Historias que adoramos escuchar
El título de este libro funciona como una ligera variación del de otro libro, aparecido casi simultáneamente en el mismo sello editorial original: “El cerebro explicado a mi nieto”, de Jean-Didier Vincent. Hay una cierta lógica oculta allí y quizás esta reseña sea una buena excusa para hacerla visible.
Si se ha seguido la trayectoria de la autora, su coraje para librar las batallas necesarias frente a los detractores del psicoanálisis (sin necesidad de repetir argumentos religiosamente, como es por desgracia habitual) puede saberse que esta “abuela” no es de las que se quedan calladas. En estos tiempos donde las neurociencias parecen tan de moda, cabe imaginarla pensando no solo en el lugar del psicoanálisis como disciplina, sino sobre todo en el futuro de su nieto y de todos los jóvenes por venir.
Pues esta época amenaza con una nueva reducción de la mente al cerebro, algo que tiene consecuencias que estamos lejos de haber calibrado aún. Muchos “descubrimientos” y “progresos” (aún psicoanalíticos), acaban siendo retrocesos y no es raro encontrar supuestas novedades científicas que se revelan prefreudianas.
En este contexto Roudinesco decide escribir un libro dialógico: no será el cerebro, sino el inconciente lo que explicará a su nieto.
Y no porque el cerebro no exista sino porque el cerebro siempre está, es evidente y goza de prestigio. A quien hay que defender es al inconciente -el inconciente que el psicoanálisis funda y preserva como si se tratara de un animal en peligro de extinción- siempre frágil y evanescente. A esta abuela le interesa que las generaciones por venir no se queden limitadas por un discurso único y cientificista, por eso se inventó este cuento socrático destinado a niños mayores o adolescentes, que son también coautores de su historia.
Un libro menor, sin duda, si uno lo compara con su monumental Historia del Psicoanálisis en Francia, con el Diccionario de Psicoanálisis que co-dirigiera, con su controvertida biografía de Lacan o con la reciente puesta a punto contemporánea de la figura de Freud o incluso con la veintena de libros a través de los cuales E. Roudinesco dialoga -desde un lugar excéntrico al de un psicoanalista afiliado a una escuela o institución- con los maestros del psicoanálisis, la historia y la filosofía, a muchos de los cuales ha tratado en persona. Ahora conversa con su nieto, pero poco tiempo atrás lo hacía con Derrida.
Y lo hace -como lo hizo en Freud en su tiempo y en el nuestro– desde un lugar librepensador, renunciando a la hagiografía y apelando a los nuevos descubrimientos historiográficos, rescatando a la vez el aire fresco de un descubrimiento aún revolucionario, salvándolo tanto del conservadurismo de la parroquia analítica como del encono ciego de sus detractores.
Como todo lo menor, se trata de un libro encantador, que esquiva como puede las banalizaciones o los maniqueísmos siempre al acecho en cualquier obra destinada a un público profano. A medio camino entre El principito y La ética para Amador de Savater, emparentado a la vez con Auschwitz explicado a mi hija de Annette Wieviorka o con el ilustrado “Psicoanálisis para principiantes”, este libro es también una excusa para un diálogo, siempre pendiente, siempre difícil, con las generaciones que nos pisan los talones.
Una excusa que les ampliará el mundo de pantallas táctiles y juegos en red, pues el inconciente es aquí un caballo de Troya. Con él, entran en la conversación la mitología y los grandes relatos griegos, el Titanic y La guerra de las galaxias, Artemidoro de Daldis -el primer intérprete de los sueños- y sus émulos de internet, Harry Potter junto al Bosco y Descartes.
Así, hablando del inconciente pero también de Dios y el destino, del terrorismo y el genocidio, de los chamanes y del alma de los animales, este libro convierte a niños y jóvenes en destinatarios de una interlocución inteligente, y así se erige sin quererlo en un manual de prevención contra la medicalización y la estupidización de la infancia y la adolescencia.
Este pequeño libro, que carece del rigor de un ensayo para especialistas, recupera en cambio la frescura del descubrimiento en estos tiempos tan viciados de estribillos y consignas -psicoanalíticas o no- donde el pensamiento crítico queda afuera.
Roudinesco retoma de algún modo los temas presentes en su prolífica obra -sea la familia o la locura, la perversión o el judaísmo, Freud o Lacan- pero no es un libro escrito por una psicoanalista. Es un libro escrito por una abuela. Mejor dicho: por una historiadora, lo cual vendría a ser casi lo mismo que una abuela, pues en los abuelos descansa de algún modo la memoria de la especie. Su desafío, en el que fracasa porque es imposible triunfar allí, es el trazado preciso del escurridizo inconciente, materia pulsátil que sin embargo deja huellas pesquisables.
Pero este libro escrito por una abuela rescata del olvido al “espíritu de la narración” del que hablaba Walter Benjamin. Olvido inseparable de la crisis de la experiencia contemporánea. Se trata aquí ni más ni menos que del antiguo arte de contar historias a quien tenga la paciencia suficiente para escucharlas.
Uno podría preguntarse: ¿para qué enseñarle a un niño algo tan cercano a su experiencia como es el inconciente? Quizás sea simplemente porque los niños -en sintonía con ese otro arte de oír historias que es el psicoanálisis- adoran escucharlas.