Márgenes

Excéntricos

En el momento en que el primer número de Calibán RLPveía la luz, en octubre de 2012[1], en la misma ciudad, San Pablo, tenía lugar su XXXava. Bienal, quizás el evento de arte contemporáneo más importante de nuestra región. Allí, entre  111 exponentes de la vanguardia de medio mundo, una de las muestras del pabellón diseñado por Niemeyer llamaba la atención de los visitantes –muchos de ellos psicoanalistas que nos escabullíamos de las sesiones del congreso latinoamericano para husmear lo que el arte tenía por decirnos- dejándonos boquiabiertos.

El espacio más generoso de la bienal estaba destinado a alguien desconocido para mí llamado Arturo Bispo do Rosário. En una mirada retroactiva, no es casual que haya compartido el mismo cielo paulista junto a la revista que el lector tiene entre manos, apenas parida. Pues Bispo –el artista cuyo trabajo está en la tapa y retiraciones de este número de Calibán RLP– es punto por punto una encarnación del personaje de la tragedia shakespereana. 

Este artista de los márgenes –referente ineludible del arte contemporáneo brasileño– vivió más de medio siglo en un hospicio, diagnosticado como un esquizofrénico paranoide. En su cosmovisión delirante, se creía llamado por Dios a reproducir el universo en miniatura, a inventariarlo. Y lo hizo con los materiales a los que tenía acceso: residuos, trastos viejos, restos de madera y utensilios en desuso, plásticos, basura, hilos destejidos de prendas que luego reutilizaba en bordados exquisitos. 

Aún inclasificable, no podríamos pensar en un artista que encarne mejor la figura del marginal que Bispo: negro, loco, pobre, latinoamericano, artista. Aún así, o justamente por eso, desde su encierro logró codificar el mundo de modo inédito e incita aún hoy con su trabajo la reflexión de muchos, a ambos lados del océano que nos separa de Europa. 

Bispo consiguió sobrevivir a costumbres psiquiátricas más ligadas a electroshocks, lobotomías o chalecos químicos que a la disciplina de la escucha que practicamos a diario los psicoanalistas; y luego logró ser distinguido, elegido, ya no sólo por la Divinidad en la que creía, sino por otra, la Academia, que le reconoció la autenticidad que solo puede nacer de un absoluto desinterés por el reconocimiento. Sin haberse considerado él mismo jamás como un artista, sin habérselo propuesto e incluso sin haberlo sabido. Pues ya estaba muerto cuando fue objeto de exposiciones en la bienal de Venecia o en museos de Londres y París, o en la Bienal de San Pablo donde nos encontramos con su obra.

Poner este número de Calibán RLP bajo el auspicio de este artista de los márgenes, hacer convivir nuestros textos con sus imágenes, es una toma de partido. Reconocemos así que el personaje de Bispo podría ser la contracara, un heterónimo incluso, del personaje de Calibán. Por eso su obra puede interpelar los textos que nuestra revista acoge desde hace siete números ya.

El reverso de Penélope

Lo cierto es que Márgenes–el tema de este número- y Calibán mismo, en tanto publicación- funcionan como una suerte de pleonasmo. Pues el lugar de enunciación de esta publicación es precisamente el margen, desde su primer número. No por capricho, ni siquiera por destino –aunque el lugar reservado a América Latina en la representación habitual del planisferio sea precisamente el del margen inferior izquierdo- sino más bien por elección.

Los márgenes –incluso los márgenes de las hojas abiertos a las anotaciones del lector- representan el lugar por donde se oxigena al texto, su apertura a lo extranjero del pensamiento de quien lee, a la fecundación por lo Otro que cuestiona lo Propio.

Pensamos a Calibán desde los márgenes al centro, y de ese modo pensamos también al psicoanálisis. De la periferia al centro, a partir de los desechos –de la cultura, del yo, del capitalismo- que abundan en los márgenes.

Toda la obra de Bispo –como la escucha de un psicoanalista- se efectúa sobre restos. Su trabajo, de una belleza devastadora, da cuerpo a objetos que no son ajenos a los objetos de los que se ocupa el psicoanálisis. Es alimentándose de esos restos, esos detritos rechazados tanto por la ciencia como por el sentido común que el psicoanálisis pudo inventarse y con los que sobrevive y crece. 

La tarea del psicoanalista es escuchar pacientemente el relato alienado de quien, tendido en su diván, cuenta quien cree ser, ignorando la alienación en la que se funda y el costo sintomático que paga. Cada analista acompaña a su paciente a destejer ese relato hilo a hilo para poder construir así, a menudo con los mismos hilos, uno nuevo que permita una libertad subjetiva inédita. A esa extraña tarea, inversa a la de Penélope -que teje de día para destejer de noche- nos dedicamos los analistas durante nuestras jornadas de trabajo. Destejemos para tejer.

Y no estamos lejos –tanto los analistas como nuestros analizantes- de lo que hacía Bispo, descosiendo y destejiendo lo que le ofrecía la miserable vida del hospicio para allí mismo, con la misma materia, bordar maravillas. Ya no para acatar delirantemente mandato alguno, sino en todo caso para deshacernos de cualquiera que constriña nuestra libertad de pensar.

Pasemos revista ahora al modo en que, con los hilos que disponíamos, hemos podido coser el número de Calibán que el lector tiene entre manos.

No siempre los editores acordamos con lo que se publica, y mucho menos con lo que queda afuera. No siempre elegimos los hilos con los que debemos bordar. Los textos son sometidos a un proceso de evaluación independiente y parametrizada, a doble ciego, por revisores elegidos por las sociedades componentes de FEPAL. Lo mismo sucede, más aún, con los trabajos premiados, en cuya selección no nos cabe injerencia alguna en tanto editores. Cada vez recibimos más trabajos para su publicación, y es imposible publicar todo lo que nos llega: queremos agradecer a los autores su entusiasmo y compromiso con el intercambio de ideas, e instarlos a que continúen enviando sus propuestas para las secciones doctrinarias de la revista.  

En la sección Argumentos y su contraparte, Fuera de campo, publicamos artículos, escritos por analistas latinoamericanos, que exploran los márgenes de nuestra disciplina. Completamos además en este número la publicación de los trabajos premiados por FEPAL en el último Congreso. 

En Vórtice, exploramos a través del aporte de autores latinoamericanos y europeos un tema clásico, concepto fundamental y contraseña de pertenencia al mundo psicoanalítico, el de inconciente. Apenas una propuesta para retomar la discusión. Y si hay algo que queda claro de este debate clásico y a la vez inacabado es que no todos hablamos de lo mismo cuando hablamos de inconciente.

En De memoriatrazamos un perfil de Isaías Melsohn y en Clásica & Moderna una puesta a punto del pensamiento y la figura de David Liberman.

Márgenes del texto, del cuerpo, del mundo

Hay zonas de la revista que son una suerte de zonas erógenas del corpuspsicoanalítico: zonas de intercambio entre lo propio y lo ajeno, zonas de borde, zonas fecundas, fuente de un placer tan intenso como la perplejidad a la que dan lugar.

El dossier es una de ellas. El de este número explora otros márgenes, los del cuerpo, los orificios en torno a los cuales se organiza nuestra erótica. Los cinco sentidos y las zonas de borde que les dan nombre y sentidoa su vez, nos permiten acercar a nuestros lectores textos de autores reconocidos que están aquí para fecundar nuestro pensamiento analítico. Pese a ser fundamentalmente una disciplina de la escucha, e incluso inventora de una modalidad inédita de la misma, toda la sensualidad está en juego en el psicoanálisis. Esta sección quizás nos permita –mientras leemos- afinar nuestra capacidad de palpar, de gustar, de oler, de mirar lo que escuchamos, y hacer aparecer así sentidos inéditos en lo que se nos cuenta.

El Extranjero es otra de las secciones de borde, marginales –y por eso mismo centrales- en la fabricación de cada número de la revista. Este espacio lo ocupa un artículo inédito de Beatriz Sarlo, Episodios en el margen.

La sección Ciudades Invisibles de este número está dedicada a Montevideo, esa ciudad ubicada en uno de los márgenes del Río de la Plata y en el estrecho margen espacial que –como señala la autora del texto- le dejan países de otra escala como Argentina y Brasil. Ciudad capital con aire provinciano, ciudad generosa a más no poder con esta revista que hoy la retrata, no por azar es la sede de la federación a la que pertenecemos.

En Extramuros publicamos textos que nos recuerdan que nuestros consultorios no están fuera de la escena del mundo. Tanto como nos lo recuerdan los magníficos dibujos de Carlos Alonso que con crudeza y lucidez ilustran los interiores de la revista.

Periféricos

Siempre con demora pero a la vez con sagacidad para perseguir las huellas que dejan los artistas, en Calibán estamos a la espera, en la búsqueda, de lo nuevo. 

Estamos seguros que no sólo hay dolor en los márgenes –como reza uno de los artículos que publicamos- sino también un saber en ciernes. Y nuestro compromiso estriba en ser capaces de descubrirlo, alojarlo, propiciarlo incluso.

Como Bispo hizo con su mundo, intentamos recrear el mundo analítico, revisitar la tradición y a la vez crear un espacio para que algo de lo nuevo, con suerte, pueda ser publicado en nuestras páginas. No somos tan miopes como para pensar que estamos a la altura de nuestro propósito, no siempre todo lo que publicamos está a la altura de lo que nos gustaría publicar. Nosotros mismos, en tanto editores, ejercemos nuestro trabajo de forma imperfecta, en tanto aprendices.

Aprendemos de Bispo, de su excentricidad. Pero excentricidad no sólo es extravagancia: implica también que no haya centro, o en todo caso que haya diferentes centros. Tal es también el lugar de América Latina, pensaba el mexicano Sergio Pitol, un lugar excéntrico. Como lo es el lugar del psicoanalista, tanto en términos de rareza como de extranjería e incluso de marginalidad.

Nuestra apuesta es clara: construir un lugar donde algo original pueda ser dicho. Sin renegar de lo que hemos aprendido de los autores clásicos, de lo que puede seguir nutriéndonos de los países centrales –se trate de Christopher Bollas o Antonino Ferro, Guy Le Gauffey o Julia Kristeva entre tantos otros- tenemos la firme sospecha –lo que quizás no sea sino otra forma de la esperanza- de que cualquier renovación psicoanalítica provendrá de los márgenes. 

De los márgenes en que otras disciplinas fertilizan nuestro pensamiento y lo salvan de las tentaciones autoeróticas tan afines a la homeostasis institucional. Pero también de los márgenes del mundo, sean estos occidentales –como el que ocupan nuestros países- u orientales –en ese vasto territorio que comienza en Europa del Este y termina quién sabe dónde, quizás en esa conjeturada cuarta región de IPA-, allí donde la curva de desarrollo y expansión del psicoanálisis es proporcional a la frescura de su (re)descubrimiento.

Una publicación como Calibán RLP implica un producto, al que cada vez nos cuesta trabajo arribar y cuando lo hacemos lo experimentamos con una extraña mezcla de satisfecha liberación y tristeza. Pero sobre todo implica un proceso, un camino. Ese camino estará justificado –sólo en el a posteriori, la lógica temporal más afín al psicoanálisis- si logramos acoger e incluso estimular, ideas nuevas y fértiles.

En cierta lógica de producción y difusión del conocimiento, el saber se difunde del centro a la periferia. En la periferia suele consumirse lo producido en el centro. Sin embargo, un mundo caótico, huérfano de certezas y de grandes relatos ordenadores –aún dentro de la comarca analítica- está lleno de oportunidades para el pensamiento. Los grandes centros de irradiación de ideas ya no son lo que eran; sucede incluso que cuesta identificar cuáles son los centros en la contemporaneidad y no sería aventurado quizás imaginar un mundo de periferias sin centro. 

Ese espacio preñado de futuro quizás pueda ser aprovechado por nosotros para proponer ideas que se alejen de las motherboardspotenciando nuestra autonomía y pensamiento crítico en tanto periféricos[2].

Cada número de Calibán es pensado de modo diverso, desde la periferia al centro aún hacia dentro del equipo editor. Por eso una sección íntegra puede surgir de un equipo paulista o carioca o montevideano. En la compleja tarea de editar cada número de Calibán, intervienen muchas personas, pequeños grupos que reflejan pasiones, intereses, incluso prejuicios, filias y fobias distintos. Procesar esa diversidad, albergarla, potenciarla en su sinergia posible, es una de las tareas que nos ocupa. Agradecer todo ese trabajo creativo e intenso y no siempre plenamente reconocido, es mi reiterada y orgullosa obligación en estas páginas.

                          Mariano Horenstein

                          Editor en jefe – Calibán Revista Latinoamericana de Psicoanálisis


[1]Allí se refundaba la Revista Latinoamericana de Psicoanálisis, que aparecía bianualmente desde hacía más de una veintena de años, con el nombre añadido de Calibán y una periodicidad, formato y estilo novedosos. Decidimos mantener entonces la antigua numeración, apropiarnos calibánicamente de lo mejor de la tradición sin resignar un auténtico gesto de invención.

[2]En informática, los periféricos ocupan el lugar de lo marginal. El término se refiere a los dispositivos que le permiten a una computadora –en cuyo centro, la “CPU” (unidad central de procesamiento) reside la capacidad de procesar la información- ingresar datos, como un teclado, o mostrarlos, como un monitor, o almacenarlos, como una memoria externa. El corazón de ese centro neurálgico de información lo ocupa lo que en inglés se conoce como motherboard, la placa central.