Apuntes para un manifiesto retrofuturista

                                        La crisis se produce cuando lo viejo no acaba de morir y cuando lo nuevo no acaba de nacer.

                                                                                                                   Bertolt Brecht    

                                        Es en el futuro donde deben ver su historia.

                                                                                            Henri Michaux                              

– No es sencillo pensar en el futuro. / De hecho el futuro está mucho menos difundido entre las lenguas que los otros tiempos verbales. Hay idiomas que solo distinguen un tiempo pasado de un tiempo no pasado, donde coexisten presente y futuro. / Estamos condenados a pensar en el futuro con el límite que nuestra experiencia pasada y nuestro instrumental actual nos imponen. El modo en que concebimos el futuro está limitado por nuestra imaginación presente.

– En psicoanálisis, se sabe, tenemos debilidad por el pasado, al que pensamos como eficaz en lo actual y condicionante de lo que vendrá. / El futuro, tierra prometida a la procrastinación obsesiva, despliegue de anhelos y fantasías con su consiguiente ganancia de goce. Pero nunca es sencillo pensar en el futuro ya que, por lo pronto, implica enfrentarnos con nuestra propia desaparición. Pensar en el futuro, necesariamente, es incluir la muerte en el cálculo de la vida.

– A la vez, es imprescindible pensar en el futuro, aunque más no sea porque -como decía Woody Allen– nos pasaremos el resto de la vida en él.

I Futuro perfecto/Futuro imperfecto

Siempre resulta interesante ver qué hacen otros discursos con el futuro, y contrastarlos con un discurso -tan específico como de frontera- como el analítico.

Tomaré tres de ellos, de modo inevitablemente esquemático.

– La Religión, en sus múltiples versiones, postula por lo general un futuro ideal. Se trate de la espera de un tiempo mesiánico o del acceso a la bienaventuranza divina o al reino de los cielos, o de la habilitación irrestricta al disfrute de setenta y dos vírgenes y ríos de leche, vino y miel, al Nirvana o la inmortalidad, suelen representar al futuro como perfecto: consuelo, remedio y reparación de las muchas frustraciones impuestas por la vida.

El futuro en la religión se configura en el molde del pasado. Sea a través de la ética protestante que promete riquezas en el más allá a quien las haya obtenido en el más acá; de la nostalgia de un paraíso perdido que yace tras la promesa de uno por ganar, del augurio de bienaventuranzas a los pobres, o del buen o mal karma que una y otra vez marca el porvenir, lo pasado determina lo que vendrá.

Y también desde el pasado retorna lo peor. Tanto en la religión, como en la política cuando ésta se torna religiosa, vuelven las peores formas, aggiornadas, del fundamentalismo antiguo.

– La Ciencia en cambio, al imaginar el futuro, no solo actualiza las formas sino también los contenidos. El relevo constante de paradigmas que caracteriza a la ciencia la pone en mejor condición para imaginar futuros posibles. De algún modo, los sueños de dominio de la ciencia se configuran a partir de la ciencia ficción. Pese a la ilusión fallida del llamado “progreso”, pareciera que no hay más que esperar para que todas las anticipaciones se hagan realidad. La ciencia -como la política- primero sueña un futuro y luego trabaja para construirlo.

Los discursos religioso y científico, siendo distintos, comparten sin embargo una idea nuclear: el futuro se imagina en tanto dilución de toda falta. El límite de la muerte se diluye si la vida puede extenderse; la frágil singularidad se rinde ante la clonación; la esterilidad no será una barrera si avanzamos en técnicas de fecundación asistida; la enfermedad deja de ser un impedimento si logramos reemplazar órganos enfermos con órganos vicarios -humanos o mecánicos- con igual o mejor desempeño; los conflictos y enfermedades del alma desaparecen si diseñamos píldoras para remediarlos… Al igual que las promesas de la religión, las de la ciencia desmienten la falta, la castración que nosotros solemos poner en el centro de nuestra práctica. La falta se desmiente, a tono con el discurso de los mercados, donde se producen objetos en serie que renuevan la apuesta por saturar/suturar lo que, como decía Pontalis, nos habita como hueco.

-¿Qué hace el Arte con el futuro? Que no sea novedoso decir que los artistas se adelantan a los analistas, no implica que no sea cierto. Ése es un punto de rara coincidencia entre analistas, suscripto entre otros por Freud, Lacan y Winnicott.

Así como nosotros sabemos cómo investigar el pasado, los artistas están preparados como nadie para lanzar sondas hacia el futuro, en especial los artistas de vanguardia. Las vanguardias cuestionan la tradición y llevan más lejos los límites de lo posible; y por lo general postulan su visión en un manifiesto. Así hicieron los surrealistas y los situacionistas, los minimalistas o los constructivistas entre muchos otros. También el futurismo, movimiento artístico que pone de relieve una nueva era dominada por la máquina y la velocidad, y que hace más de un siglo se preguntaba: ¿quieren malgastar sus mejores energías en esta eterna y fútil admiración del pasado, que los deja fatalmente exhaustos, disminuidos y pisoteados?/Nosotros destruiremos el culto al pasado, la obsesión con lo antiguo, la pedantería y el formalismo académico/Nos rebelamos contra todo lo que está apolillado, sucio y carcomido por el tiempo.

Si algo diferencia a nuestro futuro del de los clérigos, los científicos e incluso los artistas, es que no se trata de un futuro perfecto.

– Como sea que lo imaginemos, el futuro para el psicoanálisis y también el futuro del psicoanálisis, es un futuro imperfecto. Tan imperfecto que ni siquiera estamos seguros de si existirá o no. A fin de cuentas, ¿qué garantías tenemos de que el psicoanálisis sobreviva? Disciplinas afianzadas en su tiempo como la alquimia u oficios omnipresentes en otras épocas como el de deshollinador, colchonero o relojero desaparecieron de la faz de la tierra. Tendemos a naturalizar nuestra propia experiencia, sin percatarnos de su precariedad histórica.

-También es cierto que no somos solo meros observadores o adivinos del futuro sino que lo que hagamos (o no) incidirá en ese futuro. El tiempo puede esculpirse, participamos en la construcción de un futuro posible. ¿Cómo?

– A la hora de imaginar el futuro, nos acecha la tentación de mimetizarnos con la Ciencia y hacer un update constante (Skype, etc.) Solo que “modernizarnos” de este modo, por necesario que pueda ser, pierde de vista que en nuestro campo hay aún lugar para lo clásico, y si para un físico Newton es un ilustre personaje histórico, para nosotros Freud o Lacan o quienes quieran poner en ese lugar, son clásicos y a la vez contemporáneos con quienes dialogamos aún hoy.

– No se trata de intentar un pragmático cambio de semblantes, que como toda impostura tendría patas cortas, sino en todo caso de imaginar un futuro viable, y a la vez aventurar qué figura de analista podría tener lugar en él.

Como a menudo en psicoanálisis, la pesquisa acerca del futuro nos obliga a revisar el pasado: ¿bajo qué figuras se ha presentado el analista en el módico siglo que lleva de existencia?

II Figuras de analista

– Si hablo de figura, es contraponiéndola a un fondo -por lo pronto las coordenadas epocales frente a las que se recorta-, en una escena. Desde su aparición el psicoanálisis ha implicado al menos dos escenas: la de lo manifiesto, el plano de la conciencia y la conducta observable, y otra escena, der andere Schäuplatz, la escena del sueño, la del inconciente.

– Lacan complejiza más la cuestión cuando analiza -en la estela de Freud- al Hamlet de Shakespeare y despliega un mundo, la escena sobre ese mundo y la escena sobre la escena. Hamlet importa no solo por su valor literario o por las elucubraciones de Freud y Lacan al respecto, sino porque anticipa -ya que hablamos de futuro- al psicoanálisis: Hamlet es el primer personaje que cambia a partir de lo que escucha de lo que dice.

– En un mundo real perdido como tal y a la vez tramado por la escena simbólica y lo que pueda montarse imaginariamente sobre ella, el psicoanalista opera simultáneamente en distintos niveles, encarnando figuras. Si bien la figura transferencial que encarne tendrá un acento particular, quizás haya constantes epocales modos en que aparece el psicoanalista en la escena del mundo.

– Las figuras del analista no han sido las mismas en su devenir histórico, como tampoco son las mismas en su despliegue geográfico; si bien puede inteligirse cierta diacronía en sus apariciones, también coexisten sincrónicamente. Éstas no son sino algunas de ellas:

1 El analista sanador

La figura del analista está aquí en continuidad no con la de un científico sino con la de quienes se dedicaron a la curación por el espíritu como hechiceros y chamanes, hipnotistas y magnetizadores. Desde esa tradición, la de la curación por el espíritu, el psicoanálisis logró prontamente ubicarse en un lugar adecuado y eficaz -en principio asombrosamente, más trabajosamente luego- en el tratamiento de los padecimientos del alma.

A esta figura se agregarán otras connotaciones como las del analista como santo o como sabio.

El analista es alguien que trabaja desde cierta ascesis: qué otra cosa es la abstinencia sino una ascesis de amor que le hace lugar allí a un deseo, vacío de todo contenido, el del analista.

Hay quien piensa que el futuro del psicoanálisis existirá si éste logra algún tipo de amalgama con las prácticas de la meditación, considerándolo como “una meditación de a dos”. El analista, filiado aquí en una tradición espiritual, aparece investido transferencialmente de cierta sabiduría no incompatible con la docta ignorancia que Lacan, vía Nicolás de Cusa, le adjudicara.

2 El analista exiliado

Esta figura del analista, asociada a la anterior, es también originaria: el análisis no surge de ningún establishment, sino del patio trasero de la neurología al ocuparse de lo que la psicología y la psiquiatría de su tiempo desdeñaban. El saber analítico, sostenido por un grupo de desclasados que se reunían en Bergasse 19 una vez a la semana a discutir sus descubrimientos, era un saber que no encontraba lugar en la ciencia de su tiempo. Ese exilio del saber oficial se convertirá luego en exilio efectivo de las ciudades donde ese saber originario fue acuñado: Viena, Berlín, Budapest… Y así comenzó la diáspora que esparció al psicoanálisis, como si se tratara de un virus contagioso, por medio mundo. La figura de esos analistas, muchos de ellos judíos centroeuropeos expulsados por el nazismo, trashumantes, extranjeros que hablaban inglés, francés o castellano con acento, está en el origen de la historia del movimiento psicoanalítico.

3 El analista detective I: descifrador de enigmas

Bajo esta figura el analista se hizo célebre como intérprete de indicios, arqueólogo de los restos inconcientes. Al señalar un sentido oculto tras lo aparentemente insensato, hizo posible una operación de lectura que le granjeó un lugar en la cultura contemporánea. Solo que la figura del analista intérprete, encuentra sus límites. Así lo advierte Freud en los años ´20, y Lacan en los años ´60, cuando advierten los límites de lo simbólico y por ende de los efectos liberadores del desciframiento. El paradigma aquí podría compararse al detective de las novelas inglesas, al Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle, al Hércules Poirot de Agatha Christie, al Auguste Dupin de Poe. Esta figura, asociada a la época dorada de la interpretación, acaba convertida en caricatura y cede su lugar a otra figura detectivesca.

4 El analista detective II: en el mismo lodo todos manoseados

Aquí el modelo no viene de las novelas británicas de misterio sino de la serie negra norteamericana. El analista puede seguir siendo una figura detectivesca, pero lo será al estilo de Philip Marlowe o Sam Spade, los legendarios detectives privados imaginados por Raymond Chandler y Dashiel Hammett. Esos personajes, lejos de la aristocrática pulcritud de los anteriores, tienen sus pies hundidos en el mismo barro donde viven e investigan. Son seres nocturnos y desclasados en contacto con lo más sucio de la sociedad, con su centro oculto, con eso que podríamos ligar a la pulsión de muerte, al goce, a lo real. Son marginales, no pertenecen en realidad a la sociedad ni a sus instituciones, y por eso justamente pueden ser lúcidos donde otros no. Acá el analista no es un descifrador de acertijos; si el paradigma de la figura anterior era el de un arqueólogo, el actual es el de  una suerte de antropólogo forense que ha de reconstruir lo perdido entre los restos, que mete mano en el cenagal que otros rehúyen y así accede así a otro tipo de verdad.

5 El neuroanalista

Freud intentó desprender al análisis de la neurología, existe un movimiento que pareciera intentar reintroducirlo. Apuntalado en la investigación empírica y cierta fascinación por la ciencia, anhela generar evidencias que convenzan a los seguros de salud de que nuestra práctica es eficaz y merece ser financiada. También espera poder ser recibido al fin en las aulas magnas de las que fue expulsado aún antes de surgir. Esta figura de analista mira con algún desprecio las figuras anteriores, como si se tratara de una oscura genealogía que conviene ocultar para ser admitido algún día en salones más prestigiosos.

Hay en esta figura una apelación a las aspiraciones del pasado, aquellas que hacían soñar a Freud con encontrar un correlato biológico de sus intelecciones metapsicológicas, un Freud más cercano a las investigaciones sobre el sistema nervioso de las anguilas que el que se dejó llevar por sus descubrimientos más lejos de lo que él mismo hubiera imaginado. El neuroanalista sueña con que el psicoanálisis sea al fin considerado una ciencia sin lugar a dudas, con que el lenguaje sea apenas una característica superestructural y no aquello que torsiona y desnaturaliza nuestra naturaleza, de aquí en más cultural.

6 El analista metoikos

Ésta es otra figura que apela al pasado, pero desde una vertiente completamente distinta. En vez de pretender ser admitido en el Hall of Fame de la ciencia, se ajusta a un lugar precario pero a la vez preciso: en la ciudad donde ejerza no será el ciudadano con plenos derechos, tampoco el extranjero que puede ser objeto de una acogida hospitalaria o de un rechazo, pero sin derecho alguno. Se trata de lo que en Atenas era la figura del meteco: el extranjero que vivía en la ciudad. Ése es el lugar que permite ver lo contemporáneo al sesgo, con otros ojos. Es un lugar incómodo y que renuncia a prestigios y modas; a cambio, se le paga con la lucidez de ejercer un oído absoluto, más allá de los comunes entendimientos que fundan los acuerdos pero también los escotomas de lo social.

III Hacia un anacronismo de vanguardia

– Hay distintos modos de ser anacrónico. Por un lado, el anacronismo puede ser una condena que nos reduzca a un capítulo perimido de la historia de las ideas y los modos de lidiar con el malestar, casi una curiosidad. Por otro lado hay un anacronismo fértil y heurístico explorado y explotado por muchos, de Warburg a Didi-Huberman, y defendido por Agamben, en su luminoso texto[1].

Me gustaría pensar que somos capaces de acuñar un nuevo modo en continuidad con Agamben, un oximorónico anacronismo de vanguardia que imagine el futuro con recursos del pasado. Un psicoanálisis retrofuturista, al mismo tiempo orgullosamente anacrónico y de renovada vanguardia, debería ser capaz de resistir las modas, aún las científicas, e interpelar lo actual.

-No estoy convencido de que haya futuro para el psicoanálisis. Lejos de deprimirme, esta constatación alimenta mi deseo de que sí lo haya. El psicoanálisis germina mejor allí donde no hay garantías (además de conducir a quienes se analizan a esa verdad: no hay garantía del Otro, la castración). Entonces, dando un futuro por perdido, por no asegurado en absoluto, quedamos libres para pensar cómo hacerlo posible, cómo hacernos lugar en él.

– Hay modos distintos de pensar nuestra acción en ese futuro, indudablemente. Hay quienes piensan que la figura del neuroanalista nos salvará, como también hay quienes piensan que el peso de la tradición, por su propia inercia, casi como un derecho de primogenitura que nos asiste, nos garantiza un porvenir.

¿Cuál es mi posición? La verdad es que  no tengo certeza alguna, y entreveo allí cierto vacío. No me preocupa demasiado, pues quizás sea necesario, para tener un lugar en el futuro, preservar ese lugar vacío. Y hacerlo con la maleabilidad suficiente para adaptarnos a los tiempos que corran. Lo sabemos desde Darwin: quien no se adapta no tiene futuro, son los que mejor se adaptan quienes logran que su carga genética se transmita de una generación a otra.

1 Entonces, como ideas para un manifiesto posible, propongo en primer lugar un vacío y una actitud despabilada y abierta al cambio.

2  En segundo lugar, la desconfianza de toda moda. Sabemos que el psicoanálisis ha conocido un auge inédito décadas atrás en nuestro país, pero no es algo sostenible en el tiempo. E incluso existe el riesgo de lo que sucede a toda moda: el inevitable movimiento de reflujo. Si en una época analizarse es casi obligatorio en ciertos círculos, luego no analizarse lo será. Si pensamos que la formación de grado de los psicólogos o la de postgrado de los psiquiatras ha de ser “psicoanalítica” al 100%, probablemente al cabo de un tiempo lo sea al 0%. Entonces: tan lejos de la moda como de toda tentación hegemónica, hay más posibilidades de encontrar un lugar en el futuro.

3 En tercer lugar, y solo en aparente paradoja, hablarle a la época. Eso implica por un lado hablar hacia el afuera de nuestra comunidad -que es bastante extraña, por cierto-, encontrar el lenguaje adecuado para hacerlo, y para eso abandonar nuestra jerga, nuestros códigos y contraseñas de pertenencia. Interpelar la época no desde nuestros presupuestos sino desde sus propios impasses, y aprender a hacerlo desde un lugar en el que la transferencia no está garantizada de antemano. Aprender a hablar desde un lugar distinto al de los depositarios de un saber supuesto. Nuestras palabras no valdrán por el lugar desde el que las proferimos, sino que han de hacernos ganar ese lugar.

Hablar asumiendo que hay otros que luchan por hacerse oír, despegarnos de una hegemonía apenas imaginaria; no hablar desde un lugar de presunto amo, sino desde el lugar de resto, más cercano al discurso analítico.

Sacar provecho de nuestra extranjería -tanto en términos espaciales, gracias a que el psicoanálisis es un movimiento internacional, como temporales, gracias al anacronismo- para intervenir. Pero al mismo tiempo, nuestra interpelación ha de estar situada, geolocalizada en cada contexto epocal.

4 En cuarto lugar, esa interpelación a la contemporaneidad no puede ser complaciente, ni siquiera con nosotros mismos. El psicoanálisis, bien entendido, es y seguirá siendo una variante del pensamiento crítico, y el dispositivo analítico puede concebirse como una máquina de producir librepensadores, selbstdenkers (Hanna Arendt). Hacia adentro y hacia fuera de nuestro gremio, debería privilegiarse el pensar por sí mismo, lejos de cualquier ejercicio de ventriloquía en el que supuestos teóricos o maestros incuestionados hablen a través de nosotros.

5 En quinto lugar, tanto para ser sensibles a la época como para poder decir algo novedoso, hemos de estar atentos a lo que sucede extramuros, en otros campos disciplinarios. El psicoanálisis se aplana si se reduce a un desarrollo intradisciplinario, la entropía se enseñorea y nuestras palabras cortan menos, dicen menos. Tan importante como estar atentos a la clínica contemporánea -ese termómetro epocal que hace de nuestro oficio un laboratorio privilegiado para pesquisar los cambios sociales- debemos estarlo a otras disciplinas, siendo como es el psicoanálisis, según creo, un saber de frontera.

Ahora tenemos más posibilidades que Freud quien, pese a ser contemporáneos, no conoció a De Saussure en Lingüística o Wittgenstein en Filosofía, así como tampoco pudo aprovechar a sus vecinos Schönberg, Egon Schiele o Klimt.

6 En sexto lugar, debemos aprender a entender, más que los hechos consumados, las tendencias. Los psicoanalistas nos sentimos modernos usando Facebook, cuando un adolescente mira esa red social como una antigualla. No alcanza con captar el Zeitgeist de esta época, sino que debemos rastrear el de la época que vendrá, pensar lo que aún no ha sido pensado. El tiempo que demoramos en discutir qué lugar le damos a la tradición, es tiempo que perdemos en adivinar el futuro que enfrentaremos.

7 En séptimo lugar, debemos aprovechar la ventana de atención que con suerte se nos concede, breve como Snapchat. Más que nunca, en el futuro deberemos poder hablar de modo conciso, aprovechar la potencia de las imágenes, decir más con menos palabras, sabiendo que el paradigma es más de superficie que de profundidad. Nuestras intervenciones deberán ser dardos que solo tienen instantes para atravesar un obturador que, como en las máquinas fotográficas analógicas, se abre por apenas centésimas de segundo. Si el tiempo de comprender, ligado al trabajo elaborativo, no es instantáneo, tanto el instante de la mirada como el momento de concluir serán exigidos hasta la urgencia por una época en la que apenas tendremos tiempo para arriesgar una intervención. Así, el grado de apuesta -presente siempre en cada intervención analítica- se tensará al máximo. En una práctica que podría contarse con dignidad dentro del movimiento Slow como la nuestra, tendremos desafíos por delante.

8 En octavo lugar, creo que debemos tratar de recuperar irreverencia, algún espíritu provocador, ni pose ni transgresión gratuita. Sacudirnos la solemnidad como un perro que se sacude el agua de su cuerpo. El análisis ha sido pensado como una performance de a dos, y quizás el analista en el futuro esté obligado a ser menos abstinente, a apartarse del refugio de su consulta e intervenir -dentro y fuera de ella- buscando causar olas, provocativamente. Quizás haya que cultivar un perfil más alto que el habitual, pero sobre todo tener algo que decir en la contemporaneidad, y decirlo. Si las figuras anteriores precisaban de cierta transferencia instalada -hacia el psicoanálisis y sus oficiantes- aquí se trata de generarla. El analista del futuro compite con innumerables terapias sugestivas y más y mejores moléculas, provistas por laboratorios, capaces de efectos prodigiosos. En escenario hostil a su práctica, precisa hacerse notar de un modo original, ofrecer su espacio como reducto para el malestar contemporáneo.

9 En noveno lugar, es imprescindible escuchar a los jóvenes. Analicemos adolescentes o no, son los jóvenes quienes están naturalmente orientados al futuro. Vivimos en un contexto institucional donde llamamos jóvenes a colegas que pertenecen a una generación en condiciones de ser padres ya. La mayor parte de nosotros somos baby boomers o integrantes de la llamada generación X, cuando el futuro verdadero será el que protagonicen quienes hoy pertenecen a la generación Y o la Z, los millenials. Debemos aprender la lengua de los jóvenes como si fuera un idioma extranjero; tratarlos como embajadores del futuro.

10 En décimo lugar, me gustaría volver a dejar un casillero vacío. Un lugar donde cada quien pueda apostar su propia idea. No se construye un futuro sin esfuerzo de imaginación colectiva, refractario a dogmatismo de iluminados.

– Estas características son las que me llevan a pensar en una figura de analista anacrónico-vanguardista. Paradójicamente, implica una vuelta al psicoanálisis originario, a la frescura y la osadía que tenía antes de su institucionalización, cuando un grupo de marginales se encontraban una noche a la semana a discutir de clínica, cuando Freud describía como nadie el malestar de su tiempo -que no necesariamente es el mismo malestar de nuestro tiempo-, cuando ser psicoanalista no significaba la promesa de una carrera o un reconocimiento social sino justamente el riesgo de perderlo todo. Esas características originales estaban presentes también en los comienzos del psicoanálisis en Argentina, donde surgió un entusiasmo único en el mundo.

Entonces no se trata de “hacernos los contemporáneos” ni de mimetizarnos con neurocientíficos, creo, sino de rescatar las marcas formales del psicoanálisis originario para pensar lo no pensado aún. Si el futuro tuviera la forma de Matrix, nuestro modelo podría ser el de la pitonisa. Pues de allí venimos: nuestra genealogía -nos guste o no- es la del magnetizador, el hipnotizador, el chamán que, con nuevas vestiduras, resiste al tiempo.

El dispositivo analítico, máquina retrofuturista, contrasta con la época y por eso mismo está en condiciones de decirle algo. Algún día sabremos si hemos estado a la altura de lo que el futuro nos demanda.


[1] “Pertenece verdaderamente a su tiempo, es verdaderamente contemporáneo aquel que no coincide perfectamente con él ni se adecua a sus pretensiones y es por ello, en este sentido, inactual; pero, justamente por esta razón, a través de este desvío y este anacronismo, él es capaz, más que el resto, de percibir y aferrar su tiempo”.