Prólogo a “Inconsciente y emergencia ambiental”, de Cosimo Schinaia
Un prólogo es una especie híbrida que no está del todo ni afuera ni dentro del texto, y requiere a mi entender de la implicación subjetiva de quien lo escribe. Para detallar los meandros del libro en cuestión o su interés para el lector basta una mirada a vuelo de pájaro al índice preciso y la bibliografía copiosa que el autor ha tenido la gentileza de proveernos. Sin embargo, de lo que se trata es de dar cuenta del lugar en el que un libro toca, interesa, a cada uno.
Este libro es una suerte de cantata, un texto firmado por un autor pero a la vez un escrito coral. Se inicia con una invitación amable a la lectura escrita por Lorena Preta, sabia y hermosa fabricante de encuentros (entre ellos, aquél donde pude conocer al autor en Nueva Delhi) e inspiradora de fértiles contaminaciones discursivas como la que Cosimo ensaya aquí.
La cantata termina con un epílogo firmado por el meteorólogo Luca Mercalli, que agradece entusiasmado: ¡Por fin un libro sobre psicoanálisis y emergencia ambiental!Todo el libro puede ser leído como una carta de amor del psicoanálisis a la meteorología, un intento frágil de no desconocer aquello de lo que vienen alertándonos los climatólogos de medio mundo. La alegría del meteorólogo da cuenta que esa carta llegó a su destinatario.
Pero antes de dar cuenta de algunas de las voces del coro que este libro alberga, antes incluso de pensar en la lógica de su construcción, en su método, es preciso que fije las coordenadas, tanto epocales como personales. A fin de cuentas, también para eso están los prólogos.
Escribo estas líneas en un momento particular, inédito, de la especie humana. Una pandemia, originada por un virus minúsculo, ha puesto a la humanidad contra las cuerdas. De algún modo, un fragmento genético nanoscópico que no alcanza siquiera a conformarse como vida autónoma, implica la irrupción –virulentairrupción- de un elemento real en la vida humana y sus ilusiones de omnipotencia. La naturaleza nos recuerda de una bofetada que existe, y que no somos solo -como Lévi-Strauss demostró- pura naturaleza cultural. Aun en el caso de que la acrobacia que llevara al virus de los murciélagos o los pangolines a los humanos se debiera a ciertas extrañas costumbres gastronómicas chinas.
Entonces, podría pensarse: ¿qué mejor momento para pensar en la ecología que éste?
Confieso que la preocupación por la ecología siempre me pareció una urgencia ajena. Y no porque no me inquietaran el cambio climático o la extinción de especies animales, sino porque en el lejano sur que habito, donde buena parte de la población no tiene cubiertas siquiera sus necesidades alimentarias o habitacionales, me parecía que otros temas tenían mayor relevancia en el corto plazo. Quizás por esto no existen prácticamente los partidos verdes en Latinoamérica, mientras en Europa -donde las necesidades básicas están de algún modo resueltas- tienen un lugar central en la vida política. Cuando el sesenta por ciento de los niños y jóvenes de un país están bajo el umbral de la pobreza, preocuparse por el cambio climático parece -subrayo, parece– una preocupación obscena.
Pero debo también confesar mi miopía en este punto, pues ningún favor le hace una naturaleza devastada a la resolución de la pobreza. Y alguien puede llegar a morirse por efectos ambientales sin tiempo siquiera de desfallecer de hambre. Recuerdo que uno de los primeros trabajos que tuve apenas recibido fue atender a víctimas ecológicas. Se trataba de intoxicados graves por una pérdida de anhidrido sulfuroso de una industria, que en contacto con la humedad de los pulmones de los operarios se convertía en ácido sulfúrico. La gran nube tóxica mató a cuatro personas e hirió a ochenta, envenando además el aire y el río que daba nombre a la ciudad. En ese sentido, el libro de Cosimo funciona como un antídoto frente a mi miopía, despabila como un viento fresco que disuelve una nube tóxica, y se anticipa.
La irrupción de un nuevo virus en la ecología humana y las consecuencias que padecemos realzan la necesidad de esta introducción a la ecología en el discurso del psicoanálisis. Si un editor hubiera pensando en las condiciones ideales para un lanzamiento, no podría haber imaginado mejor circunstancia que la que vivimos.
Aunque paradójicamente, el momento en que este libro aparece en español es un momento en que los ecosistemas logran mitigar los efectos dañinos que nuestra especie suele inflingirles. Hacía muchas décadas que las playas no estaban tan limpias ni el cielo de las ciudades se podía ver tan despejado, ya nos habíamos olvidado el color verdadero del agua que fluía por los canales venecianos y algunas especies animales vuelven a avistarse cuando se las creía perdidas ya. Igualmente, media humanidad encerrada para procurar un módico respeto por la ecología parece un precio demasiado alto a pagar. Si antes muchos usaban barbijo para evitar respirar la polución ambiente, ahora estamos obligados a usarlos para cuidarnos y cuidar a otros del virus de ocasión.
Ahora bien, ¿en qué consiste este libro? Se trata de un entramado complejo de nociones que piensan al psicoanálisis -que es en sí mismo un saber de frontera- en interlocución con otras zonas de frontera. No se trata de un texto que se sienta cómodo en un terreno de especialistas, pero a la vez bien podría ser una introducción a la ecología para psicoanalistas.
Y también lo contrario: un compendio de psicoanálisis para ecologistas.
Está armado con ambición enciclopédica y la enunciación del autor no siempre aparece en primer plano. Como cuando relata los numerosos, entrañables, fragmentos de trabajo clínico y el analista aparece en segundo plano, en el relato sobre las peripecias de cada paciente, así aparece la enunciación de Cosimo en el texto: en pocos momentos explícita, las más de las veces se deja leer entrelíneas. Pues ha trabajado este libro como si se tratara del libro de citas que soñó Walter Benjamin: su tarea autoral se confunde por momentos con la de un montajista.
Quizás sea un gesto de humildad, quizás porque asuma que ya todo está casi dicho y no hay por qué agregar palabras, sino en todo caso darles el marco adecuado de lectura. Lo cierto es que la arquitectura de este libro tiene que ver en parte con un cuidadoso trabajo de edición. Y como todo editor, enuncia y anuncia su mensaje en el modo particular de organizar el material, en su selección, en los recortes que efectúa para llevar a buen puerto un libro que tiene también algo de manifiesto ecológico, incluso de manual de uso del planeta que habitamos.
Excepto cuando el autor se implica subjetivamente, en sus memorias de infancia, en sus conflictos de una Italia que más que nunca aparece como entramado de regiones singulares nunca soldadas del todo en un país. El gran Sebald decía que todo escritor debe mostrar sus cartas en lo que escribe, y Cosimo lo hace de este modo.
Pero este libro no es autobiografía sino una introducción meticulosa a un tema necesario, una puesta a punto bibliográfica que por momentos asusta por la amplitud y extensión de las referencias. Es también un alegato contra el goce oscuro que -junto al deseo como antídoto- habita a la especie humana, esa pulsión mortífera que nos amenaza a diario y que se muestra con presencia mutante en la panoplia de fenómenos que este libro compendia.
¿Es posible, como sugiere el subtítulo del libro, una agenda común entre psicoanálisis y ecología? Me atrevo a pensar que sí y al mismo tiempo que no. Si a veces es difícil fijar una agenda común de discusión aun entre practicantes de la misma disciplina, mucho más aun lo sería en relación a otro campo epistémico, el de la ecología.
Al mismo tiempo, y solo en una aparente contradicción, es necesario poner a dialogar al psicoanálisis con la ecología. No solo con la ecología, también con la arquitectura y con el cine, con la literatura y las artes visuales, con la danza y las matemáticas, con la sociología y la geografía.
Es más, diría que es imprescindible hacerlo, por muchos motivos. Por lo pronto, porque el psicoanálisis se degrada entrópicamente si queda reducido a una repetitiva discusión entre especialistas. Por otra parte, porque desde su inicio el psicoanálisis se ha beneficiado de una interlocución fértil con otros campos de saber, y por lo general los autores más innovadores han bebido siempre en fuentes extrañas a las bibliografías psicoanalíticas. Pero además, porque sería de una mezquindad imperdonable privar a los otros campos de saber de lo que en tanto psicoanalistas pudiéramos aportarles.
Eso no significa que psicoanálisis y ecología -el título de este libro- constituyan un par homogéneo e isomórfico. Al tratarse de campos distintos y quizás inconmensurables, la misma idea de agenda común quizás sea complicada de imaginar. Lo que no implica que no debamos hacerlo.
Lautrèamont, quien inspiró a los surrealistas, hablaba de la belleza que cabía en los encuentros fortuitos, y citaba el encuentro entre un paraguas y una máquina de coser en una mesa de disección. Quizás de lo que se trate es del encuentro, también fortuito, aunque quizás imprescindible, entre inconciente y medioambiente, en esa agenda imposible -aunque no por eso menos necesaria- que este libro se propone imaginar.
Mariano Horenstein
Sierras Chicas, junio de 2020