El día antes del día después
El día antes del día después
Hace muchos años que viajo periódicamente a Brasil a trabajar, donde colegas y amigos me honran con su confianza. Nunca vuelvo igual que cuando me fui: pese a tener un psicoanálisis más nuevo en relación a la noble tradición rioplatense, el psicoanálisis brasileño desborda energía y creatividad, claridad política e ímpetu antropofágico. También miro mi país en ese espejo. Y no me gusta lo que veo. El análisis exige ciertas condiciones sociales para existir, y es también tarea de los analistas alertar cuando esas condiciones mínimas corren el riesgo de perderse. Eso que hacemos a diario en nuestros consultorios -velar para que las reglas del dispositivo analítico y de la ética que lo atraviesa se sostengan- quizás valga la pena hacerlo también extramuros.
Piglia descubrió que parte del éxito del psicoanálisis se debía a la oportunidad que le daba -en tanto dispositivo clínico- a sujetos normales y corrientes vivir como héroes trágicos sus propias, banales, peripecias.
Ahora bien, si existe ese espacio trágico y ficcional, es porque se da en el contexto de una polis. Si existe un lugar reservado al analista en la ciudad, que a mi juicio es el del metoikos-ese extranjero que vive en la ciudad, sin ser ciudadano ni extranjero del todo- es porque existe esa polis. Si esa polisdemocrática deja de existir, no solo nuestra vida y libertad y la de nuestros pares se ve amenazada: nuestra práctica se convierte automáticamente en inviable o reservada a un lugar de disidencia subterránea.
El psicoanálisis siempre pareciera estar en otra parte. Recuerda Roudinesco que ha sido sindicado como ciencia burguesa por los estalinistas, ciencia judía por los nazis, ciencia satánica por los fundamentalistas religiosos, ciencia degenerada por la derecha e incluso falsa ciencia por los cientificistas… Claramente el psicoanálisis le debe su existencia a la Ilustración y a la democracia, y aunque fuera por eso solo -además del posicionamiento ético-político que cada uno como ciudadano elija sostener- vale la pena no mantenerse callado.
Que nos ocupemos de los restos que el capitalismo secreta -se trate de actos fallidos insignificantes o sueños desatendidos, del amor forcluido o de la subjetividad marginada por la ciencia- no nos libra de prestar atención a las condiciones mínimas de nuestra práctica. Y a defenderlas, en tanto analistas y en tanto ciudadanos.
Cuando triunfan discursos donde no se trata ya de un retorno a Freud sino de un retorno al Medioevo, cuando se deshacen los mínimos lazos que hacen posible una sociedad democrática, cuando las clases medias urbanas -quienes históricamente han nutrido los consultorios analíticos y a las que por lo general pertenecemos los analistas – ven cada vez más reducido su margen de maniobra y sus posibilidades, quizás debemos cuestionar -escribo para mí mismo, para escucharme mejor- cualquier supuesta neutralidad analítica y hacer oír lo que tenemos por decir, más allá de grietas artificiosas.
Tanto hacia dentro de la “parroquia analítica” como hacia fuera, en tanto voz institucional como personal, oralmente y por escrito, en castellano y en portugués. El psicoanálisis no es otra cosa que una fábrica artesanal de librepensadores. Quien, luego de años de intenso trabajo, se levanta al fin de un diván, lo hace sosteniendo un deseo y un pensamiento menos preocupado por los ideales y las constricciones del entorno. En ese sentido, el territorio del psicoanálisis va a contracorriente de otros espacios sociales, y quizás sea ése su destino y la fuente de su legitimidad. Que la neutralidad no nos sirva de coartada para abstenernos de defender esos mismos espacios, cuando una seria amenaza se cierne sobre ellos, sobre nosotros.