Presentación de “Tu/Mi placer”, de Graciela de Oliveira y Luis González Palma
I) Es extraño el amor.
Si me permiten alguna digresión, quiero empezar contándoles una historia de amor. La historia de amor de dos artistas, performerspara más datos.
Presentar un libro tiene algo de performance, así que no estaríamos tan fuera de tema.
Los dos artistas -algunos quizás lo hayan adivinado- son Marina Abramovic, serbia, y Ulay, alemán, quienes se encontraron por primera vez en una galería de arte cuarenta años atrás, el año del golpe. A partir de ahí, durante más de una década, convirtieron su historia de amor en una secuencia de obras de arte.
En una de las performancesse gritaban uno al otro durante casi diez minutos, cara a cara, hasta literalmente quedarse sin voz.
En otra la toxicidad del amor quedaba de manifiesto: respiraron boca a boca durante veinte minutos hasta caer desvanecidos, los pulmones de cada uno llenos del anhídrido carbónico del otro.
En otra sostenían entre ambos un arco y una flecha en tensión extrema apuntando al corazón de ella; el menor descuido hubiera terminado en un asesinato.
En otra performanceambos estaban unidos por sus cabellos trenzados entre sí, espalda contra espalda, intentando, y fracasando una y otra vez en el intento, separarse durante 17 horas. Una última hora permitía al público ser testigos tanto de lo que los ataba como de lo que quedaba de ese lazo tras el paso del tiempo.
Cuando, luego de doce años de relación, decidieron ponerle fin, el testamento artístico de la pareja fue The lovers, el video de una caminata de 5000 km por la Gran Muralla china. Marina comenzó caminando desde el Mar Amarillo, Ulay desde el otro extremo, el desierto de Gobi, y luego de 90 días de caminata se encontraron en el centro. Se abrazaron y continuaron su camino en direcciones opuestas, solos.
Más de veinte años después, en el MoMA de Nueva York, se organizó una retrospectiva de Marina Abramovic, The artist is present. Allí, durante tres meses, ocho horas al día, la artista se sentaba frente a una mesa y una silla vacías. El público, que hacía cola por horas, se sentaba de a uno frente a ella, quien permanecía en silencio cerrando los ojos al cabo de un minuto con un extraño en frente, y abriéndolos cuando el siguiente extraño se hubiera sentado ya. Un documental registra su sorpresa, y su emoción, cuando un integrante del público al que le había tocado su turno al fin, se sienta y la mira. No era otro que su ex compañero, Ulay.
II) Así es el amor, un asunto complejo.
Esta larga digresión se justifica, me parece, pues este libro también trata acerca del amor. Podría incluso ser el manifiesto amoroso de una pareja de artistas, sus uniones y sus separaciones. Un tratado sobre el amor, sus perplejidades, sus consecuencias. Un tratado que no aspira a ninguna universalidad, y es por su singularidad por lo que vale.
Este libro es la crónica de una historia de amor. Como todas, con vaivenes, encuentros y desencuentros, cortes y búsquedas de esa fusión que se revela imposible. Este libro es la bitácora del amor de dos artistas, su registro íntimo, y avanza hasta su descarnado límite, donde se desnuda el desacople estructural, la certeza de no encajar, la soledad última. Eso que el psicoanálisis dice, de modo provocador y sentencioso con la frase “no hay relación sexual”.
Porque el tu/midel título engaña como engaña el amor. Promete a los enamorados una simetría que se mostrará tarde o temprano imperfecta. Hay belleza en el espejismo, claro, pues de eso se trata en el encuentro de dos faltas que sólo se revelarán como tales –“revelarán” en el sentido en que un negativo fotográfico se revela- cuando el espejismo caiga.
Lo que no encaja aparece no sólo en los contenidos, sino también en la factura formal del libro: no encajan siempre los textos con las imágenes, no encajan los bordes de las fotografías con el filo con que las hojas –a sangre, en jerga editorial- las cortan. Las escansiones que organizan el libro subrayan que nada encaja del todo, y ahí reside uno de los hallazgos del texto, que cobija el desencuentro del amor sin idealizarlo en absoluto.
En el ensamblaje de fotografías y textos, de poemas y dibujos que es este libro, se trata de una mostración. Como allí mismo Graciela escribe: Él muestra con imágenes/Yo muestro con palabras. Las palabras -como decía Beckett sobre la escritura de Joyce- no son necesariamente para ser leídas, son para que se las mire y escuche. No es una escritura acerca de algo, es ese algo. Cuando el sentido es dormir, las palabras se van a dormir. Cuando el sentido es bailar, las palabras bailan…Las palabras de Graciela se enamoran y se desencuentran con las fotografías de Luis, se acompañan o se ignoran, se desoyen o se encandilan.
Cada uno podrá reconocer allí sus propias alegrías y desventuras en torno al amor. Lo que los artistas hacen es contarnos/mostrarnos las suyas. Lo hacen a través de este libro que puede mirarse también como si fuera un álbum de fotos de familia. También podría ser el guión –escrito retroactivamente- de una love story, una película en la que incluso los hijos, en tanto efecto encarnado de ese amor, están en el casting. También un equipo técnico interminable –que aparecerá al final, como en los créditos de las películas- en el que la amistad y la vecindad –otras formas del amor- también están presentes. Como lo está aquí hoy, en el gusto con que Gabriela, Rodrigo y yo pagamos esta amistad que nos enorgullece.
La vida convertida en obra de arte, y la posibilidad de asomarnos y participar de esa escena, como voyeurs. Siempre el arte convoca al espectador en ese sentido, en este caso convoca a asomarse a la intimidad de una pareja, sus cuerpos, lo que se separa de sus cuerpos –todo un capítulo juega por ejemplo en torno a una cabellera- sus viajes, sus cartas, el trabajo conjunto, hasta el punto en que el amor encuentra un límite en lo que no se acopla, el punto de imposible al que tarde o temprano se arriba y con lo que se ha de aprender a convivir.
III) Este libro es un artefacto sensual, no solo en el sentido erótico –que también lo es- sino también en tanto compilación de estímulos sensoriales. Lo visual, por supuesto tratándose de un libro de arte. Lo visual que de pronto comienza aescucharsecuando los textos de una de las series juegan con letras de boleros, esas canciones tan sentimentales, tan deliciosamente cursis, tan verdaderas a la hora de contar el amor.
Pero también lo táctil. La materia se transmuta y lo que vemos de pronto nos toca. Y eso se anticipa apenas tomamos el libro físico –lo verán en un rato, cuando lo toquen ustedes mismos- pasando los dedos por él y leyendo con las yemas de los dedos, en sobre y bajo relieve, como si fuera en Bräille- la clave del libro, su título. Un título en anverso y otro en reverso, invisibles ambos, que no están hechos para ser vistos sino para ser palpados.
Lo táctil también se revela en la lengua de señas de una veintena de manos –las de los artistas- que repiten gestos de Anunciaciones clásicas en la oscuridad; o desde sus injertos de piel donde el oro apenas vela la sangre; o en las manos de modelos que tocan con manos de ciego otras que salen desde la bruma.
O en los mismos textos que son en verdad texturas que remedan roces, vacilaciones o caricias.
IV) Todo libro tiene el poder de evocar imágenes en quien lo lee. Quizás los libros que más nos conmueven son los que muestran mayor potencia a la hora de convocarlas. Este libro es fértil en ese sentido, y en tanto presentadores –con Rodrigo- lo que hacemos es compartir con ustedes aquello que este libro, en verdad el mundo que construye, nos evoca. E invitarlos a que se sumerjan en la misma experiencia.
A mí me evocó al amor de Marina Abramovic y a Ulay, como les contaba, o a la voz desgarrada de Chavela Vargas, me evocó a ese palpitar de Sandro, a películas que llevan colores en sus títulos como Terciopelo Azulo Profundo Carmesí, al pegajoso clima del Trópico, al betún de Judea y la trementina, a los amores contrariados que describía García Márquez o la soledad de los marinos de Álvaro Mutis, a los teatros destartalados y vacíos que aún no se convirtieron en templos evangélicos, a formatos fotográficos antiguos como colodiones y ambrotipos, a Almodóvar y a un cabaret de provincia, a los carteles con las camas vacías de Félix González-Torres, a cartas de amor dictadas por analfabetos a quienes pueden escribirlas por ellos, a jazmines y madreselvas, a guayabas y piñas, a la lucidez que encierra la melancolía, a Pedro Lemebel y los melodramas de Manuel Puig, a Oberá y Antigua Guatemala, a la selva y la montaña.
Podrán decir que todas estas imágenes hablan más de mí que de los artistas que fabricaron este libro. Claro que es cierto, pero es su mundo el que ilumina el mío. Tanto como lo hará –de manera singular también- con el de cualquier lector.
Ya para terminar, quiero contarles algo que me sucedió mientras escribía estas notas de lectura. En determinado momento necesité ponerles música, cosa que no me sucede habitualmente. Este libro, cruza fértil de catálogo artístico, libro de poemas, diario íntimo y libreta de familia, es como les decía un guión cinematográfico, o un libreto de teatro. No es casual que una editorial de artes escénicas sea la que lo cobija. Y en tanto libreto de teatro podría venir con indicaciones para el montaje de la obra. Algo así como: en la escena del encuentro, poner Fuiste mía un verano, de Leonardo Favio. Cuando se juegue la del duelo, debe estar escuchandose Por ese palpitaro cualquiera de los boleros cantados por Manzanero. La escena de la separación debe actuarse como si fueran los personajes de Historia de un amor, cantada por Lucho Gatica o en su defecto Siempre te vas, en la versión de Agustín Lara. Para el final, cuando el público se retira, poner Algo contigoo, mejor aún, No te apartes de mí, en la versión que canta Vicentico con su mujer de toda la vida.
No deja de ser extraño cómo un libro de una extrema fineza en su hechura, un libro que será un pequeño orgullo editorial de esta ciudad, precise desesperadamente de esta música en vez de la de Brahms o Miles Davis. Es extraño pero es así.
Con ustedes, los músicos.