Realidades & Ficciones II

Print the legend

En un viejo western de John Ford, El hombre que mató a Liberty Balance, se da el siguiente diálogo entre Ransom Stoddard y el director del periódico Morning Star, obligado a elegir entre los hechos y el mito:

– You’re not going to use the story, Mr. Scott?
– This is the west, sir. When the legend becomes fact, print the legend[1].

Aún en un medio donde se trata de retratar la realidad, como un periódico, la conocida frase muestra el privilegio que se le otorga a la ficción. La ficción -por eso se imprime- constituye y le da forma a la realidad. Eso pasa en el Far West y también en el lejano Sur que habitamos (donde fue acunado el realismo mágico, es decir un realismo que se constituye retroactivamente a partir de la magia, que podríamos pensar también como una de las formas de la ficción). Y pasa también donde fuera, pues no hay tal cosa como una realidad aséptica, inmune o refractaria a la ficción, de ahí el acierto de ubicar como tema del congreso de FEPAL de este año tal par conceptual.

Esto no significa ignorar la realidad de los hechos en su costado real, sólo que un factor diferencial del abordaje analítico es poder diseccionar el modo en que la ficción configura la realidad.

Este número de Calibán forma una serie con el anterior, dedicados ambos a pensar el eje Realidad/Ficción en psicoanálisis. Continuamos así –en nuestra sección Argumentos– la publicación de los textos elegidos por FEPAL para lanzar la discusión y que forman la estructura central del XXX Congreso Latinoamericano. Con el siguiente matiz: esta vez no sólo participan destacados analistas de nuestra región sino también invitados de Europa y de EEUU: Antonino Ferro y Jay Greenberg. 

Cada vez que un paciente se desespera por recuperar un sueño tal cual ha sido, cada vez que otro busca precisar metódicamente tal o cual episodio de su infancia o detallarnos la rutina de sus días o incluso de lo que éste entendió de una interpretación del analista, desdeñamos la precisión fáctica –el qué o cuándo o dónde sucedió- y privilegiamos el relato que el analizante construye en la sesión, el modo en que recuerda lo que se le dijo, la manera en que retroactivamente construyó su infancia, pues sabemos del poder encubridor de los recuerdos y de la omnipresencia del fantasma, y sabemos también que el partido se juega en el relato del mismo que tiene lugar durante la cura. En fin, sabemos que la verdad tiene estructura de ficción, como proponía Lacan aunque sabía ya Freud. Sabemos que la realidad se construye como si fuera una ficción. De ahí quizás que Thomas Ogden, invitado por FEPAL a participar con un escrito en el congreso, nos enviara fragmentos de una novela, de una ficción, para hablar de su concepción del psicoanálisis. Es lo que publicamos en Fuera de Campo, junto a los ecos de la discusión que suscitara en una de las sociedades brasileras.

En la sección Clásica & Moderna rescatamos a un analista mítico, Enrique Pichon-Rivière. Un pionero latinoamericano para quien el haber nacido en Ginebra fue apenas un accidente, y sobre todo alguien respecto del cual es difícil rescatar la facticidad de la biografía tras su figura carismática y su vida y enseñanza plagadas de anécdotas. Aquí también cabe plantear la pregunta de lo que diferencia realidad y ficción, y en ese sentido optamos por un Print the legend! Pues la enseñanza y la figura de Pichon, “el más grande analista argentino” al decir de nuestra entrevistada del número anterior, Élisabeth Roudinesco, es verdaderamente legendaria. Su compromiso clínico y social, su heterodoxia y su originalidad teórica, su búsqueda más allá de las fronteras profesionales, su permeabilidad al arte y la cultura lo convierten en un maestro del psicoanálisis al que –nos gusta imaginarlo- quizás esta revista le hubiera gustado.

En la sección De memoria, y al cumplirse cien años de la publicación de aquel artículo freudiano que planteaba una historia del movimiento psicoanalítico, quisimos hacer lo propio con su expresión latinoamericana. Queríamos como editores rastrear las peripecias del movimiento, sus escalas y desafíos, sus aciertos y sus deudas pendientes. Queríamos retratar la realidaddel movimiento psicoanalítico latinoamericano hoy, y para eso convocamos a tres prestigiosos analistas de FEPAL: Moisés Lemlij, Leopold Nosek y Marcelo Viñar, transmitiéndoles nuestra propuesta. Por su experiencia, por su lucidez y por las posiciones institucionales que han ocupado- pensábamos que estaban mejor ubicados que nadie para retratar tal como pretendíamos la realidad psicoanalítica latinomericana. Pero nos dimos con que sus textos, al recibirlos, no reflejaban con fidedigna precisión el mapa regional del psicoanálisis, ni mucho menos. Recibimos en cambio tres testimonios fragmentarios, tan parciales como luminosos, del compromiso y de las ideas de tres analistas que en vez de historiar el psicoanálisis latinoamericano se ocuparon de narrar la genealogía o las peripecias de algunas de sus sociedades o de sus pioneros, o en recuperar el poder subversivo de algunas preguntas ligadas a la política de las instituciones. Nuevamente aquí, en vez del mapa de las realidades que pretendíamos, recibíamos ficciones. Y las imprimimos, junto a un cuarto artículo de Lucía Rossi que nos amplía la perspectiva desde fuera de nuestras instituciones. 

Quizás  con la historia se trate también de eso, de reconstruir realidades colectivas a partir de ficciones incompletas y singulares, subjetivas, refractarias a cualquier idea de totalidad.

La sección Vórticede este número debate en torno a una pregunta que nos planteamos: ¿Quién puede ser analista?. Su editora, Lúcia Palazzo describe en una introducción los temas que se despliegan a través de un conjunto heterogéneo de textos de colegas de toda la región y de EEUU. Allí se tocan aspectos relacionados a la orientación sexual, a las diferencias étnicas, a las condiciones psicopatológicas, etc., y su relevancia relativa a la hora de convertirse alguien en psicoanalista.

En Textual presentamos una entrevista que realizamos al prestigioso escritor mexicano Juan Villoro en torno al tema Realidad y Ficción. Y el dossier prolonga el espacio para la extranjería en nuestra revista al continuar con la serie de textos dedicados a retratar la época del psicoanálisis, el modo en que nuestra disciplina ha impactado en otros saberes. Aquí publicamos artículos escritos por destacados ensayistas de proyección internacional: Mariano Ben Plotkin desde la Historia, Mónica Cragnolini desde la Filosofía, Eduardo Grüner desde las Ciencias Sociales, Esther Díaz desde la Epistemología, Mariza Werneck desde la Antropología; además de un fresco texto de un relevante diseñador brasileño, Ronald Kapaz, donde –como no podía ser de otro modo y tal como sucede en toda buena interpretación psicoanalítica- la forma cobra relevancia como contenido. 

A partir de este año, imprimimos Calibán en otro tipo de papel, que tiene menos brillo y glamour que el papel ilustración que veníamos utilizando pero que facilitará que el lector escribasobre la revista, que cada uno de ustedes, en tanto el interlocutor crítico que imaginamos, se convierta también en un autor.

El backstage de Calibán

Así como quien termina de ver entusiasmado una película en video se tienta por ir a los “extras” para ver más, quizás convenga hacer una especie de making of de Calibán, esbozar su detrás de la escena para que el lector sepa algo de la complejidad de su edición.

Éste es el quinto número de Calibán, reformulación del viejo proyecto de una Revista Latinoamericana de Psicoanálisis, y vale la pena hacer un sucinto balance. Sobre todo porque es sabido que buena parte de los emprendimientos editoriales, de las más variadas disciplinas, naufragan antes de su tercer número, y son pocos los que llegan al quinto con regularidad. Sólo a partir del entusiasta apoyo de los lectores, de quienes participan en su edición y de quienes la apoyan desde sus responsabilidades institucionales ha sido posible llegar hasta aquí.

Este proyecto editorial implica un gran esfuerzo de FEPAL, tanto desde lo creativo y científico como desde lo financiero, operativo y logístico, pues se trata de una revista que aspira a editar dos números al año de alta calidad tanto en sus contenidos como en su forma, en tres idiomas distintos, llegando a su vez a lectores de toda Latinoamérica y de otras regiones. Es un esfuerzo colectivo donde se han comprometido ya tres comisiones directivas de nuestra federación: la que acunó la idea de una nueva revista, presidida por Leopold Nosek, la que colaboró para su institucionalización, presidida por Abel Fainstein, y la que tomará la posta a partir del congreso de este año, presidida por Luis Fernando Orduz. 

Siempre nos tienta ver lo que nos falta por hacer, pero a veces es conveniente también dar cuenta de lo que hemos hecho ya.

Hemos pasado en muy poco tiempo de editar una revista cada dos años a editar dos revistas por año, ambas en ediciones idénticas impresas en dos idiomas en países distintos y quintuplicando la tirada. Además, trabajamos en el lanzamiento de la edición de Calibán en inglés mientras colaboran con nosotros traductores de cinco lenguas diferentes. En la edición de la revista trabajan de un modo u otro –tanto en los rubros editoriales como en los rubros técnicos- unas sesenta personas de toda la región. Por el formato que hemos adoptado, conformado por secciones de distinto estilo y características, podemos albergar la diversidad de voces presente en nuestro continente y a la vez profundizar en las líneas centrales de nuestra práctica. En cada número publicamos una treintena de textos, por lo que en los apenas cinco números que llevamos editados, han podido expresar sus ideas unos ciento setenta colegas y destacados intelectuales. Hemos intentado cuidar que, tanto entre los autores como entre los miembros del staff haya la mayor representatividad posible, tanto geográfica como teórica e institucional. Intentamos reflejar la variedad del pensamiento psicoanalítico latinoamericano y estimulamos permanentemente –con mayor o menor suerte- a autores de posiciones disímiles a enviarnos sus ideas. 

Calibán tiene por supuesto una política editorial –emanada de sus estatutos y consensuada entre los editores y las distintas sociedades de la región- pues no pretende ser una revista aséptica ni anodina sino tomar riesgos, ser osadaen el mejor sentido de la palabra (y es ese significado de “osadía” el que está presente en la palabra antillana caníbal, de cuyo anagrama tomamos nuestro nombre). Pero a la vez, queremos que sea una revista no procustiana, una revista capaz de recibir ideas, formatos, pensamientos diversos que reflejen modos distintos de pensar el psicoanálisis.

Además de a los textos psicoanalíticos –escritos en formas variadas pero donde predomina el género ensayístico- le hemos dado un generoso espacio a extranjeros a nuestra disciplina como escritores, filósofos, artistas, sociólogos, etc. de gran relevancia internacional que nos honran con sus colaboraciones. Extranjeros que también nos han ofrecido su pensamiento en construcción en las entrevistas que hemos publicado, una serie de testimonios que quizás algún día merezcan, agrupados, un formato de libro.

El arte tiene un lugar privilegiado en Calibán. No sólo por el cuidado con que diseñamos y diagramamos cada número, en el modo en que las intervenciones artísticas son tratadas (como si fueran parte de la interlocución) sino por el prestigio de los artistas que nos ceden sus obras. Intentamos hacer una revista que, para aprehender su Zeitgeist, se adelante. Y nada mejor que seguir a los artistas si de eso se trata. En ese punto, también nos gusta pensarnos con alguna osadíaen nuestras elecciones, como puede advertirse en las tapas y retiraciones de este número de Calibán. El instigante trabajo de Marcos López, alejado tanto de los códigos tradicionales de belleza como de los estándares de las revistas psicoanalíticas, pone a la vista un modo tan distinto como provocador de pensar lo latinoamericano.

Mucho se ha hecho y también mucho queda por hacer: hemos podido resolver mejor las complejidades del envío de las revistas a través de un continente que tiene más de veintidós millones de kilómetros cuadrados, servicios de correos ineficientes y trabas aduaneras inverosímiles que tener un sistema de pago ágil y confiable para que la creciente cantidad de colegas que quieren suscribirse a Calibán puedan hacerlo con la misma facilidad con que compran un libro en Amazono pagan sus impuestos on line.  Enfrentamos los obstáculos de este tipo, que en muchos casos son similares a los que enfrentaría una empresa multinacional para distribuir sus productos, sin que FEPAL lo sea: somos apenas un gran grupo de psicoanalistas –y en tanto tales pasamos muchas horas al día encerrados en nuestros consultorios- trabajando con pasión e ingenio para hacer avanzar este proyecto editorial. 

La escuela del fracaso

Quizás sea bueno hacer mención al contexto en el que preparamos este número de Calibán: lo editamos en medio del campeonato mundial de fútbol, celebrado en Brasil y seguido con atención en el mundo entero. No es casual que sea entonces Río de Janeiro, ciudad legendaria donde se jugó la final de la copa, una de nuestras Ciudades Invisibles.

A esta altura está claro que el fútbol, en tanto fenómeno colectivo, ocupa un lugar en la escena del mundo que no encuentra otro parangón, y a partir de las peripecias del torneo se han suscitado apasionados debates en los que los psicoanalistas no han estado ausentes. De entre todos los temas que circularon en emocionantes discusiones, hay dos que nos tocan particularmente: el de la derrota y el de la patria.

Está claro que en un torneo sólo hay un vencedor, y el resto –de un modo u otro- ha de vérselas con el fracaso. Nosotros sabemos algo de eso pues la historia entera del psicoanálisis bien podría describirse como una historia de derrotas. 

Por un lado, en un sentido que cabe recobrar, el náutico: derrotas son las estelas que van dejando los navíos en camino y el psicoanálisis, al haberse expandido por el mundo a partir de la diáspora de unos cuantos pioneros de la Europa Central, ha dejado una serie de huellas que pueden leerse, y a partir de esa lectura puede reconstruirse la historia de nuestra disciplina.

También puede pensarse a las derrotas en psicoanálisis en otro sentido, el militar. Y nuevamente nos revelamos a contramano de cualquier otra disciplina o praxisdel saber humano, donde son los éxitos los que se reseñan, los que se conmemoran en celebraciones y monumentos, los que se describen en las genealogías de cada ciencia.

No ha habido un descubrimiento en psicoanálisis que no haya implicado un resto de pérdida: hubo que perder los hallazgos del trauma real para encontrar los efectos del fantasma en la teoría de la seducción; hubo que perder el anhelo de alineación sin fisuras con la ciencia para encontrar la singularidad de una disciplina que cabalga con dificultad entre ciencia, arte y artesanía clínica; hubo que perder el espacio de primera fila que modas ocasionales nos reservaban para encontrar ese lugar extranjero en la ciudad que tan bien le cabe al psicoanalista; hubo que perder cualquier anhelo de totalidad para trabajar a partir de las astillas con que el atravesamiento de la castración nos deja.

La escritura de Freud, como la de muchos de sus seguidores, tiene siempre un dejo melancólico, aún a la hora de reseñar descubrimientos que podrían haberle desatado un entusiasmo maniforme. Mientras avanzaban sus indagaciones, al igual que las de muchos otros autores, una sensación de pérdida se va adueñando del tono de sus escritos y su enseñanza: el encuentro con lo que no se pudo, la invención que revela sus agujeros y falencias, el optimismo lastimado, seguramente la presencia cercana de la muerte. En nuestros pacientes sucede algo por el estilo: más allá del entusiasmo que encuentra quien se aproxima al final de un análisis, el modo nuevo de habitar su deseo y la liberación de energía que ello implica, hay también una pérdida en  juego. Un aire melancólico invade tanto al analista como a quien se ha tendido por años en un diván cuando llega el momento de irse. 

El proceso de formación de un analista no es acumulativo, no es un cursusque lo podría llevar de modo directo –como en muchas otras disciplinas- a un lugar de prestigio y de saber alcanzado. Se trata más bien de un proceso que, a través de su análisis personal, lo conducirá a asumir su propia pérdida, y es la asunción de una falta de saber lo que le permitirá encarnar la impostura de un saber supuesto para sus analizantes.

Si se rastreara la inabarcable literatura analítica, seguramente ratificaríamos que nuestra disciplina tiene menos que ver con la victoria y el “éxito” que con la derrota y el fracaso.

Quienes editamos Calibán nos hemos acostumbrado a hacer una revista periódica sin certeza ni garantía de que habrá una siguiente. Y quizás ése sea el mejor modo, desde un lugar que no desconozca -como en el fútbol- la posibilidad de la derrota y el fracaso, de que cada vez que acabamos de editar un número ya se avizora el tema del próximo.

En cualquier competencia entre países está presente la tentación chauvinista, el modo en que frustraciones ancestrales buscan redimirse en la arena simbólica del juego, las rivalidades que se amplifican al punto de que es más valioso ver perder al país vecino que ganar al propio. En un continente aún sumergido en dificultades como el nuestro, ése es un lujo que no podemos permitirnos. No podemos permitirnos no alegrarnos por la sorpresa que fue Costa Rica hasta para ellos mismos o por la potencia desplegada por Colombia; no podemos darnos el lujo en Latinoamérica de no protestar por el excesivo castigo a un mordisco uruguayo o no identificarnos con la tremenda presión soportada por el joven equipo dueño de casa; no podemos no disfrutar del crecimiento de selecciones como la chilena o que Argentina haya llegado a la final. Sencillamente se trata de lujos que no nos podemos permitir en un continente tan frágil como el nuestro. No por ahora al menos.  

Y no porque prestemos una atención excesiva a la idea de patria, ni siquiera a la latinoamericana. De hecho, en psicoanálisis conocemos bien la barbarie a la que se ha llegado explotando las pasiones nacionalistas y tenemos un aparato teórico capaz de desmenuzar buena parte de los resortes de los fenómenos de masa que allí se desencadenan. No es tampoco un dato menor que nuestros pioneros –Freud el primero- hayan sido habitualmente un grupo de apátridas que han tenido que ir de un país a otro, ni que el lugar de analista se identifique bastante bien con el de extranjero. No nos podemos permitir el lujo de no formar una comunidad por el hecho de que, para bien o para mal, en Latinoamérica nos une el mismo tipo de dificultades, la misma distancia a los centros de poder económico o intelectual, las mismas lenguas menores.

Esta revista surge de la convicción de que hay lujos que no podemos darnos. Y aquí cobra relieve un tercer punto que la copa del mundo pone de relieve: el del equipo. No hubiéramos podido llegar a este quinto número de Calibán sin un equipo. Un equipo aún en proceso de consolidación pero lo suficientemente grande como para no poder nombrarlo aquí (aunque todos sus nombres y funciones están consignados en la página del staff).

Un equipo que podría ser un seleccionado latinoamericano, donde hay editores de Brasil, de Colombia y de Uruguay; donde hay secciones coordinadas por colegas que viven en Argentina o en Venezuela; donde pueden trabajar juntos traductores de Montevideo o de San Pablo con diagramadores de Córdoba o un coordinador en Mendoza. Un equipo que seguramente irá asentándose a la vez que permitiéndose cambios y dando lugar a los nuevos jugadores que vendrán. Un equipo que pretende ser mejor que cada uno de sus integrantes, por supuesto, pero también mejor a la mera suma de todos. 

No es sencilla la integración de un equipo de trabajo que habla distintas lenguas, vive en distintos países y en muchos casos ni siquiera se conoce las caras, pero ésa ha sido la apuesta de esta revista desde un principio. La revista que entre todos y en complicidad con autores y lectores hacemos por supuesto es perfectible: intentamos que cada nuevo número sea un poco mejor al anterior, y es el lector quien juzgará el producto final de nuestro trabajo.

Pero, volviendo a los temas del fracaso y de la patria, hay una filigrana que atraviesa de modo casi invisible este número, que quizás se transparente pero que no es ocioso explicitar: mientras lo editábamos, mirábamos los partidos del “mundial”. Mientras nuestros respectivos países triunfaban o caían derrotados en la copa del mundo, mientras ascendían de una instancia a otra o se despedían de tierras brasileras, mientras el mercado de apuestas se tensaba, se aplicaban sanciones injustas o discutían referatos y en medio de una ensordecedora guerra de consignas y cánticos nacionalistas… en medio de todo eso, una catarata de correos electrónicos circulaba entre nosotros, de un país latinoamericano a otro, a contracorriente de las mayorías, donde se deshacían los bandos (o casi, admitámoslo), y cada uno alentaba al país del otro. Como si fuéramos no sólo un equipo, sino una gran hinchada. 

En tanto juego, el fútbol tiene mucho de ficción también. Sin por ello dejar de ser una realidad. Y sólo incluyendo lo ficcional –sus míticos príncipes Messi y Neymar, estrellas fulgurantes como James Rodríguez, luchadores como Mascherano o caníbales irredimibles como Luis Suárez- puede darse cuenta de su particular realidad. Esa realidad mítica latinoamericana es la que intentamos destilar con los instrumentos que el psicoanálisis nos aporta, y que imprimimos, como cualquier otra leyenda, en cada número de Calibán


[1]– ¿No va a usar la historia, señor Scott? – Esto es el Oeste, señor… cuando la leyenda se convierte en realidad, se imprime la leyenda.