. Y cuando la gente deja su análisis luego de años de trabajo profundo, es más libre.

Su última novela, “El mundo deslumbrante”, se enfoca en la ficción y la realidad…

Ah, sí, las máscaras. No hablamos de ellas…Y las máscaras, sí. Lo falso y la máscara permiten que las personas digan la verdad. Sí. Creo que El mundo deslumbrante es en sí misma una parábola de la novela como forma artística. ¿Qué sucede cuando uno escribe una novela? Uno se viste de estaspersonas o máscaras, que son los personajes, y a través de estas personas descubre aspectos de sí mismo que nunca podría haber descubierto si no se hubiese transformado en esa gente. Una de las preguntas que también me he hecho: ¿cuál esla diferencia entre escribir una novela, especialmente una novela como la últimaque escribí, y tener un trastorno de personalidad múltiple? Cuando escribes como otros estás jugando, como cuando los actores representan un papel. Hago hincapié en esto en el último libro que estoy escribiendo. Cuando un actor representa un papel muy distinto de sí mismo, ¿hay cambios fisiológicos registrables que se den, como alteraciones del ritmo cardíaco, diferentes patrones de respuesta galvánica de la piel? Podrían hacerse todo tipo de pruebas, EEG… Apuesto a que se hallarían cambios. La diferencia es que la pobre gente con trastorno de personalidad múltiple no está al mando. Un novelista puede retirarse de sus personajes sin ser avasallado por ellos. A esto le llamo “el marco estético”, un refugio protector que ofrece la forma. Hace que sea posible acudir a sitios peligrosos, viajar a terrenos físicamente peligrosos, porque uno está a salvo en el marco del libro o de la obra de teatro, donde uno puede dejar que la imaginación ande libremente y emprender excursiones arriesgadas hacia otras personalidades (otros “yoes”).

Como puede inferirse de sus historias y ensayos, tiene un interés genuino y profundo por el psicoanálisis, y hasta un peculiar compromiso con su estudio. ¿Podría hablar más de su interés temprano –con un doctorado reciente– por llegar a ser usted misma analista?

Yo pensaba que podía ser una buena analista, pero no podía pagar la formación. En ese entonces, el Instituto Psicoanalítico de Nueva York aceptaba uno o dos candidatos no médicos, así que eso no funcionó para mí en ese momento. Una parte de mí desearía haber podido darme el lujo de hacer la formación entonces, aunque más no sea porque me hubiera llevado a analizarme antes. El asunto para mí no fue nunca no ser escritora y, en cambio, ser analista. Decidí escribir a los 13 años y comencé a hacerlo inmediatamente. El problema para mí era cómo escribir y ganarme la vida como para poder comer y pagar la renta.

Nos resulta extraño el hecho de que usted estudie textos psicoanalíticos, dado que son usualmente los analistas quienes estudian textos u obras artísticos…

Estoy fascinada, en general, por la siguiente pregunta: ¿cómo se transforma o continúa transformándose una persona en quien es? Ciertas psicologías específicas –por ejemplo, la psicología evolutiva, que está basada en la teoría evolutiva neodarwiniana– no incluyen la historia del desarrollo individual. Aquello que es tan significativo para el psicoanálisis, allí falta. La evolución a través de los milenios es importante, pero la historia de una persona no es significativa, porque los neodarwinianos emplean un modelo estadístico de una mente evolucionada pero mayormente fija. Si la mente no es dinámica sino meramente una entidad determinada genéticamente, se vuelve tan solo el problema de calcular lo hereditario versus el ambiente. Si se pierde el modelo del desarrollo, una narrativa para la realidad subjetiva, entonces creo que se ha cometido una injusticia fundamental a la naturaleza de la experiencia humana.

Algo queda fuera de este modelo: el sujeto. El sujeto del inconsciente está fuera…

Absolutamente… Pienso que una de las razones por las que he escrito este libro (“The delusions of certainty”) es que en parte es un ataque a la teoría computacional de la mente; la idea de que nuestra mente es una computadora. En realidad, esta idea se remonta a Pitágoras, a los números como verdad…

Es pre freudiana…

Muy pero muy pre freudiana… La idea es que hay un ámbito platónico eterno, una realidad matemática que no está en la mente humana sino allí afuera, en el universo. La mente y el pensamiento se vuelven un sistema de símbolos que pueden ser despojados de todo significado y contexto. La lingüística chomskiana se funda en una idea cartesiana, una gramática generativa abstracta. Yo no creo que la mente funcione así. No creo que pueda reducirse a una forma computacional digital. Es un error suponer que es así. Se ha vuelto cada vez más claro que el modelo está equivocado porque su uso en inteligencia artificial –el intento de crear robots como usted y yo, con sentimientos, conciencia y emociones– ha fracasado. En la cultura popular existe la idea de que los androides están ahí nomás. Pues bien, están tan lejos de estar ahí nomás que es sorprendente. Como dijo alguien que trabaja en inteligencia artificial, no podemos aproximarnos siquiera a reproducir los movimientos elegantes y las capacidades de una hormiga. No creo que hacer análisis requiera de muchos conocimientos de neurobiología. Mucho ocurre en el encuentro analítico que no se deja expresar fácilmente. Sé que hay grandes analistas a quienes nunca les importó un comino el “cerebro”. Cómo y por qué hablar y reflexionar e intervenir crea cambios en el analizando y exactamente qué transferencia hay, no son preguntas cerradas sino abiertas. Para cuando acabé mi doctorado había leído mucha literatura, filosofía, historia y psicoanálisis. Lo que le faltaba a mi educación era la parte biológica, anatómica, así que me dediqué a corregir eso. Mientras más aprendo, más crítica me vuelvo. Hay una ingenuidad filosófica generalizada entre los científicos, aunque también admiro el trabajo empírico, me fascinan los datos, y he encontrado que aprender a pensar de manera científica me ha dado una mente más flexible y optimista.

Harry Burden se refiere, hablando de su análisis, a “esa extraña forma de intimidad”. Encontré esta definición al mismo tiempo vaga y precisa. ¿Qué piensa usted acerca de esta extraña forma de intimidad, en estos tiempos en que algo de esa intimidad parece haberse perdido? Todo el mundo está expuesto todo el día…

Oh, sí, creo que es algo malo. Conocí a una joven analista. Ella vive ahora en Nueva York, pero durante muchos años vivía en Seattle, tenía su práctica en Seattle, y decía que la gente hacía toda clase de cosas antes de ir finalmente al analista. Trabajaban en el jardín, andaban en bicicleta, se hacían masajes, acupuntura, cualquier cosa. Decía que la diferencia entre los pacientes en Nueva York y en Seattle era que luego de haber estado con sus pacientes de la costa oeste durante un tiempo, ellos le decían cosas como: “Es sorprendente. No me imaginaba que simplemente el hablar sobre esto y el estar aquí con usted, volver a usted, tendría en mí un efecto tan tremendamente importante”. La cultura se ha vuelto estúpida sobre nuestra necesidad esencial de los otros, no en el modo autoconsciente de internet, sino de la genuina necesidad humana de diálogo. En su análisis, la seguridad y la confianza son lo más importante. Nadie podría tener una cura terapéutica de cualquier índole sin privacidad y seguridad, sin esta extraña forma de intimidad. Como paciente sabes muy poco acerca del analista, pero sabes que estás a salvo y que a través del proceso te estás mejorando. Uno de los problemas con la neurociencia es la frecuente falta de un sentido de desarrollo del organismo dinámico y una obsesión con la tecnología para escanear el cerebro. Muchos analistas han sido médicos, pero ciertamente no todos, y Freud tomó una posición inflexible sobre el asunto, como sabemos. No es que le escape al rigor –estoy por completo a favor del rigor–, sino más bien que soy alérgica al dogma y parece que encuentro pensamientos interesantes en muchas disciplinas. Un libro me lleva a otro. También he leído en contra de mí misma; es decir, leo libros a los cuales me opongo por el temperamento. Lo encuentro beneficioso para mí. Agudiza mis pensamientos, a menudo me pone incómoda, pero también me ha transformado. Empiezo a ver el mismo problema desde múltiples puntos de vista.

Nosotros, los analistas, la apreciamos a usted como interlocutora. La entrevistamos, la invitamos a congresos, publicamos sus ideas. Allí hay una inversión: ya no es usted quien busca en el psicoanálisis, sino que somos nosotros los psicoanalistas quienes preguntamos. Y usted ocupa el lugar de saber. ¿Cómo experimenta esta situación? ¿Con alguna clase de extrañeza?

Cuando presento mi trabajo en la comunidad psicoanalítica, lo hago desde el punto de vista de una “extranjera” interesada, una artista, y ahora como alguien que ha pasado años en terapia. El hecho es que, a pesar de mis lecturas ciertamente extensas y de mis conocimientos sobre el psicoanálisis, no está para nada claro para mí que mi conocimiento haya tenido mucho que ver con el camino que he recorrido en mi propia terapia. Esa ha sido mi propia caminata por la nube del desconocimiento guiada por alguien capaz. He arribado a mejores tiempos, si se quiere. Estoy mejor. De esto puedo dar fe.

¿Podría usted hablar un poquito más de su análisis sin violar “esa intimidad”?

Sí, por supuesto. Ahora que estoy profundamente involucrada, mi experiencia es la de haber sido realmente cambiada. No dejo de pensarlo. Le he dicho a mi analista: “Es tan notable”. Freud tenía razón acerca de los patrones neuróticos. Cuando uno es consciente de los patrones neuróticos, está en posición de actuar sobre ellos. Pero yo aún estoy sorprendida. El análisis realmente cambia a las personas. Me ha cambiado a mí. Y estoy tan inmensamente agradecida que aunque lo inicié tan tarde –tenía más de cincuenta, ahora tengo sesenta– siento como si me hubiesen liberado. No estoy segura de que “El mundo deslumbrante” hubiera sido posible sin él. Soy capaz de afirmarlo. Permanecí con el analista sobre quien escribí en “The sharing woman”. Ha resultado ser nada menos que una gran liberación. También tengo un neurólogo. Era y soy una persona que necesita ambos, un analista y un neurólogo. Siempre tendré un sistema nervioso sensible. Sigo teniendo una neuropatía, que tengo desde que tenía 30 años, y migrañas, aunque mucho menos y con menos frecuencia que cuando era más joven. No me atormenta el temblor. Es interesante: el temblor no ha sido central en mi terapia, y aunque suene perverso, me alegro de que me pasara porque me ha abierto el camino para escribir sobre un tema que me ha interesado profundamente durante mucho tiempo. También fue el síntoma del temblor lo que finalmente me llevó a hacer análisis.

Es sorprendente lo amplio de sus lecturas psicoanalíticas: Freud, Bion, Winnicott, Lacan… ¿Cómo y desde qué punto de vista lee autores psicoanalíticos? ¿Lee sus textos como si fueran ensayos científicos, o en una búsqueda personal de significados, o como si estuviese leyendo ficción, en el sentido que le daba Borges cuando equiparaba el psicoanálisis a una rama de la literatura fantástica?

Leo para descubrir, como dije antes, por qué nos transformamos en quienes somos o por qué estamos continuamente volviéndonos quienes somos, como seres humanos. Nunca llego a agotar esta pregunta, pero puedo decir que encuentro la búsqueda alentadora, excitante, a menudo alegre. Ninguna teoría puede cargar con la verdad absoluta y la complejidad de lo que significa ser humano. El psicoanálisis se acerca más que muchas disciplinas porque se atreve a considerar mucho de lo que somos y cuánto de ello nos está vedado.

¿Hasta qué punto el psicoanálisis, como usted ha escrito, cambia el modo de concebirnos a nosotros mismos?

El mayor legado de Freud puede ser el valor indiscutido de dos personas sentadas en una habitación mientras una escucha atentamente a la otra, a veces por años, y el hecho sorprendente de que, por esos años de hablar y escuchar, el paciente pueda dejar la habitación sintiéndose mejor, sintiéndose más libre, sintiéndose con más coraje y más sabiduría que al comienzo.

¿Cómo ve al psicoanálisis en el presente y cómo lo imagina en el futuro; el lugar que ocupará en la cultura en el futuro?

Permítame decirlo de este modo: mi esperanza es que el psicoanálisis vuelva a ser parte de lo que yo considero la reforma de la psiquiatría. En otras palabras, el psicoanálisis tiene mucho que ofrecerle a lo que se ha vuelto –por lo menos en los Estados Unidos– una forma de psiquiatría muy orientada a lo biológico, que aún debe definir lo que significa psiquis y soma. Los pacientes son colecciones de síntomas dispersos, no seres con pasados. Debido a que el psicoanálisis incluye la idea de una narrativa, el desarrollo de la narrativa del paciente; debido a que se interesa por la primera infancia y la niñez y su relación con la madurez, puede ampliar lo que se ha vuelto una aproximación psiquiátrica estrecha. Además, creo que la gente en la psiquiatría ya está harta de modelos estáticos de la mente y el cerebro, y de las maneras primitivas de pensar los tratamientos. El psicoanálisis puede ser parte del resurgimiento de un modelo dinámico de la mente-cerebro.

Entrevista realizada por Mariano Horenstein en Nueva York, el 14 de mayo de 2015. En la investigación preliminar y los ajustes posteriores, participaron Natalia Barrionuevo, Adriana Yankelevich, Natalia Mirza, Ana Maria Olagaray y Pablo Goldberg.