Presentación de “Arriesgando la palabra. Cultura. Psicoanálisis”, de Adriana Agüero y Mónica Chama

Voy a contarles un par de escenas vinculadas a mi relación con este libro. La primera fue en Córdoba, a fines del año pasado, en donde en uno de nuestros symposiums veo a alguien entregando ejemplares de Arriesgando la palabra al librero, para que los venda, mientras le decía con un sereno entusiasmo a quien se le pusiera enfrente: Leélo, está buenísimo.

La segunda es algún tiempo después, en un bar de Palermo, en el que dos mujeres hablan delante de dos hombres impávidos, también acerca de este libro: Leélo, está buenísimo, dice una de ellas. En serio, está buenísimo.

Lo que podría ser el comentario de un lector apasionado, una recomendación calurosa, el boca a boca de un dato que nos orienta hacia lecturas desconocidas, se tornaba una situación incómoda pues quien recomendaba Arriesgando la Palabra, a diestra y siniestra y con inusual fervor, era la misma persona, para más datos una de sus autoras.

La otra mujer en el bar, animándola –como si hiciera falta animarla – le decía: está  perfecto que digas que está buenísimo, para qué te analizás si no… Y entonces una de las autoras volvía: en serio, está buenísimo, no es porque yo lo haya escrito…

Tan inusual entusiasmo por la obra propia, confieso, me generó reactivamente alguna demora en la lectura, cosa que ni bien emprendí reveló algo en perfecta continuidad con las recomendaciones de Mónica, pues es un libro que no sólo no oculta sino que muestra con orgullo las marcas de su autoría, siempre singulares, y siempre apostando ideas y opiniones, lejos de cualquier tibieza. Así, casi podría decir que el “leélo, está buenísimo” forma parte del libro, funciona a la vez como editorial y como epílogo, es una declaración de entusiasmo y de reprobación hacia cualquier forma de hipocresía social.

Es difícil sustraerse a tamaño empuje femenino, a su poder de convicción. Lo sé como presentador, y supongo que también lo sabrán ustedes como asistentes a esta presentación.

La singularidad de la enunciación de este libro, lejos entonces de la modestia al uso, del disimulo del autor tras las ideas que expone, toma por momentos un protagonismo casi desafiante (“cierto estilo del que me hago cargo”, dice una de las autoras), y evidentemente se trata aquí de mujeres de armas llevar, digamos, que no desean que quede duda alguna acerca de quién habla. Y hablan allí –escriben, y en algunos casos escriben algo que ha sido leído también- dos autoras, de a una, en ocasiones juntas. Dos autoras cuyas voces aparecen en sintonía o en contrapunto, nunca confundidas entre sí en un único autor bifronte.

Las voces de cada una de las autoras, -sabemos que las mujeres se cuentan de a una, no se resumen en ningún universal genérico- mantienen una singularidad extrema reconocible en giros lingüísticos, en referencias teóricas u homenajes personales, en el estilo a fin de cuentas siempre singular, [Estilo que Hemingway definió, pensando seguramente en el ideal viril que encarnaba, como “elegancia bajo presión”, y del que las autoras, con su militancia a favor de la lectura, convierten en presión con elegancia] Estilo que no excluye un diálogo inconcluso, como decía Blanchot, sostenido capítulo a capítulo entre ellas por un lado y con una larga serie de autores por otro (de Agamben a Castoriadis, de Gruner a Koyré, de Adorno y Horkheimer a Aby Warburg, por supuesto de Freud a Lacan); diálogo donde cada una de ellas preserva un lugar propio de enunciación dando lugar a la vez a otra cosa.

Esta interlocución no sólo se da entre las dos autoras o entre éstas y el lector, sino que se convierte de algún modo en la el diálogo del psicoanálisis –en tanto ciencia, arte y experiencia, podríamos decir extrapolando a otro de los autores trabajados, Bachelard- con otros saberes, marcados todos retroactivamente, a partir de este diálogo mismo, por la falta, lejos de cualquier ideal de plenitud o acople perfecto.

Referenciados en una cita borgeana, la que alude a que sólo existen borradores, relegando el concepto de texto definitivo al terreno de la religión o al del cansancio, estos escritos son a la vez definitivos (fueron pergeñados para cerrar una materia o intervenir en un congreso) y a la vez provisorios; ligados a circunstancias de enunciación singulares (una maestría en el IUSAM o un symposio de APdeBA, un encuentro de mujeres juezas u otro de salud mental) y a la vez proyectados en un plano general.

Mientras pensaba en qué decir hoy, una amiga en común con las autoras me decía algo que es cierto y que me parece que convierte defecto en virtud. Pues algo de lo que carece este libro, cierta unidad interna, un planteo más tradicional de inicio, desarrollo y final propio de las obras escritas de un tirón, lo dota no de un centro gravitacional sino de una red gravitacional. Al decir de esta amiga en común, otra Mónica [Santolalla], un libro sin principio, ni final …que abre a un conjunto de ideas que no pretenden ligarse entre sí pero que forman una especial conjunción entre ligaduras y no ligaduras tan parecido a la experiencia analítica. Como verán, otra forma de decir: leélo, está buenísimo.

Se trata de catorce textos que dan origen a sendos capítulos firmados, ordenados bajo cinco unidades temáticas, que constituyen una toma de posición analítica a la vez que un diálogo agudo tanto con la Medicina como con la Ley, con el Arte y con la Epistemología, en fin con el mundo de la Cultura en general, es decir con el mundo habitado por la especie humana. Y es el mundo de la cultura el que sirve de suelo de donde crece este libro. Y también de donde crece el psicoanálisis.

En ese sentido, es sintomático que un libro deba apelar al subtítulo: Cultura <> Psicoanálisis, pues en verdad todo libro de psicoanálisis debiera implicar, sin necesidad de explicitarla incluso, a esa relación. Al mismo tiempo, a un libro como éste, alineado en temáticas que podríamos identificar en su mayoría como más “culturales”, no se le debiera quitar implicancias clínicas. Sabemos desde Freud que muchos textos “sociales” o incluso “literarios” tienen una potencia clínica que no todos los historiales poseen.

Pero por lo general en nuestro medio no es así, y suelen dividirse las aguas entre los autores que escriben sobre psicoanálisis clínico y quienes lo hacen sobre psicoanálisis y cultura, como si fueran dos campos radicalmente diferentes. No siempre que se hable de pacientes se está hablando verdaderamente de clínica, de la misma manera que no siempre que se hable de temas como los que se tocan en este libro se está alejado de ella. De todos modos, un fallido del impresor pone sobre el tapete, o mejor dicho sobre la sobre la tapa, este debate, al dejar un vacío donde en la portada aparece una losange, equivalente a múltiples relaciones entre uno y otro término. En la ficha del libro, como para potenciar el equívoco, ni vacío ni losange, una “y” despacha la cuestión a la que los distintos capítulos del libro de algún modo responden. Es ese pequeño abismo puntuado por el lapsus de la tapa en el que deberíamos asentarnos, como aquel punto de apoyo que pedía Arquímedes, para leer esta obra de Adriana y Mónica.

Estos textos se proyectan del territorio de la monografía o de la intervención ocasional en un panel en el que reconocen su origen para convertirse en verdaderos ensayos, ensayos a la manera en que lo entendía Adorno: impulso asistemático, configuración móvil, curiosidad por el lado ciego de las cosas, renuncia a la seguridad.

Por supuesto que el lugar de enunciación de las autoras es el psicoanálisis, pero no cualquier versión del psicoanálisis: no una versión normalizadora o adocenada o integrada a la ciencia de su tiempo sino aquella que rescata el potencial subversivo de nuestra disciplina y la teoría en que se ampara, aquella que como señala Adriana lo convierte en una práctica abrasiva, que carcome, corroe los límites de lo sabido.

Dejándose guiar, interpeladas por los artistas, (Chagall, nos cuentan, decía que hay que pintar el rostro que se ve, no el que existe, mientras que Picasso pintaba no lo que veía, sino lo que pensaba) las autoras avanzan por un camino que despeja a lo indecible como resto reservado a los poetas, pero cuyos bordes podemos los psicoanalistas explorar. Y es de esa exploración, pareciera, y del misterio a preservar, de donde recuperan el valor del relato. Y digo recuperan (tanto explícita como en acto en todo el libro), pues pareciera registrarse cierta crisis del relato, del espíritu de la narración, la amenaza que se cierne sobre la comunidad de oyentes que denunciara Walter Benjamin. Y la crisis del relato es también la crisis del psicoanálisis pues el psicoanálisis es fundamentalmente una disciplina del relato, un arte tanto de la escucha como del discurso que se produce en ese escenario de escucha, que baliza retroactivamente la vida de los sujetos a quienes escuchamos relatar su historia. En ese sentido, éste es también un libro de resistencia que se encolumna tras Bourdie o Virilio, según cuenta Adriana en uno de los textos, en la llamada resistencia antidigital, que intenta preservar el universo alfabético, la palabra hablada, las maravillas del doble sentido, la ironía y el humor frente a la monotonía digital, el signo de la imagen visual, lengua franca de nuestra contemporaneidad.

El libro incluye también una perspectiva lúcida y crítica de las instituciones analíticas y las autoras ya nos han anunciado prácticamente el título de un próximo trabajo en ese sentido: el psicoanálisis pensado como religión y sus consecuencias (p. 114). [No obstante, siendo el marido de una de las autoras conspicuo presidente de una de las instituciones analíticas más importantes, el libro podría verse por momentos como un libro de actas de los conflictos de la vida conyugal…] Más allá de la broma, se trata de una interpelación a las instituciones hecho desde su mismo seno, lo que, viendo ciertas cacerías de brujas y tentaciones normalizadoras en cuanto al saber que medran en el mundo de las parroquias analíticas- califica en buena manera tanto a las autoras como a las instituciones donde desarrollan su práctica.

Estos son textos intimistas en los que se trata, dicen en uno de ellos, de responder con un guiño y un suspiro, con algo que haga hueco, recuperar la dimensión del misterio (p. 59). Y lo dicen en un capítulo que, quizás como otro fallido editorial, no está firmado. Podríamos ponernos en detectives y jugar a adivinar, por las referencias, por el tono, por las marcas de estilo de las que hablábamos, quién es su autora, pero quizás sea mejor dejarlo así. Sobre todo en esta invocación, en esta propuesta a la vez tan femenina y tan analítica, frente a las pretensiones del Saber absoluto.

Arriesgar la palabra, además de ser un cuaderno de bitácora del recorrido de las autoras, de sus búsquedas e interpelaciones, de sus caminos formativos y de sus filias y aversiones teóricas, de sus tanteos, de sus fracturas (literales en un caso) o de sus deudas, es un invitación que asume riesgos y que sumerge al eventual lector en un mundo de referencias, autores e ideas que lo llevará seguramente de un planeta a otro, en un estimulante recorrido.

A esta altura del partido, como verán, yo también podría decirles: leélo, está buenísimo. Pero prefiero dejarles el espacio a las autoras, que lo harán seguramente con mucho más encanto y convicción que yo.