Cuerpo

Habeas corpus

A unos trescientos o cuatrocientos metros de la Pirámide me incliné, tomé un puñado de arena, lo dejé caer silenciosamente un poco más lejos y dije en voz baja: Estoy modificando el Sahara.

Jorge Luis Borges

Más allá de las resonancias jurídicas, que la vinculan con tratar de preservar el derecho a la vida, a la libertad y a ser escuchado por la justicia, la expresión latina habeas corpussignifica algo así como “que tengas tu cuerpo”. Parece una obviedad, aunque quizás no lo sea.

Es obvio que quien se tiende en un diván pone allí su cuerpo, y el psicoanálisis surgió justamente porque alguien se permitió escuchar lo que ese cuerpo –el de la histeria, para más datos– tenía por decir. Contra lo que pudiera pensarse, aun cuando por momentos su presencia pareciera reducirse a una voz fuera de campo de la mirada de su paciente, los psicoanalistas también tenemos un cuerpo.

Pueden catalogarse distintas figuras del psicoanalista en relación con el cuerpo, desde el precursor, Charcot, que tocaba las zonas histerógenas para desencadenar ataques clonados, hasta el psicoanalista contemporáneo, que apenas roza el cuerpo de su paciente en un saludo. Si el psicoanálisis se define de algún modo en relación con el cuerpo, es a partir de una exclusión: en su consultorio se habla del cuerpo, se escucha al cuerpo, mas no se lo manipula, no se lo acaricia, no se lo explora semiológicamente, aun cuando la angustia suceda en el cuerpo o una interpretación que dé en el blanco lo toque, aun cuando quien escucha sienta un agotamiento corporal repentino luego de escuchar ciertos discursos o lo embarguen emociones que le suceden en el cuerpo. La relativa exclusión del cuerpo de nuestra práctica no hace más que ponerlo de relieve, como la sexualidad que también forma parte del cuerpo. No hacemos otra cosa que hablar de eso.

Pueden pensarse distintos modos de relación con el cuerpo por parte del psicoanalista, en un arco que va del psicoanalista lector de jeroglíficos encriptados en el cuerpo de sus pacientes, el psicoanalista que descifra cuerpos como el de Elhombre ilustradode Bradbury, al psicoanalista que, trabajando como un antropólogo forense, identifica restos, los exhuma y restituye identidades perdidas.

Hablar del cuerpo implica también explorar el modo en el que el cuerpo infiltra numerosos campos del saber. El lenguaje da cuenta de ello, nada pareciera escaparse de su ambición nominalista: cuerpo médico, cuerpo del delito, cuerpo de la nación, cuerpos celestes, cuerpo a cuerpo, cuerpo de Cristo, cuerpo anatómico, cuerpo propio o cuerpo extraño, hasta hay sillones de uno, dos o tres cuerpos… Hablemos de tipografía o arquitectura, de corporaciones o medicina, de química o religión, precisamos la noción de cuerpo.

Algunas, apenas algunas de ellas, son las dimensiones del cuerpo que exploramos en este número de Calibán. Por un lado, a través de la sección Argumentosy los textos doctrinarios escritos por psicoanalistas de la región; entre ellos, los artículos premiados este año por Fepal. Por otro lado, en el Dossier, donde interrogamos al cuerpo desde perspectivas tan heterogéneas como la antropología, la coreografía o el urbanismo. La ciudad, el territorio de la práctica analítica, tiene un cuerpo también. Y fuera de ese cuerpo, Extramuros, suceden cosas. En la sección que lleva ese nombre, presentamos una experiencia conmovedora de lo que sucede cuando el psicoanálisis sale de nuestros consultorios. Se trata de un evento –organizado en San Pablo por la dirección de Comunidad y Cultura de Fepal– con un nombre sugerente: psicoanálisis a cielo abierto.

Otras dos secciones, Clásica & ModernaDe Memoria, también se ubican en esta oportunidad extramuros –esta vez, de Fepal/API–, al trazar las semblanzas de Silvia Bleichmar y Oscar Masotta. Estos dos autores, generosos con el saber que transmitían, son referencias ineludibles, junto con muchos otros de intramuros, para los psicoanalistas latinoamericanos. El hecho de incluir a librepensadores sin que su filiación institucional sea un obstáculo es una puesta en acto del espíritu librepensador, tanto de Calibáncomo de la institución que representa.

Número a número, continuamos haciendo la crónica de las Ciudades Invisiblesde Latinoamérica. En esta oportunidad, Lima, a modo de bienvenida a la nueva gestión de Fepal.

Tanto en Argumentos como en Vórtice, dondeproponemos esta vez una discusión sobre la supervisión psicoanalítica, publicamos no solo contribuciones de destacados analistas latinoamericanos, sino también aportes de analistas en formación. Nos complace particularmente publicar las ideas de quienes se forman en nuestros institutos o quienes acaban de egresar, luego de haberlos integrado ya al staff de la revista.

En Textualpublicamos un extracto del diálogo sostenido a lo largo de más de un mes con el escritor mexicano Mario Bellatin. La conversación giró mayormente en torno al cuerpo y al análisis. Al atender a sus ideas, no es nuestra intención considerarlo –ni a él mismo ni a su obra– como un casode estudio. Sus ocurrencias, proferidas por alguien que ha pasado un buen tiempo en el diván, que ha resistido incluso experiencias controvertidas y que tiene aún deseos de reincidir, permiten que escuchemos y pensemos poniendo en suspenso nuestras certezas y nuestro instrumental teórico.

En El Extranjeropublicamos “El cuerpo como evidencia”, un texto entrañable de una antropóloga forense. El lugar desde el que este texto está fabricado no es un escritorio académico, sino una trinchera, una de las que se cavan en medio mundo para desenterrar los huesos masacrados y escondidos, o la morgue donde se los identifica. La autora nos acerca así un testimonio de primera mano de otra dimensión del cuerpo, el de aquellos a los que ningún habeas corpusles fue reconocido.

El cuerpo de Calibán

Cualquiera que al leer estas líneas tenga la revista en sus manos sabrá sin duda que Calibán, como los vinos de buena cepa, tiene cuerpo: es un volumen, pesa, sus páginas son de una textura y un gramaje determinados que difieren de los de sus tapas desplegables. No es igual leer en papel que en el cristal líquido de una pantalla, como no es igual escuchar una voz en el teléfono que hacerlo frente a quien habla, como no es igual el amor epistolar o el sexo virtual que sus contrapartes presenciales. Como todo cuerpo, es una promesa de placer compartido.

Con Calibánintentamos hacer de cada número un cuerpo al que den ganas de acariciar, un cuerpo que haga más permeable nuestra mente a las ideas que alberga; intentamos que el acto de la lectura recupere el erotismo que inunda los consultorios analíticos, donde no se hace otra cosa que hablar de amor. Para ello, contamos con el trabajo de los artistas, que en Calibánno son meros ilustradores, sino la avanzada de nuestra exploración. En este número dejan su impronta Tatiana Parcero y Eduardo Stupía, junto con nuestros habituales compañeros de ruta Daniel Villani y Lucas di Pascuale.

Como en todo gremio, como en toda disciplina, en el psicoanálisis abundan los discursos autocomplacientes. Cada quien suele verse refractado por su ideal, y este fenómeno –aun cuando el psicoanálisis nos da herramientas para comprenderlo y para modularlo– tiene consecuencias, en los psicoanalistas, en las instituciones analíticas, también en sus publicaciones.

Con Calibán, en tanto editores, anhelamos hacer una revista que sea mejor que nosotros mismos. No solo en el sentido habitual, cuando ya es moneda corriente –aunque cierta– admitir que un grupo capaz de sinergias produce algo mejor que lo que haría la suma de sus partes. En Calibánanhelamos incluso algo más, y es producir una revista que no refleje de modo autosatisfactorio –autoerótico, si se quiere, o más bien narcisista– a la institución que financia su edición y nutre sus contenidos, la Federación Psicoanalítica de América Latina. Al ser una publicación oficial, la tentación de convertirse en un boletín de novedades o un vocero de lo políticamente correcto en términos institucionales es grande. A la vez, la extrema diversidad de las sociedades que la componen y las coordenadas de su nacimiento permiten que Calibánelija una política editorial distinta. Una política que aúne tradición e invención, pero para producir algo mejor que nosotros mismos.

Mejor que nosotros mismos implica hacer una revista más engarzada al deseo de lo por venir que a la satisfacción de lo ya hecho, más interesada en inventar un futuro que en mostrar los galardones del pasado. Mejor que nosotros mismos, entonces, pues habla más de nuestros deseos que de nuestros ideales.

Hablar del cuerpo aquí es indudablemente hablar del cuerpo sexuado, pero también es hablar del cuerpo que envejece, del cuerpo perecedero.

Todo lo que hacemos, esta revista inclusive, es una carrera contra la muerte. Es imposible hablar del cuerpo sin tener en el horizonte el fin que nos acecha y que da sentido retroactivo a nuestras acciones. Estábamos cerrando este número de Calibáncuando nos sorprendieron dos muertes, la de Horacio Etchegoyen, primer presidente latinoamericano de la API y figura entrañable para muchos, y la de Abbas Kiarostami, el gran cineasta iraní a quien el psicoanálisis entusiasmaba. De hecho, su muerte acaeció en medio de un diálogo con él a las puertas de un control hospitalario que, aun previéndose de rutina, anunciaría el desenlace.

La existencia de este octavo número de Calibánes una batalla ganada contra la muerte. Son pocas las publicaciones que logran atravesar el territorio minado de los primeros números, y no son pocas las dificultades que Calibánha debido afrontar. En el terreno editorial se libran batallas microscópicas que tienen que ver con el modo en el que entendemos y pretendemos pensar nuestra disciplina, y nuestra apuesta es clara: abierta a todos los modos posibles, permeable a múltiples formatos, en diálogo con la cultura y con la ciencia, en un lenguaje contemporáneo y no anquilosado.

Este programa que venimos sosteniendo desde el equipo editor encuentra, por supuesto, intereses opuestos; rivalidades imaginarias entre publicaciones, sociedades o incluso países; la inercia burocrática y las mezquindades, las miserias y los dobles discursos de algunos, por no hablar de nuestras propias dificultades y limitaciones. Pero también contamos con el coraje y la imaginación de unos cuantos, el apoyo irrestricto de figuras centrales del psicoanálisis y la política institucional latinoamericanas; el entusiasmo de un creciente número de lectores; la colaboración de los autores, de los artistas, de nuestros entrevistados; y un equipo, una maquinaria editorial que aprende de su experiencia y se fija más y más ambiciosas metas.

No hay garantías, claro. Los cuerpos mueren. Y esa es una razón por la cual nos proponemos dejar las marcas de nuestro entusiasmo en vida. Calibánes una de ellas. Kiarostami, muy cercano a Freud en ese punto, nos decía en la entrevista que iba a publicarse en nuestra revista y que quedó interrumpida:

sabes, soy una persona muy conservadora en muchos sentidos, pero cuando se trata de hacer películas, poesía o fotografía, ¡soy despiadado![1], me convierto en un aventurero y quiero experimentar nuevas cosas, a veces en contra del consejo del sentido común.

El director iraní nos contaba acerca de su fascinación por el psicoanálisis, diciendo que siempre había buscado estar en contacto con analistas, e incluso que su idea de hacer una película donde el protagonista fuera un psicoanalista era una original excusa para estar aun más cerca… Y con una sonora carcajada, agregaba: “y finalmente no hacerla, y cambiar la narrativa para eliminar al psicoanalista fuera probablemente una resistencia de mi parte”.

Hablando de esa película, que hubiera debido tener a un psicoanalista en el papel protagónico[2], Kiarostami propuso una definición de su tarea como director de cine: “si alguien me preguntara qué hice como director en la película, le diría que ‘nada, sin embargo, si yo no existiera, esta película no existiría’”. Esa descripción cabe perfectamente para describir el trabajo de un psicoanalista, y también nuestro trabajo como editores. Como también nos cabe su despiadado espíritu aventurero, tan cercano al de Freud y su alegato por un comportamiento malhechor.

Cartografía de este cielo

Mientras escribía este editorial, además de las desgraciadas noticias necrológicas, tuve la oportunidad de ver una película. El documental –de eso se trataba– llegó ante mis ojos a través de mi amiga Raya Zonana, búlgara emigrada a Brasil. Tiene un hermoso nombre la película: Nostalgia de la luz, y está filmada en la Puna de Atacama por un director chileno. Estamos acostumbrados a ese tipo de tráficos en el cuerpo tajeado de América Latina, y también en Calibán. Como cuando llegamos a Tatiana Parcero, la artista de tapa de este número, mexicana y residente en Buenos Aires, gracias a un amigo guatemalteco. A veces precisamos de la lejanía para apreciar lo que está bien cerca. Como cuando hizo falta un entusiasta lector italiano –Stefano Bolognini– para tener al fin la propia versión de Calibánen inglés.

En la película, Patricio Guzmán, su director, traza un paralelo entre las estrellas y los cuerpos de los desaparecidos chilenos. Sus cuerpos fueron enterrados en fosas comunes en el desierto, mas luego esos restos fueron desenterrados por retroexcavadoras y arrojados quizás al mar. Despliega allí una metáfora sobre la memoria, al mostrar cómo el calcio de los fragmentos de huesos caídos de las retroexcavadoras son parte del calcio de las estrellas. Estamos hechos de la misma materia que las estrellas. Las madres que rastrean el desierto de Atacama aún hoy, intentando ponerles nombre a sus hijos desaparecidos, enterrar aunque sea un fragmento de sus huesos, indagan a pesar suyo en lo que no se sabe. Lo que no se sabe aún o lo imposible de saber, esa zona de investigación es la que habitamos también los psicoanalistas junto con los arqueólogos, los astrónomos o los antropólogos forenses.

Por ello, esta revista –en la que hoy nos ocupamos de los cuerpos– indagará en el próximo número sobre lo que no se sabe. Continuamos desplegando así un programa editorial que pareciera tener alguna coherencia retroactiva, en el que alternan estaciones donde los analistas nos encontramos a pensar sobre ciertos temas –Tradición & InvenciónRealidad & FicciónCuerpo, las Herramientas del analistao la Intimidad– con otros en los que proponemos una agenda de temas propios –Tiempo,ExcesoMárgenesLo que no se sabe.

Ese es nuestro modo de construir el mapa del cielo psicoanalítico, un cielo que nos cobija a todos, pero que se dibuja de un modo particular sobre los desiertos, las montañas, las selvas o las costas de Latinoamérica. Esta serie de los primeros diez números de Calibánpodría leerse como una particular cartografía. Por supuesto, no es la única posible. Por suerte, el cielo admite más de un mapa.

Junto con mis compañeras de viaje, Laura Verissimo, Raya Zonana, Andrea Escobar Altare, Lúcia Palazzo, y un equipo de entusiastas colaboradores que le ponen el cuerpoa esa tarea, con cada número de Calibánintentamos ir un poco más lejos en esta travesía, atravesar tormentas de arena, modificar el desierto.

Mariano Horenstein

Editor en jefe – Calibán – RLP


[1]Freud, en su carta a Pfister del 5 de junio de 1910, sugería que un analista “necesita volverse un mal sujeto, transformarse, renunciar, comportarse como un artista que compra pinturas con el dinero del gasto de su mujer, o que hace fuego con los muebles para que no sienta frío su modelo. Sin un poco de esa calidad de malhechor no se obtiene un resultado correcto”; Freud, S. y Pfister, O. (1966). Correspondencia 1909-1939. México, D. F.: Fondo de Cultura Económica.

[2]Se trata de Ten. Comentario sobre Ten, ver: Rosenbaum, J. y Saeed-Vafa, M. (2013). Abbas Kiarostami.Villa Allende: Los Ríos.