Días de radio

1) Me encanta hablar, pero encuentro una limitación: hay muchos trabajos en el congreso, hay solo dos días para discutir, hay muchos temas, somos muchos en esta mesa y tengo solo 10 minutos. Eso por supuesto condiciona lo que digo y el modo en que lo digo. Hablo en condiciones no ideales -ojalá tuviera cuatro veces más tiempo para hacerlo- y aún así entiendo que vale la pena.

Más aún: algo que saben bien los artistas o incluso quienes tienen que presentar un texto en un plazo, es necesaria cierta constricción, cierto límite para poder decir algo. Hay allí una presión capitalizable en cuanto a sus efectos. Voy a conformarme entonces con puntuar en mis diez minutos, diez ideas. Hablando de los efectos de la contricción, acabo de nombrar la primera, cierta presión a decir.

Esta presión a decir -presente también, potenciada, en la variabilidad del tiempo de cada sesión, en caso de que se utilice la escansión- me constriñe de un modo distinto a que si fuera el único disertante (y cuadruplicara así mi tiempo).

2) La radio, como el cine, como el psicoanálisis, surgieron hace un siglo y han sobrevivido a los pronósticos más agoreros. Tiene aún su lugar entre la televisión e internet y se beneficia de su portabilidad, de la posibilidad de coexistir con otras actividades y, last but not least, de cierto misterio que quizás encarne el modo en que aparece aislada y jerarquizada la voz como objeto pulsional. Me gusta aprovechar el poder de las metáforas para pensar, entonces me parece que esta mesa bien podría girar sobre la AM o la FM -esos dos modos de transmitirse las ondas de radio, donde siempre algo se modula: la amplitud o la frecuencia- como modos de practicar el análisis. Ambos modos coexisten, ambos tienen pros y contras, a nadie se le ocurre pensar que uno es mejor que el otro o debería suplantarlo o que uno juega en contra del otro. Si la AM permite mayor alcance, la calidad del sonido y su permeabilidad a los ruidos es peor. La FM, de menor alcance, permite en cambio una mayor calidad, por eso es la preferida para escuchar música.

Quizás sea importante pensar en términos de frecuencia modulada más que de frecuencia fija (sea de 1 o de 4 sesiones), y pensar también en que esa modulación -tarea inherente a la dirección de la cura- no siempre implicará un empobrecimiento sino quizás, por momentos, en algunos, por qué no, una mejora de la calidad de un tratamiento.

3) Me encanta discutir este tema, que para algunos adquiere las características de oxímoron (análisis de una vez por semana sería como una maratón de 100 metros), pero debemos ser realistas: discutimos una agenda que no interesa puertas afuera -como dijera Hugo Lerner- mientras intentamos consensuar cierta liberalización de nuestras obsesiones analíticas, nos perdemos de pensar respuestas contemporáneas a verdaderos problemas contemporáneos. No es sin consecuencias discutir este tema: mientras intentamos pensar y dignificar incluso un esquema como el propuesto, hay otros que estamos, en este mismo momento, dejando de lado.

4) Descreo de definir una práctica como analítica en función de la frecuencia de sesiones, y me parece de una pobreza extrema el formalismo de describir un proceso en tanto analítico o no en función del número de sesiones. Es claro -no es nada nuevo- que no fue una indicación freudiana (Freud era, se sabe, extremadamente flexible en las indicaciones técnicas) sino un efecto del proceso de institucionalización de la formación analítica.

5) Si el análisis se define como un modo de escucha y un modo de intervención, hay menos tiempo para el tanteo, para lanzar, registrar si dimos en el blanco, rectificar, corregir, volver a tirar. Disponemos de pocas balas, la escucha y la interpretación han de aguzarse. No podemos siquiera seguir el recorrido y muchas veces ni siquiera registrar si dimos en el blanco.

El tiempo entre sesiones se jerarquiza: un paciente debe trabajar entre sesiones -sin pagarnos- tanto o más que en ellas. La interpretación, en ese contexto, funciona como un medicamento de liberación prolongada, que permite extender el tiempo entre dosis.

6) Un buen efecto de este encuadre (no todas son malas): elimina de cuajo la idea de totalidad. Nadie piensa que en una sesión puede hablarse de todo, inteligirse toda la dinámica inconciente, poner la estructura entera al desnudo. Algo que tampoco pasa en un encuadre de 4 sesiones, aunque ahí sí se produce esa ilusión. Un encuadre así de módico nos obliga, nos acostumbra a pensar en términos de jirones, de fragmentos que son sin embargo fractales (toda la estructura está en cada uno de ellos presente), nos acostumbra a pensar en términos de incompletud. Lo cual, si seguimos poniendo a la Castración en el horizonte de la práctica analítica, no está nada mal.

7) Debemos hacer un duelo: los pacientes ya no hablan de nosotros, sino de ellos. Y siempre hay una gratificación narcisista en escuchar hablar de uno, aunque sea mal, gracias a la transferencia negativa… Hay que hacer ese duelo. Aún en los análisis de frecuencia múltiple, no necesariamente hablan de nosotros. La transferencia es fondo y fundamento, pero no motivo permanente de conversación. Allí se juega el modo de dirigir la cura. En análisis de una vez por semana, hablan menos aún.

8) Al mismo tiempo que creo que no debe reglamentarse la frecuencia del análisis de formación, no concibo que quien quiera formarse no realice un análisis de alta frecuencia. Solo que creo que debe jugarse ahí un deseo puesto en forma, alimentado y cuidado por el mismo análisis, y no un requisito reglamentario que, las más de las veces, lo arruina y corre el riesgo de convertir un análisis didáctico -aún uno con muchas sesiones- en un análisis menos eficaz que un análisis “común” (Garma).

9) Si se trata de templar el deseo del analista en el análisis didáctico, y es el deseo la brújula y no el reglamento -que lleva a hacer cosas absurdas como mantener la formalidad de frecuencia aún sin que pase nada, sin que nadie la desee, poniendo dos sesiones seguidas o reduciendo los honorarios al punto de que se invierta la demanda- puede haber variaciones: de menor a mayor frecuencia, cambios coyunturales, etc. Pero desaconsejaría ser psicoanalista a quien no tenga el deseo de poner su vida en juego en su propio análisis: difícilmente podrá hacerlo luego con otros. La estandarización de análisis de una vez por semana es más peligrosa aún que la estandarización que cuestionamos, que al menos cuadruplica el tiempo donde esto pueda ser hablado.

10) Hay algo de oportunismo: no cuestionamos el encuadre de múltiple frecuencia por razones conceptuales sino por la contricción de un “mercado” que no lo tolera bien. Nunca es bueno funcionar reactivamente, nuestro margen de maniobra se limita, que es lo que ha sucedido en nuestras instituciones. Creo que si no tomamos en serio esto, y pronto, si no pensamos en un análisis practicado y transmitido en FM no solo en tono de duelo sino como buena música, corremos el riesgo de quedarnos con un psicoanálisis ajeno a las grandes audiencias, ajeno a la contemporaneidad, casi un hobby de radioaficionados.

11) Quizás todo el proceso de instalación de la transferencia/análisis de la transferencia/resolución de la transferencia deba ser repensado desde este modo posible del análisis contemporáneo (modo que por otra parte podría tener, quizás, mayor potencia clínica que un análisis burocratizado de 4 sesiones semanales, sostenido sin deseo con el fin de afiliarse a una sociedad, o un análisis donde el seguro de salud sin sangre ni deseo financiado por un seguro de salud).

Quizás debamos intervenir prontamente -y a menudo casi a ciegas, soltando apuestas más que aseveraciones- para desencadenar la transferencia, sin poder darnos el lujo de aguardar que ésta aparezca.

Y quizás, menos que menos, tengamos tiempo de analizar la transferencia y debamos contentarnos con ese término -más freudiano- de manejar la transferencia.

Y quizás, digo, no se trate de la caída del lugar de SsS del analista pues en una de ésas nunca se estuvo plenamente allí.

Si queremos seguir hablando de análisis, quizás el precio a pagar sea el de la extensión de los procesos, cuestionando incluso la idea misma de “fin de análisis” (solo una idea, alineada a la del “cuidado de sí”, donde quizás haya un deslizamiento hacia un cambio de paradigma). Como ahora sucede con los créditos hipotecarios, el desajuste se zanja extendiendo el plazo: lo que se “pierde” en frecuencia se “recupera” en amplitud, en longitud.