Presentación de “La realidad, el sujeto y el objeto”, de Leonardo Peskin
El libro
Cierta vez me llamó la atención escuchar a Leonardo referirse a su libro anterior –Los orígenes del sujeto y su lugar en la clínica psicoanalítica- como el libro. Así, de modo genérico, sin mayor especificación, sin referirse a él como un libro o como mi libro. Se escuchaba ahí la seguridad de saber que había escrito un libro de referencia, que tenía para muchos –como su autor- un lugar central entre la miríada de libros que no cesan de publicarse en psicoanálisis.
Creo que aquí también podemos hablar –una vez más- de el libro de Leonardo. En todo caso deberemos aclarar que se trata del segundo.
Y éste, como aquel, encarna un afán de poder decir mucho, de muchos temas, para muchos lectores de muchas filiaciones. Hay una ambición teórica notable en juego y la amplia respuesta de los colegas a su propuesta, su publicación en una editorial prestigiosa, el hecho mismo de que estemos hablando hoy de eso aquí, justifica esa nominación.
A la vez, y sólo en una aparente contradicción, el libro –pese a su enorme ambición- acaba encontrándose con lo que agujerea la idea de totalidad, el lugar de lo fragmentario. No está mal que así suceda, y sucede no por impericia del autor –todo lo contrario- sino porque no hay totalidad posible en psicoanálisis y –tanto por su contenido como por el modo en que lo enuncia- el fragmento reaparece en la confección de este texto. Y así respira mejor, pues lo fragmentario permite respirar y permite pensar.
Estamos entonces ante un libro claramente ambicioso: hablar de sujeto y objeto en psicoanálisis implica revisitar buena parte de la teoría y la clínica. Si además le sumamos esa extraña entidad que llamamos realidad, la tarea es titánica. Esa ambición guía a Leonardo: reflexionar acerca de la teoría y la clínica analíticas refractándolas desde un ángulo temático preciso.
No son términos marginales los que elige el autor para diseccionar su particular modo de leer la teoría y la praxis psicoanalítica: La realidad para el psicoanálisis no es un elemento dado, se construye a partir del fantasma de cada uno, y el fantasma es ese modo particular en que sujeto y objeto, los otros dos términos del título del libro, se articulan.
En su aparente simplicidad, categorías como éstas –sujeto, objeto, realidad- definen un mundo: dime de qué sujeto-objeto-realidad hablas y te diré qué análisis practicas, podría enseñarnos este libro.
En ese sentido también es un libro –si se me permite alguna ironía- de autoayuda: permite a quien lo lea saber de su propia ubicación en el mapa del psicoanálisis. A fin de cuentas, siempre leemos para saber qué pensamos y la calidad de un autor se mide no sólo por los contenidos que nos transmite sino por el modo en que nos hace pensar.
Pero también podría ser otro el punto de pivote, claro, como el de su libro anterior –acerca de los orígenes del sujeto- no porque no sea importante el escorzo que el autor elige, sino porque su interés último es transmitir su particular manera de leer a Freud con Lacan, y a ambos en sus incidencias clínicas. Cualquier punto de entrada es válido pues –por la particular manera en que se fragua y expone el conocimiento psicoanalítico- es difícil parcelarlo y las vías se cruzarán inevitablemente, ciertos conceptos fundamentales habrán de ser visitados una y otra vez.
El estilo
En verdad, eso sucede con cualquier cosa que uno escriba: se trata siempre del estilo, y claramente hay un estilo en el autor de este libro.
Es un estilo que conjuga amplitud de miras y claridad expositiva, calidad argumentativa y el amable don, no menor, de la claridad –que comparte con otros autores como Octave Mannoni, Joel Dör o incluso Jacques-Alain Miller- en el abordaje de asuntos complejos y equívocos.
Se trata de un estilo en el que el lector está implicado desde la escena misma de la escritura. No sólo porque el origen del texto haya sido una serie de conferencias formuladas ante un público de psicoanalistas, sino también porque es evidente el afán del autor de que el otro que escucha/que lee pueda seguir de cerca su itinerario de pensamiento, incluso –con perdón de una palabra que a partir de la enseñanza de Lacan no ha tenido buena prensa en psicoanálisis- que el otro comprenda.
Cada libro crea a sus lectores, y podemos imaginar algunos tipos de lectores que podrán transitarlo de un modo fértil:
- aquellos que han llevado a Freud al punto en que se precisa la lectura de Lacan para extraerle su jugo,
- aquellos para los cuales decirse interesados en Lacan no implica desinteresarse de Freud, aquellos que se orientan en su clínica con otros autores aunque desean poder conversar con quien los interpele, entender el modo en que la teoría francesa –el gran extranjero para las demás tradiciones teóricas psicoanalíticas- se articula en español.
- Es un libro que interesará al lector novato y también al avezado. Y no necesariamente para acordar.
Pues por fortuna, al asumir un sincero estilo de enunciación, el autor habilita al disenso. No oculta sus opciones: no me refiero a las grandes opciones teóricas, donde es clara su filiación freudo-lacaniana sino a las pequeñas grandes diferencias intrateóricas, el modo de acentuar, tanto las fichas que elige utilizar en su articulación teórico-clínica como las que deliberadamente deja de lado. Quizás Leonardo elija deshacerse de alguna opacidad en su afán de transmisión clara, pero no esconde sus opciones de lectura. Y ello, de nuevo, deja al lector la libertad de su propio posicionamiento.
No presupone un lector que tenga que saber, que deba entender referencias teóricas que a veces son sobre todo contraseñas de pertenencia. Pero el lector que Peskin inventa es un lector que sí sabe leer, y entonces le muestra la genealogía de su pensamiento, su itinerario y sus referencias, la génesis de los conceptos y el modo en que éstos conviven entre sí y con otros de distintas comarcas teóricas. El autor también nos muestra su clínica –y abundan viñetas preciosas, no siempre habituales en libros con fuerte pregnancia de la teoría- nos enseña sus cartas, se expone y a la vez hace vívidas las fuentes de las que bebe. El lector –y yo aquí, en esta posición de primer lector en la que estoy hoy ante ustedes- lo agradece.
Así como el autor inventa sus lectores, también crea sus interlocutores, elige la tradición enunciativa en la que se enmarca. Las centrales figuras de Jaime Szpilka o de Néstor Braunstein –agudos lectores de Lacan que pisan con firmeza en suelo freudiano- forman parte de ese linaje, de esa comunidad en la que Leonardo se inscribe.
Hay también en “el libro”, el segundo libro –como en esos discos que agregan un par de temas de más fuera del programa inicial- un bonus track que se nos ofrece bien al principio: así como el prólogo de Jaime Szpilka del libro anterior era un verdadero ensayo independiente sobre el tema, el prólogo de este libro es otro ensayo, esta vez de Néstor Braunstein, sobre el libro por un lado y a la vez más allá del libro. Y ésta es otra virtud de los buenos textos como éste: no sólo permiten pensar en torno a ellos sino, sobre todo, habilitan a pensar más allá de ellos.
Efecto de Extranjería
Dije al pasar que los autores franceses, fundamentalmente Lacan, funcionan como el gran extranjero -ése era el lugar que tenía la literatura para Foucault- para los colegas inquietos que provienen de otras filiaciones teóricas, para quienes se han formado leyendo a Klein o a Winnicott, a Meltzer o a Bion, a Green o los norteamericanos y por supuesto todos los que hemos leído y disfrutado a Freud.
Los destinos de la acogida al extranjero son diversos, incluso algunos funestos que van desde el repudio más radical, ése –de lacerante actualidad- que intenta mantenerlo fronteras afuera de la patria teórica o institucional de cada uno; hasta la recepción que segrega –en guettos teóricos, en discursos que cursan por andariveles separados, sin tocarse con el resto de las teorizaciones; o incluso la virtual excomunión de la que se ha hablado ya tanto.
Pero hoy en día la enseñanza de Lacan en países como el nuestro ya es mainstream, está “de moda” casi, o quizás hasta podría decirse que cursa un momento en que la repetición de sus consignas empieza a generar ya cierta anestesia en su formidable potencia de interpelación y de interpretación, se banaliza o incluso se degrada.
Se corre el riesgo así de otro modo de acogida de lo extranjero que por definición lo hace desaparecer: la asimilación a un discurso común psicoanalítico, a una lingua franca sin demasiadas consecuencias clínicas ni teóricas.
Por fortuna estas reacciones -que suponen la disminución o anulación del efecto de extranjería que supuso Lacan en el mundo psicoanalítico- calan menos hondo en las sociedades de IPA donde se lo lee. Allí el sintagma “Lacan en IPA” nomina a un grupo transversal y asistemático de colegas –entre los que Leonardo se cuenta- que lee a Lacan desde un suelo plural que no se ampara identitariamente en significantes lacanianos, sino que se deja tocar por la originalidad de su enseñanza y el modo en que se encarna en transmisión; se permite escuchar las preguntas que –como recuerda Derrida- es al Extranjero a quien toca traer.
Las preguntas –ese combustible de nuestra práctica- son un atributo del Extranjero, y allí donde prima la autoctonía –todos viviendo bajo un común amparo teórico- éstas desaparecen.
Relatos reales
El analista se encuentra escuchando día a día relatos –la realidad se articula en términos del relato que oímos- es decir ficciones. Pero no ficciones caprichosas, sino ficciones que intentan dar cuenta de lo real: ese concepto que aparece como el grano inasimilable de arena sobre el que se construye, como una perla, la realidad.
Ese grano que puede pensarse adentro sólo a condición de su expulsión a esa zona interior que es a la vez exterior, esa zona íntima y extraña, éxtima que tan bien cabe a nuestra práctica.
Allí también el libro –el segundo libro- de Leonardo, impugna desde su enunciación y sus contenidos el nombre de la colección misma de la prestigiosa editorial Paidós en la que se lo edita –llamada pobremente Psicología Profunda- como si el psicoanálisis se tratara de una esotérica auscultación de las profundidades y no de la escucha atenta de un discurso que se articula como una banda de Moebius que nos muestra aleatoriamente en su superficie todo lo que vale la pena escuchar.
Entonces los relatos que escuchamos en nuestra práctica cotidiana, funcionan como lo que Javier Cercas llamaba relatos reales, casi crónicas que utilizan recursos de la ficción –el fantasma es una máquina de producir ficciones- para dar cuenta de una verdad subjetiva que será siempre a producir.
Cada uno de nosotros escucha esos relatos en absoluta indigencia, habitado por un deseo y el apego a una ética implacable, munido apenas de la experiencia de su propio análisis. Y también de la enseñanza que se desprende de algunos pocos libros.
Cada uno elegirá qué libros, cuáles serán su carta de navegación para orientarse en el análisis. Este segundo libro de Leonardo, que acogemos a partir de hoy en nuestra ciudad, es una muy buena bitácora para navegar por esas aguas.