Singular contemporaneidad
Diez reflexiones sobre la contemporaneidad del Psicoanálisis (a propósito de la entrevista a Olegária Matos)
Tanto como la noción de identidad en psicoanálisis, renuente a cualquier captura, motor de un intenso trabajo, la de contemporáneo escapa a cualquier definición y quizás sea más fértil plantearla en términos de pregunta. ¿Qué es lo contemporáneo? ¿Cuál es el Zeitgeist de esta época? Y, en caso de poder precisarlo, ¿está nuestra práctica en condiciones de “atraparlo”? ¿Tiene el psicoanálisis alguna chance de supervivencia, más aún, alguna razón que justifique su supervivencia en el mundo contemporáneo?
Lejos de pretender definir, entonces, intentemos desplegar algunas características que podría tener lo contemporáneo en psicoanálisis.
1)
Después de mayo del 68 Lacan acuña una herramienta muy interesante a la que llamó sus cuatro discursos[1]. La contemporaneidad de la que hablamos es en última instancia un asunto discursivo y las cuatro formas aisladas por Lacan pretendían, a partir de las profesiones imposibles freudianas (gobernar, educar, analizar, más un novedoso hacer desear), mostrar los modos posibles del lazo social.
Dos de las profesiones imposibles freudianas son “de antiguo consabidas”; lo novedoso en cambio fue la emergencia, en determinada coyuntura histórica, del discurso del analista. Fue el último –lógica y cronológicamente- en aparecer, y en ese sentido podría ser el más “contemporáneo”…
A partir del gobernar, Lacan construye el discurso del amo, que ha experimentado mutaciones: En principio el amo clásico, propio de una sociedad esclavista y feudal. Al mismo le sucedería –con ligeras variantes estructurales- el amo capitalista, cuyo dominio se inicia con la Revolución Industrial y bajo el cual se inventa el psicoanálisis. El discurso del amo se encuentra estructuralmente próximo del discurso universitario, ligado al educar, o a un modo de educar. Y su última forma, ligada a la era digital, a internet, al predominio de los gadgets teconológicos en nuestra cybercultura, sería la del discurso de los mercados, tal como lo llama N. Braunstein[2]. Quizás allí podamos encontrar ese “capitalismo sin espíritu” al que alude O. M. en la entrevista. El primero, el del amo clásico, estaba ligado al surgimiento del libro como objeto artesanal, el segundo, el capitalista, a la imprenta y la industrialización y difusión de la letra escrita, el tercero, de los mercados, a la escritura digital, a la infinita reproducción sin soporte material de la información.
El discurso analítico, el más nuevo según Lacan, es el reverso del discurso del amo, su envés y podríamos considerarlo casi su consecuencia natural: lo que allí se excluye aparece retomado en el análisis. Frente a las variaciones del discurso del amo a lo largo de la historia, vemos que el discurso analítico –en la modestia, indigencia, de sus elementos- permanece bastante invariable, incluso fenomenológicamente.
Freud lo construyó a partir de lo excluido, de lo sepultado por la represión: los sueños, los restos, los fallidos, las mismas histéricas como parias de la psiquiatría. A partir de la dominancia del discurso capitalista, como una consecuencia necesaria no aleatoria ni milagrosa, es cuando el psicoanálisis surge y se fortalece (no ha prosperado salvo en las democracias capitalistas, según Elisabeth Roudinesco, no por cuestiones imaginarias como la libertad sino por una nota estructural). Ese discurso muta de algún modo, pues muta el amo, que pasa a ser ese oscuro sujeto, que es todos o nadie, innominado pero para nada desinteresado, al que se conoce como “los mercados”.
En su núcleo duro, la “tecnología” psicoanalítica es bastante parecida a la de un siglo atrás y de una simpleza asombrosa: un modo de escucha, una consigna de hablar, un diván, un sillón. Todos nuestros esfuerzos teóricos durante cien años no han cambiado mucho esa sencilla estructura que hoy más que nunca es a mi juicio, tan inactual como contemporánea. Es desde este observatorio anacrónico que vemos la contemporaneidad los analistas, es desde la extrañeza de mirar con instrumentos ópticos y no electrónicos, así auscultamos nuestro tiempo y pese a los cambios, creo, encontramos invariantes, el radical desacomodamiento de lo humano.
De algún modo, en nuestra contemporaneidad no prevalece lo reprimido quizás, como en tiempos del descubrimiento, sino lo vaciado (en el que hay una referencia a ese vacío al que alude Olgária Matos, que aparece convertido en tedio y que tiene, como telón de fondo desmentido por imposible de asimilar, a la muerte).
Es el vacío de la experiencia lo que prevalece en nuestra cultura y retorna, en forma de mudez, de mostración, de imposibilidad de construir proyectos desiderativos, en nuestra clínica actual[3]. Asistimos a una nueva crisis del sujeto, tras la crisis del capitalismo, de ese discurso de los mercados proteiforme pero cada vez más cuestionado en el llamado primer mundo donde todo parecía marchar bien.
Los objetos que el mercado ofrece ocluyen con alguna eficacia el vacío, el desacomodamiento estructural. Al igual que el amor, sólo que más eficazmente, pues alguien puede soñar que si con un partenaire no, con otro quizás sí, u otro… hasta darse cuenta que con ninguno habrá una unión sin fisuras, pero no sé si sucede lo mismo cuando la falta se sutura con un Iphone o un Ipad: no hay tiempo para encontrar que el pequeño gadget no encierra lo que promete pues ya el mercado ofrece una nueva versión que sitúa la frontera más lejos aún, “obsolescencia programada” le llaman, perpetuación del encuentro con la falta. Frente a este panorama, definiría con gusto nuestra práctica con un nombre que Olgária nos propone: artesanos del vacío.
2)
El XXIX Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis que celebramos en Sao Paulo el año pasado tenía un tema (tradición/invención) muy vinculado al lugar de lo contemporáneo en psicoanálisis. En esta misma ciudad, cerca del congreso, se desarrollaba la Trigésima Bienal de Sao Paulo, la segunda en importancia del mundo luego de la de Venecia.
Si hemos de creer a Freud, a Lacan o a Winnicott en cuanto a la delantera que los artistas nos llevan a los analistas, habría que pensar que mientras nosotros discutíamos en el WTC, algo de lo verdaderamente contemporáneo estaba acuñándose en otro lado. Los colegas latinoamericanos que habían venido a la ciudad, en cuanto podían, se escapaban del congreso para ir a la bienal. Creo que eso habla bien de nosotros y quizás del futuro del psicoanálisis.
Podríamos deducir entonces una primera característica de lo contemporáneo: está en otro lado. Una característica preliminar de la exploración de lo contemporáneo en el análisis entonces, podría ser entonces que hay que buscarlo afuera. En ese sentido, el análisis se congela cuando pretende alimentarse sólo de los avances endogámicos en su propio discurso, el precio que a menudo se paga es el de la repetición. El arte contemporáneo, que tiene también una íntima relación con la pregunta –la que subyace en la búsqueda del artista, la que genera en el espectador- tampoco se deja apresar fácilmente en definiciones y busca sus estímulos donde quiera que los encuentre.
3)
Cuando los colegas volvían de la Bienal al congreso, se escuchaba una suerte de relato compartido, algo extraño pues los analistas no suelen coincidir demasiado: la muestra ese año no era gran cosa, excepto la exhibición de Artúro Bispo do Rosário. Sus trabajos se exponían en el primer piso, en un lugar notable y dejaban encantados a quien pasara por allí. El artista brasileño estuvo internado en un hospicio, y trabajaba bajo el comando divino que lo conminaba a recrear el mundo, ignorante siquiera de que fuera un artista. Así, aislado del mundo artístico, se convirtió en uno de los íconos del arte contemporáneo brasileño, representante de su país en la bienal de Venecia. Lejos de cualquier afán por ser contemporáneo, lejos de cualquier moda o del aire de cualquier vanguardia.
Podemos extraer entonces un segundo rasgo de lo contemporáneo que pudiera aprovechar el psicoanálisis, tal como Bispo do Rosário nos enseña: extrañarnos de cualquier intención de ser contemporáneo, evitar cualquier afán apresurado de vibrar con los tiempos que nos tocan. El terreno de las intenciones siempre es el yoico, y si el psicoanálisis ha llegado hasta hoy ha sido por cuestionar ese plano de la eficacia del yo. En ese sentido, quizás haríamos bien en olvidarnos –como quien practica arquería en el budismo zen- de dar en el blanco, justamente para poder dar en él.
4)
Bispo do Rosário trabaja con restos (latas, cucharas, maderas, hilos destejidos de prendas usadas, basura). Y ésta bien podría ser una tercera característica de lo contemporáneo en psicoanálisis: lo contemporáneo como un trabajo con los restos, con las excretas, con lo segregado. En ese sentido, el psicoanálisis sigue ocupándose de los restos, sólo que antes eran sueños, fallidos, histéricas y ahora se trata del malestar que no satura ni sutura ningún gadget, la hiancia subjetiva que reaparece, la experiencia perdida, el amor, gran forcluido del discurso capitalista.
Una joven paciente -bien contemporánea ella- me relataba un sueño con mucha prevención: había algo caliente, un incendio, no podía hablar, para poder hacerlo, en el relato del sueño, reemplaza mi propio nombre refiriéndose a “un hombre”. Se trataba de mí mismo, y ella con un bebé, siendo abrazada (¿abrasada?) camino al zoológico. Esta misma paciente –que no podía hablar de una transferencia amorosa y debía incluir la tercera persona para poder hacerlo- no tenía el menor empacho en contar una gran variedad de disipadas conductas eróticas (en las que incurría sin ningún problema), consumo de sustancias y frecuentación de amistades variopintas. El amor, en su presentación transferencial, es el gran forcluido en el discurso capitalista, que deja la castración y por ende los asuntos amorosos de lado.
5)
El trabajo do Bispo do Rosário es claramente un trabajo delirante. Delirante en el sentido original de “salirse del surco”, delirante por lo extraño, bizarro. Y el psicoanálisis, aún hoy, aún en una época que parece acostumbrada a todo, imposible de sorprender, sigue siendo algo extraño, algo raro y quienes se permiten introducirse en él, quienes se escuchan desde allí hablar de un modo inédito, tarde o temprano lo reconocen. Otra característica que hace a la contemporaneidad del psicoanálisis entonces podría ser su rareza, su radical extrañeza –Susan Sontag ha reparado incluso en la estética de la situación analítica, casi una instalación de arte contemporáneo[4]– que creo que jamás hay que perder de vista asimilándolo a una profesión como cualquier otra.
6)
La obra de Bispo de Rosário, que por momentos parece de avanzada, por momentos pasada de moda, se forjó no sólo en los márgenes sino a contracorriente (se trataba de un marino también) de cualquier movimiento contemporáneo.
Me veo tentado a decir que ser contemporáneo en psicoanálisis es ir contra la corriente. Y ésta bien podría ser otra característica. Sólo que paradójica pues nos encontramos con que siempre el psicoanálisis digno de tal nombre ha nadado contracorriente.
Hay cierta matriz subversiva en el psicoanálisis producto de la introducción del discurso del inconciente en la paz chata de la conciencia, que introdujo el sexo en épocas victorianas en las que no se hablaba de sexo y que hoy, cuando quizás se hable demasiado de sexo, introduce la dimensión del pudor, de la intimidad perdida al ser expuesta diariamente en cualquier red social.
7)
Un modo de navegar contracorriente hoy es la de ser deliberadamente anacrónico. Hay allí un rasgo de contemporaneidad y podríamos situar esto como una sexta característica de la contemporaneidad en psicoanálisis.
El psicoanálisis es una práctica vintage. Y quizás ahí resida parte de su encanto. Como los discos de vinilo, que parecían haber desaparecido tras los soportes electrónicos, infinitamente más portables y de mayor capacidad. Y sin embargo han reaparecido, como piezas de colección y de culto para muchos, que los reconocen como un soporte en el que la música suena de un modo con el que ningún Ipod podría competir. El disco de vinilo, como el psicoanálisis, es más raro, menos masivo, pero se convierte en un reducto de una calidad inédita, posibilita que se escuche un rango de sonidos que permanece mudo en cualquier otro dispositivo.
O como el Bactrim, antiguo medicamento desplazado por los antibióticos de última generación que volvió, con una inusitada eficacia, cuando las bacterias se habían hecho ya resistentes a tanto medicamento novedoso.
Es conocida la cita de Agamben: “Pertenece realmente a su tiempo, es verdaderamente contemporáneo, aquel que no coincide perfectamente con éste ni se adecua a sus pretensiones y es por ende, en ese sentido, inactual; pero, justamente por eso, a partir de ese alejamiento y ese anacronismo, es más capaz que los otros de percibir y aprehender su tiempo. La contemporaneidad es, pues, una relación singular con el propio tiempo, que adhiere a éste y, a la vez, toma su distancia[5]”. Es difícil pensar en una praxis que se adecue mejor a esta definición que la psicoanalítica. El psicoanálisis es contemporáneo precisamente por ser inactual.
Alinearse automáticamente -casi como si fuera algo que no amerita discusión- con un modelo que privilegie la relación con las neurociencias, por ejemplo, creo que es exactamente lo contrario de lo que hay que hacer. Esa mímesiscon elfuturoen forma del progreso sólo puede perjudicarnos y habría que ver qué conviene modernizar, qué es modernizar, hasta dónde hay que llevar al psicoanálisis en el afán de adecuarlo a estos tiempos.
Y evaluar con cuidado qué del pasado es lo esencial y qué es lo accesorio, dónde está el núcleo duro, la verdad desnuda, del psicoanálisis. Creo que no está en las teorías más o menos novedosas ni en ciertas formas estandarizadas elevadas al lugar de nec plus ultra sino en el dispositivo de proverbial simpleza, en unas pocas reglas, en la confianza en el inconciente.
Se puede no encajar con el tiempo mirando al pasado, en las figuras de la nostalgia, pero también se puede no encajar mirando al futuro, en las ilusiones del progreso eterno. Pero vayamos un poco más allá. ¿Se puede ser estructuralmente anacrónico, ni nostálgico de un pasado que quizás nunca fue ni anhelante de un futuro que quizás no sea?
Ser clásico o anacrónico no debiera ser una coartada para gozar del pasado y de la queja de que los tiempos dorados se han ido. Pero a la vez quizás debiéramos pensar si en nuestro afán para estar a tono con la época no corremos el riesgo de hundirnos más: hay que precisar el arte de la natación. Medirnos en el horizonte de la época[6] sí, pero a condición de delimitarlo con precisión: la presión de la moda a veces hace más mal que bien, las angustias y la impotencia a veces duplican los males que con nuestros manotazos pretendemos remediar.
En mayo del ´68, los revoltosos enarbolaban una consigna cercana al oxímoron: seamos realistas, pidamos lo imposible. Nosotros podríamos construir la nuestra: Seamos contemporáneos es decir clásicos, o –mejor todavía- anacrónicos.
8)
El genial Walter Benjamin que evoca Olgaria Matos pensaba que vivimos en una época en la que tanto la Narración como el tipo de experiencia de la que da cuenta está en crisis y la comunidad de oyentes en peligro[7]. No hablaba de psicoanálisis, pero bien podría haberlo hecho, pues hubiera sido impensable su invención fuera de esa experiencia ligada al mundo de la narrativa oral. Walter Benjamin desconfiaba también del llamado “progreso” –forma por excelencia en que se encarna lo actual– y gustaba representárselo como aparecía en un cuadro de Paul Klee: el progreso era una tempestad que arrastraba hacia delante, hacia el futuro, al ángel de la historia, quien de espaldas contemplaba horrorizado el pasado como un montón de ruinas[8]. Nuestro trabajo, recordemos la conocida metáfora arqueológica freudiana, se hace sobre ruinas, sobre la memoria de las ruinas. Por estructura y no por accidente, resiste al llamado progreso, cuestiona la racionalidad que tiende a considerar el pasado como perimido y el sufrimiento como inexistente. Y no hay asomo de contradicción en su inactualidad: es lógicamente necesario el discurso del amo y sus variantes (universitaria, capitalista, incluso de mercado) para la aparición de su reverso, el discurso del psicoanalista, de la misma manera que el movimiento Slow Food o su extensión, Slow Life –movimiento en el que el psicoanálisis por cierto se sentiría muy a gusto- surge gracias a la proliferación de los Fasts Foods.
Podemos pensar cómo debería mirar el ángel para ser contemporáneo: de soslayo, con los ojos entrecerrados, desconfiado. Séptima característica entonces: lo contemporáneo sólo se advierte de soslayo, al sesgo, en el detalle, nunca con la ruidosa evidencia de la moda, aunque se trate de la moda científica. Pensar que somos contemporáneos si atendemos por Skipe es ubicarnos como esos padres que se hacen los cancheros para llegar a sus hijos, que pretenden utilizar su jerga o vestir su ropa, padres amenazados siempre por el ridículo.
9)
En biología se estudia la necesidad de cualquier organismo vivo por diferenciarse. Diferenciarse es una cuestión de vida o muerte: si un organismo no puede diferenciarse del entorno, mantener el calor cuando hace frío, refrescarse cuando el calor agobia o permanecer estable ante cambios catastróficos, se muere. A la vez, cualquier especimen desarrolla diferencias adaptativas (aunque impliquen adaptaciones, son diferencias) que le permiten sobrevivir, y a su especie evolucionar. Un individuo de cualquier especie incapaz de diferenciarse, está muerto. Y eso en el orden biológico, que sabemos subvertido, perdido para siempre, por el lenguaje. En el territorio humano, territorio de lenguaje y por ende de cultura, podríamos llevar al extremo tal suposición: no diferenciarse es una suerte de muerte mental.
Y el psicoanálisis es uno de los escasos reductos actuales donde tal diferencia se juega, se pone en escena, se rescata y realza al extremo; producir esa diferencia, inventarla o descubrirla (sabemos que en latín se usa el mismo verbo), es el cometido de cualquier análisis verdadero.
Allí donde muchas psicoterapias, más aún los tratamientos psicofarmacológicos, abogan por ahogar cualquier diferencia individual en una homogeneización que, tras disfraces adaptativos, pulverizan cualquier singularidad, el psicoanálisis se propone, contra viento y marea, hacer de esa preciosa diferencia la piedra angular de cualquier construcción subjetiva. En psicoanálisis siempre estamos algo incómodos hablando de diagnósticos, de nosografías, de conductas terapéuticas tipo. En psicoanálisis siempre experimentamos dificultades a la hora de comunicarnos con colegas no analistas o cuando es necesario exponer nuestras certezas o descubrimientos en público. El psicoanálisis quizás sea una ciencia, pero si lo es, lo es de lo singular. Los casos se cuentan de a uno y nos llevamos bastante mal con las estadísticas. Y en ese sentido, el psicoanálisis es uno de los últimos refugios de la subjevidad entendida como singular, como alérgica a la masa, como esencialmente inadaptada. Esa subjetividad siempre amenazada incluso desde los propios anhelos de nuestros analizantes por sumergirse en el mortal abrazo del Otro. El psicoanálisis es –siempre lo ha sido- un reducto de resistencia[9] en una cultura que convierte al ciudadano en consumidor, al sujeto en objeto, que decreta que la historia a llegado a su fin y que inventa píldoras para procurarse paraísos de felicidad normalizada.
Es fácil engañarse porque hoy se habla mucho del individuo, se dice que pronto habrá, ya es posible, periódicos con noticias singularizadas según nuestros intereses y los numerosos gadgets teconológicos hoy disponibles –desde celulares o notebooks hasta automóviles- pueden configurarse al gusto personal. Vivimos en la época del marketing “uno a uno”, en el que los expertos están en condiciones de atiborrarnos de objetos delineados a partir de nuestras propias y singulares necesidades. Incluso hay una marca española de ropa llamada Desigual que basa su campaña promocional en la diferencia, en la singularidad de cada prenda frente a un consumidor supuestamente único …para el que produce miles de prendas desiguales sospechosamente parecidas.
Pues lo cierto es que esa diferenciación extrema encubre un anonimato pavoroso, un desbarrancamiento absoluto de aquello que nos hace verdaderamente únicos, ese deseo indomable, incolmable, irreverente, impolítico, incómodo e incomodante, que sólo puede encontrar su lugar en el territorio de un dispositivo como el psicoanalítico, sostenido siempre con dificultad.
El resorte de la eficacia del psicoanálisis, de su eficaz inactualidad, reside en la preservación militante de la singularidad[10]. Y ahí reside otro de los rasgos ineludibles para pensar su contemporaneidad.
10)
Pero esto no termina de revelar el secreto de su permanencia en estos tiempos modernos que parecieran serle refractarios. Una extraña disciplina, la Patafísica, fundada por Alfred Jarry, el creador de Ubú Rey, y que contara entre sus cultores a Umberto Eco, a Picasso o a Raymond Queneau se creyó también ciencia de lo particular, de las excepciones, y postuló que las leyes científicas constituyen tan sólo excepciones multiplicadas. ¿Qué diferencia al Psicoanálisis de la Patafísica (o de algún otra narrativa, disciplinas con las que Olgaria Matos pareciera aparear al psicoanálisis)? Su relación con lo real del padecimiento, padecimiento no accidental sino inherente a la constitución misma de lo humano.
El Psicoanálisis está lejos de ser un juego iconoclasta, un divertimento provocador. Es una de las pocas praxis que puede conciliar alivio sin engaños (recordemos con Freud lo que proponía como meta: mudar miseria neurótica en infortunio corriente) con esa cuota de libertad sin la cual ninguna vida humana vale la pena. Para bien o para mal, para lidiar con el sufrimiento sin pretender licuar el malestar inherente a la existencia, para llegar a ser lo que uno es, como reza anticipatoriamente la sentencia del poeta griego Píndaro, no se ha inventado aún otra cosa mejor. Allí radica nuestra singular manera de aunar la reflexión con la acción de las que habla Olgária Matos, pues el psicoanálisis no encuentra su legitimidad en el autoconocimiento puro, sino en la producción de un sujeto que no se acobarde ante los desafíos que le plantea su propia singularidad.
Esa promesa de diferencia que le hacemos implícitamente a nuestros analizantes con el solo ofrecimiento de una escucha particular, es también un compromiso para el analista, -lo cual es lógico pues siempre un analista es fundamentalmente un ex analizante– quien debería resistir las tendencias –institucionales o no- que lo llevan a la homogeneidad, a la serie, a las jergas o a las modas teóricas para encontrar su propia singularidad como marca de estilo.
[1] Lacan, Jacques, El Seminario 17-El Reverso del Psicoanálisis, Paidós, Bs. As., 1992.
[2] Braunstein, Néstor, El inconciente, la técnica y el discurso capitalista, Siglo XXI, México, 2011.
[3] Horenstein, Mariano, El jarrón y las semillas de girasol. Apuntes para una tradición por venir, en Calibán-Revista Latinoamericana de Psicoanálisis, vol. 10, n. 1, año 2012, Fepal, Montevideo, 2012.
[4] Sontag, Susan, Contra la interpretación, Alfaguara, Bs. As., 1996.
[5] La cita completa continúa así: “más exactamente, es esa relación con el tiempo que adhiere a éste a través de un desfase y un anacronismo. Los que coinciden de una manera excesivamente absoluta con la época, que concuerdan perfectamente con ella, no son contemporáneos porque, justamente por esa razón, no consiguen verla, no pueden mantener su mirada fija en ella.
Una segunda definición de la contemporaneidad: contemporáneo es aquel que mantiene la mirada fija en su tiempo, para percibir no sus luces, sino sus sombras”. Agamben, Giorgio, ¿Qué es ser contemporáneo?, en Diario Clarín, Bs. As., Argentina, edición del 21-03.09.
[6] J. Lacan (Escritos 1, p. 309, edición Siglo XXI, Bs. As., 1984) decía “mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época”.
[7] Benjamin, Walter, , El narrador, Ediciones/Metales pesados, Santiago de Chile, 2008.
[8] Benjamin, Walter, Sobre el concepto de historia, en Discursos interrumpidos I, Taurus, Madrid, 1989.
[9] Viñar, Marcelo, Viñar, Marcelo, Inquietudes en la clínica psicoanalítica actual, Brasil, 2006.
[10] Incluso de cada analizante con respecto a su propio analista… Por eso irritan los pacientes que se parecen demasiado a sus analistas.