La mutación inevitable

Al viejo modo, como antes se escribían y publicaban novelas por entregas, Alessandro Baricco pergeñó un ensayo por entregas, Los bárbaros.

El libro tiene un subtítulo revelador: ensayo sobre la mutación, y lo que intenta aprehender es algo virtualmente imposible de aprehender: la historia en tiempo presente. Baricco se convierte en etnógrafo contemporáneo, se extraña de su propia tribu –urbana, occidental- para describir una nueva especie en formación, mutante. No sólo la describe, también aisla sus notas esenciales, hipotetiza sobre las razones de su existencia y el lugar que cabría darles.

Se sabe: los bárbaros son los otros. Eran los persas para los griegos (a partir del bar bar -una suerte de bla bla bla como sonaba a oído de Occidente la onomatopeya farsi- se acuña la palabra), los mongoles para los chinos, los latinoamericanos para los estadounidenses o los árabes para los israelíes. Entre nosotros y los bárbaros, con la pretensión ilusoria de trazar una frontera defensiva, se erige siempre algún muro.

La categoría de los bárbaros no se solapa con la de los jóvenes de modo absoluto, pero en ningún otro lugar podríamos identificar mejor sus características. Ellos son la nueva especie, mutante, que ha desarrollado branquias detrás de las orejas y puede así respirar donde los otros, quienes no han evolucionado, mueren.

Baricco se esfuerza en comprender el apocalipsis entrevisto, la inminente llegada de los bárbaros que acabarán con lo que consideramos civilización. Y lo hace de un modo que evita la queja descalificante o el arrebato plañidero, la añoranza por el paraíso perdido o la parálisis letal. La mutación es, por lo pronto, inevitable. Y nadie puede afirmar con certeza que no sea deseable. Donde otros ven, por ejemplo, las miradas atontadas de los jóvenes, su desidia extrema, su renuncia al esfuerzo o rechazo de la profundidad, Baricco avisora las nuevas habilidades ocultas tras lo que echamos de menos en quienes habrán de llevar nuestra especie más lejos.

Indaga sin prejuicios, en la alta cultura o en la popular, en Beethoven o McDonald´s, siguiendo la estela de Walter Benjamin, ese especialista en “el arte de descifrar las mutaciones un momento antes de que acontezcan”. Las primeras mutaciones a descifrar las encontrará en campos tan disímiles como el del mundo del vino, del fútbol o de los libros. Los tres han enfrentado lo que –ante ciertos ojos- puede aparecer como una degradación contemporánea:

  • La pérdida de la sacralidad del terroir, de los rituales del vino y del lenguaje de iniciados de una casta (sea ésta la de los vitivinicultores o la de los consumidores) a manos de la revolución de los varietales y del modo en que el Imperio americano ha inundado –democratizándolo y a la vez simplificándolo- al mundo del vino asentado en la vieja Europa (también, hay que recordarlo, lo ha salvado, episodio de la filoxera mediante).
  • La pérdida de la sacralidad del fútbol, de su ceremonia dominical en aras de códigos televisivos, espectaculares, con su correlato comercial y de ampliación del acceso laico.
  • La pérdida de sacralidad del objeto libro como modo privilegiado del acceso a la cultura; la lectura como práctica morosa, profunda y autónoma ha cedido paso a la lectura como parte de una experiencia mayor, donde los libros que se leen surgen de o remiten a otras formas de la la experiencia, menos centrada en la expresión que en la comunicación. Los libros que se leen, dice Baricco, tienen instrucciones de uso fuera del mundo de los libros, y reciben su potencia de la energía de otros modos narrativos. Lo que se valora no el libro en sí sino la secuencia –que incluye al cine o a la canción, a la televisión o a la web- de la que apenas son un segmento.

Los bárbaros, en estas prácticas, no tienen miramiento alguno y vacían de sentido aquellos lugares que para la especie anterior a la mutación eran su santuario. Y lo hacen en una lengua moderna, base de su novedosa forma de la experiencia.

En el origen de la mutación, encontramos una innovación tecnológica que abre nuevos caminos a nuevos actores, que adoptan una lengua moderna para  la cual nociones como simple, superficial, veloz o medio no son anatemas. Se trata de un gesto laico e iconoclasta que no ha de espantarnos si queremos entenderlo. Una ventana privilegiada a la mutación la encuentra Baricco en la invención de Google.

Imposible pensar a los nuevos mutantes antes de la red. Y aunque cueste pensar en una época anterior a Google –pues parece que el buscador siempre hubiera estado allí- la hubo. Y las soluciones que se ensayaban para lograr encontrar algún orden en la manipulación de millones de sitios web con miles de millones de referencias (por ejemplo, sea por repetición de contenidos o selección de expertos) era –hasta Google– antigua, pre-bárbara. Hasta que dos jóvenes con branquias tras las orejas dieron cabal importancia a los links: lo que importaba eran las relaciones más que las esencias, las trayectorias en vez de los objetos, los viajes más que los lugares. Google es efecto y a la vez causa de un nuevo modo de pensar en que la superficie se privilegia frente a la profundidad, el viaje frente a la inmersión, el juego frente al sufrimiento. Nuestros nuevos mutantes están forjados en esta fragua. Esto tendrá –a mi criterio- enormes consecuencias para el psicoanálisis.