Lo que no se sabe

Próxima B, Freud & Mendeleiev

Tiempo atrás, un grupo de científicos japoneses informó el descubrimiento del elemento 113 de la tabla periódica, el nihonio. Casi al mismo tiempo, otro grupo de científicos, desde una universidad de Londres, anunciaba el descubrimiento de Próxima B, un exoplaneta que podría tener condiciones similares a la Tierra. A su modo, trabajando en territorios tan distintos como los elementos desconocidos que componen la naturaleza y el espacio sideral, ambos equipos de trabajo lograron hacer cognoscible algo que, hasta ese momento, no se sabía.

Nada mejor que explorar el modo que tienen los científicos de abordar el terreno de lo que no se sabe, para aproximarnos al tema de este número de Calibán,para pensar al psicoanálisis desde alguna distancia. Que trabajemos a una escala distinta de los científicos que anunciaron al mundo sus logros no implica que no afrontemos las mismas dificultades, que no nos encontremos con la misma falta de certezas, que no precisemos el mismo coraje para enfrentar el riesgo de pensar.

Por lo general, los científicos tienen cabal conciencia de lo fragmentario de su conocimiento y el trabajo de sus vidas consiste en arrancar a lo desconocido apenas unos milímetros cuadrados de terreno y colonizarlos, hacerlos inteligibles aunque más no sea de modo provisorio. 

Pero la perspectiva científica no es la única. Los artistas tienen también un lazo visceral con lo que no se sabe, por lo pronto con lo que no saben de ellos mismos, esa mina de la que extraen los materiales que funden en sus obras.

Los técnicos, en general y por definición, se ubican de un modo distinto frente a lo que no se sabe. Forzados a practicar una disciplina, a ganarse la vida a través del ejercicio de su profesión, están obligados a obtener resultados y a ejercitarse en cierto semblante de saber, al menos de un saber hacer. Un ingeniero civil, un tornero o incluso un médico clínico han de poder operar con ese saber adquirido a través de generaciones. Aún así, deberán contar con el imponderable de la naturaleza, el errático comportamiento de algunos materiales, las zonas oscuras del genoma humano y lo imprevisible de las respuestas individuales.

Los psicoanalistas tenemos un trabajo que pivotea entre estas distintas posiciones, la del trabajo científico, con sus inflexiones metodológicas particulares en nuestro campo; la del arte o la artesanía clínica, con su acento en el estilo singular; la de la práctica liberal de la profesión con la que nos ganamos la vida. Y a menudo este último aspecto, con el necesario hincapié en sostener un semblante de saber, se convierte en un sostén identificatorio prevalente. Ahí es cuando los psicoanalistas a menudo olvidamos la incómoda navegación en lo que no sabe para asentar nuestra escucha en el mullido territorio de lo que, con mucho esfuerzo, hemos podido conocer. 

Las teorías, todas ellas, son modos de hacer inteligible la oscuridad y permitirnos orientarnos en ella. Siendo a la vez mapas y brújulas, son fundamentalmente conjeturas. Así lo han sostenido habitualmente quienes las propusieron: conjeturas eficaces para navegar en una clínica que -de modo paradójico- estas mismas teorías inventan. 

Octave Mannoni lo estudió bien: Freud forjó sus teorías a partir de las interpretaciones que se le ocurrían. Nosotros en cambio, sus seguidores, tendemos a extraer nuestras interpretaciones de las teorías. Olvidamos su carácter provisorio, conjetural, perfectible y arbitrario para abrazar el saber que nos ofrecen como una tabla de salvación. 

Y no porque existan territorios vírgenes: es imposible pensar en un territorio sin un mapa, y las teorías que disponemos, más o menos explícitas, son nuestros mapas. Solo que hasta los mejores mapas tienen zonas de sombra, bordes donde el terreno se hace cada vez más impreciso y nuestra orientación es más precaria: lo que no se sabe, lo que no se sabe ya, lo que no se sabe aún, o lo imposible de saber. 

El viaje que proponemos en este número de Calibán, apenas una invitación a algo que ojalá continúe más allá de sus páginas, es a adentrarnos en ese territorio en el que la desorientación, la incomodidad y la incertidumbre son la regla.

Entonces, a tono con esa posición, pensamos una propuesta a desplegar de algún modo en Argumentos. Por un lado, en una apuesta posible, interrogar qué lugar ocupa en cada cuerpo teórico lo que no se sabe, cómo se lo nombra, qué figuras –Real,OMás alláombligo, por citar algunas de ellas- lo describen mejor. Por otra parte, una invitación difícil, quizás imposible: pensar desde cada teoría aquello de lo cual esa misma teoría noda cuenta. 

Mendeleiev acude aquí al auxilio de Freud, si tomamos como modelo su invención, la tabla periódica de los elementos. Allí se ubican, con sus características precisas 118 elementos que hacen a la complejidad del mundo. Tanto como están consignados elementos que ya no existen, se figuran otros, no descubiertos aún pero cuya existencia es posible anticipar. Desde lo que sí sabe, Mendeleiev hace lugar en su construcción a lo que no sabe aún y nos da así un modelo para pensar en qué medida nuestras teorizaciones permiten que lo no sabido encuentre lugar en ellas. Sin esa orientación, las teorías se convierten en circuitos cerrados que no dejan fisura alguna, totalidades, pequeñas cosmovisiones que nos tranquilizan licuando nuestras incertidumbres clínicas.

Mientras los químicos estudian micromundos, otros científicos escudriñan un universo de tal magnitud que hace trizas cualquier pretensión de saber. La familiaridad de los astrónomos con la incertidumbre deviene un modelo para pensar nuestro oficio y también da lugar y organiza el dossierde este número: lo que tampoco se sabe, más allá del psicoanálisis.

La irrupción de la palabra hablada

Desde su origen, Calibánaloja un contrapunto de secciones con formatos y estilos distintos. Este modelo nos ha permitido darle agilidad y vivacidad a su lectura, por un lado; por otro lado albergar pensamientos propios y ajenos a nuestra disciplina evitando forzamientos innecesarios; y por otro lado –last but not least– aumentar la cantidad de voces que se hacen oír en la revista. 

Así, secciones que albergan textos en un formato académico coexisten con ensayos más libres en fu factura o con pequeñas contribuciones que se prestan bien a debates polifónicos. Dentro de este modelo, una de nuestras secciones, Textual, está reservada a entrevistas. Hasta ahora, hemos privilegiado allí a intelectuales, artistas, escritores de relevancia internacional y con fuertes lazos con el psicoanálisis, sin ser ellos mismos psicoanalistas. Hemos tomado esa decisión para evitar en la medida posible rispideces, sesgos posibles a la hora de elegir a los entrevistados entre los múltiples paradigmas psicoanalíticos presentes en nuestra región.

En este número, Textualincluye una entrevista que hiciéramos en Londres a Hanif Kureishi, uno de los escritores contemporáneos más reconocidos, analizante entusiasta y observador lúcido del psicoanálisis. Pero además, sin habérnoslo propuesto casi, ese formato -el de la entrevista- invade como una hiedra, viralmente casi, otras secciones que no solían utilizarlo.

Así, en El Extranjero, publicamos los restos de una conversación, fragmentos rescatados de un diálogo mantenido, de manera tanto presencial como virtual, con un científico de fuste y con fuertes lazos con nuestra disciplina, Alberto Kornblitt, acerca de lo que no se sabe.

EnClásica & Moderna, en esta oportunidad dedicada a rescatar el pensamiento de Avelino González, el formato que elige su autor es el de una entrevista ficcional, al estilo de esa mayéutica que Freud imaginaba a menudo para anticipar preguntas u objeciones a sus tesis y argumentar siguiendo el hilo de un diálogo imaginario.

Que una sección dedicada a ensayos que rescatan y actualizan el pensamiento de nuestros maestros y otra dedicada a las ideas de extranjeros a nuestra práctica, además de Textual, apelen a la entrevista como forma, ha de querer decir algo. Y podemos aventurar de qué se trata esa marca que imperceptiblemente se nos impone, la de la oralidad.

Nuestra práctica analítica es una práctica de la oralidad. La asociación libre es una forma de oralidad, la interpretación e incluso el silencio atento del cual ésta surge también lo son. Aún cuando lo escrito tenga un estatuto ineludible en nuestro trabajo, aún cuando el analista no solo escuche sino también lea lo que escucha, lo oral tiene indudable protagonismo en psicoanálisis, que bien podría considerarse un heredero legítimo de la tradición narrativa oral que daba cuenta como ninguna otra de la experiencia humana.

Que una publicación, es decir un conjunto de escritos, recobre la palabra hablada, se deje inundar por ella, quizás sea una indicación preciosa a registar, un detalle a no perder de vista. Quizás nos hable de la necesidad de construir -de escribir y de editar- textos más leves, más ágiles, incluso más breves. Más permeables al inconciente y contaminados por sus formaciones, más parecidos a lo que sucede en las sesiones analíticas, ese espacio que justifica nuestras publicaciones, ese formato fresco que restituye la potencia y la encarnadura corporal a lo que se dice, que a veces la presión del cientificismo tiende a obliterar.

La posibilidad de lo imposible

El tornado de nuestra tapa, la espiral de viento y arena en el que un frágil artista se adentra corriendo y lo filma, da cuenta de la precariedad de nuestras certezas y figura ese punto donde, para saber, hay que animarse al peligro de su vórtice. Quizás no por casualidad nuestra sección Vórticeesta vez esté dedicada a las turbulencias en la práctica analítica, rastreada a través de testimonios de nuestro convulsionado mundo actual.

La gráfica de este número alude a lo que no se sabe, y los artistas -que sí saben que no se saben- nos ayudan a hacerlo visible. Junto a las astrofotografías de Carlos Di Nallo, los mapas y croquis de Margarita Nores y Daniel Villani, mostramos esta vez el trabajo de Francis Alÿs, uno de los artistas contemporáneos latinoamericanos -aunque belga de nacimiento- más relevantes. Además de las figuras del nihonio o Próxima B, la del torbellino que registra Alÿs  son maneras de balizar ese espacio en el que escuchamos a tientas, el que más nos interesa, el de la situación analítica y sus huracanes transferenciales.

Alÿs -quien sí que sabe algunas cosas- anticipó algo en The loop, obra en la que, resistiéndose a atravesar el muro que pretende dividir a EEUU de México, circunnavegó medio mundo, de México a Panamá y Chile, pasando por Oceanía y Asia hasta llegar al fin, luego de un mes de viaje, a EEUU. Con sutileza denunciaba así ese muro ignominioso que duplica en concreto la frontera de agua del Río Grande, el espacio de América Latina, el de FEPAL. Otro muro invisible también es el que obliga, en otro loop, a tener que apelar a tres vuelos para unir dos ciudades que se hallan en el mismo paralelo, separadas por menos de 1400 km pero que no pertenecen al mismo país ni son capitales. Toda una metáfora de la dificultad que enfrenta la circulación del conocimiento en Latinoamérica, donde es más fácil recibir libros o invitados de Francia o Inglaterra que de un país vecino. Ese muro a franquear es el que nos lleva a difundir desde Calibána autores de la región, en este caso a Vida y Luis Prego e Silva y a Avelino González, desconocidos en muchos de nuestros países. Y también a incluir semblanzas de nuestras ciudades latinoamericanas, en esta oportunidad Ciudad de México, la antigua y orgullosa Tenochtitlán, la ciudad de Alÿs.

Alÿs se nos aparece como una cantera. Junto al huracán y al loopque elude fronteras y que encuentra lejos lo que está cerca, hay dos imágenes más que extraemos de su trabajo pues iluminan el nuestro, el de analistas y también el de editores. 

Cierta vez se propuso reunir, en las afueras de Lima, a 500 hombres con palas para mover unos milímetros un desierto de arena. Ese trabajo sisífico, hiperbólico, imposible, remeda al de nuestra profesión analítica y también, de algún modo, a nuestra tarea editorial, la de modificar el desierto grano a grano. 

Cuando el artista se propuso arrastrar un bloque de hielo por las calles de México, durante nueve horas y hasta que quedara reducido a nada, ilumina otro aspecto de nuestros empeños analíticos que por momentos parecen, frente a las fuerzas que enfrentamos, un trabajo inútil. Y también evoca ese otro trabajo, veremos si inútil o no, el de editar una revista latinoamericana que esté por encima de nuestras propias limitaciones. Hay ahí otro muro a sortear, que como todo muro tiene sus guardianes y apologistas. El trabajo de los editores de Calibán, secundados por una cincuentena de colaboradores, a lo largo de los últimos seis años, es también un modo de dibujar con esfuerzo, cada vez, un nuevo looppara hacer posible cada nuevo número de esta revista.

Nuestro equipo editorial, tan capaz de investir como de resistir, también muta: se adapta a entornos distintos, escapa al fatalismo de la selección supuestamente natural que deja pocas publicaciones en pie, se dinamiza con la nueva gente que lo conforma, con los nuevos lectores que con complicidad va sumando. 

Este equipo es a esta altura una máquina editorial que produce un objeto -nunca apenas un “producto”- único, singular, con marcas de autoría grupal. A diferencia del dispositivo analítico en el cual producimos singularidad (en cada paciente), a partir de singularidad (la del estilo de cada analista), en Calibánproducimos singularidad a partir de una empresa colectiva. 

Y asumimos un riesgo allí. El riesgo de pensar, de imaginar y de hacer una revista que se diferencie de otras revistas, tan válidas como ésta. No hay invención, no hay descubrimiento posible sin riesgo. Nada de lo que importa en la vida es sin riesgo y trabajar en equipo es un modo de adentrarnos con alguna protección en ese vórtice, en el carozo de lo que no se sabe. Así intentamos aproximarnos a nuestras zonas oscuras, cernir los últimos elementos de la tabla -imaginados aunque inhallados aún-, descubrir nuevos planetas, ojalá habitables.

Formar parte de esta aventura, haberla liderado incluso durante un tiempo, y ver cómo va convirtiéndose en algo nuevo, mejor, no deja de producirme un singular orgullo. Con ese orgullo, con renovado entusiasmo, los invito a leer lo que hemos preparado esta vez.

Mariano Horenstein