El museo y el mingitorio port

Hicimos una tontería enorme al perder a Lacan.  Eso decía un par de años atrás Joyce Mc Dougall en una entrevista que le hiciéramos para Docta, la revista de nuestra asociación. Pareciera que este encuentro trata de las consecuencias de ese error, de ver qué hacemos con él, en caso de que pueda hacerse algo. Cabría preguntarse también si la vía del error no nos conducirá, de manera impensada, a cierta verdad del análisis.

Para desplegar este punto me serviré, con el objeto de ganar algo de distancia metafórica, del destino de una obra de arte sin par: Fontaine, el conocido urinario de Marcel Duchamp.        Freud acababa de dictar sus conferencias de introducción al psicoanálisis cuando Duchamp, en un gesto rupturista, presentaba con un seudónimo a la exposición de Artistas Independientes de Nueva York un mingitorio, firmado R. Mutt y acompañado por la fecha: 1917. Piensen en el tipo de obras de arte que se exponían entonces, en los criterios curatoriales, en el canon estético presente aún en una muestra de artistas de vanguardia, para ponderar la ruptura del gesto duchampiano: tomar un urinario de una casa de venta de sanitarios, invertir su posición, firmarlo y presentarlo sin más para la exposición.             Por supuesto que su mingitorio fue rechazado. No me hubiera extrañado que alguno de los organizadores, años después, convertido ya Duchamp en un reputado renovador del arte contemporáneo, hubiera exclamado en algún pasillo: Hicimos una tontería enorme al perder a Duchamp.

El gesto impertinente de Duchamp, condensado en ese objeto que aludía inequívocamente a la sexualidad (mejor aún, a la diferencia sexual) y dibujaba un vacío en relación a ésta, me parece que guarda una estrecha correlación con el gesto lacaniano. También el estilo irritante de Lacan junto a lo atrevido de sus postulaciones se encontró con la indiferencia, cuando no con una franca antipatía. Hay algo de ese gesto que está radicalmente perdido, como lo está el mingitorio original firmado por Duchamp.

En Córdoba, que se enorgullece de su tradición libertaria, el discurso lacaniano tiene un lugar desde hace tiempo. Desde contar en su instituto con el primer seminario permanente y obligatorio acerca de Lacan –dentro de las asociaciones de IPA argentinas al menos- hasta ser el pensamiento de Lacan hoy en día uno de los tres ejes desde los cuales se estructura la formación psicoanalítica. Eso no significa que en nuestra institución se formen analistas lacanianos, al menos a mi criterio. Se forman sí analistas que están acostumbrados a oír un lenguaje que colisiona con los otros, que descompleta a una formación que corre el riesgo de adocenarse como si fuera una carrera universitaria más. Por la vía de Lacan se introduce un signo de pregunta, una incomodidad, no muy distinta de lo que debe haber sucedido cuando en la hilera de cuadros propuestos para la exposición de Nueva York se alineaba el humilde mingitorio de Duchamp. Si en aquel entonces la pregunta suscitada por ese gesto provocador era ¿qué es una obra de arte?, aquí la pregunta que inmediatemente se formula es ¿qué es el psicoanálisis? o ¿cómo deviene alguien psicoanalista?. Por supuesto que esa pregunta no termina de responderse, pero si algo significa la introducción de Lacan en IPA es la encarnación de preguntas que no terminan de responderse.

Quizás la enseñanza de Lacan en la IPA no esté destinada a formar analistas lacanianos. Yo mismo, a fin de cuentas producto de esa enseñanza, no me nominaría de esa manera. Quizás no sea bueno enfundarse en una identificación plena con una filiación teórica. El sujeto, piensa Lacan, es intervalar, no se asimila a un significante (lacaniano en este caso), no se coagula allí, sino que es representado por un significante para otro, y allí quizás sí pueda imaginarme, siendo representado por el significante Lacan, para el significante IPA, o representado por el significante IPA para el significante Lacan.

Un miembro conspicuo de nuestra asociación, con la sinceridad que los años permiten, dijo que en el título de estas jornadas “Lacan en IPA” había algo revulsivo. No pretendía por supuesto ofrecernos un elogio pero me apropiaría con gusto de su calificativo. Ojalá fuera así. El mingitorio en la exposición significó sin duda algo revulsivo. Freud destrozando la inocencia infantil o desnudando los fantasmas perversos de sus histéricas también lo fue. Entiendo que nos hemos olvidado de ser lo suficientemente revulsivos, y quizás allí aniden algunos de los resortes de la tan mentada crisis del psicoanálisis.

Sólo que todo carácter revulsivo, tanto del gesto duchampiano como del lacaniano, tiende a degradarse, a reabsorberse con el tiempo. Duchamp autorizó a que se fabricaran réplicas de su urinario que hoy pueblan las vitrinas de unos cuantos museos de arte contemporáneo. De la misma manera, el acento que la maniobra de Lacan puso en el lenguaje o el aire fresco de la sesión de tiempo variable, por citar un par de ejemplos, tiende a degradarse en estériles juegos de palabras o en el nuevo estándar de una sesión uniformemente breve. Nos topamos de nuevo con, tal como señalara Daniel Rodríguez el año pasado en la jornada preparatoria para este encuentro, el difícil matrimonio de psicoanálisis e institución.

Lo cierto es que, casi por estructura, la inclusión de Lacan en IPA representa un quiebre en la endogamia que propicia toda institución. Es una posición peligrosa, incandescente, con consecuencias. Al quebrarse la endogamia, se quiebran también las fidelidades ciegas, totémicas, y todo comienza a leerse al sesgo y con una saludable iconoclastia: ya no hay más “abuelos, padres y hermanos” analíticos, se desacralizan los gradus y pueden debatir candidatos con didactas que renuncian a abusar de sus jinetas, se leen autores del afuera, se disuelven ciertas coalescencias transferenciales –típicas de cualquier familia endogámica- rayanas en la obscenidad, se supervisa o se producen reanálisis con analistas de afuera… Hasta tal punto que alguien bien podría preguntar: ¿por qué no se van afuera directamente? Algunos lo han hecho. Otros no, convencidos quizás de que el lugar del psicoanálisis es ese incómodo pero estimulante espacio intervalar, éxtimo, en que se trata de estar del lado de la singularidad, de la excepción y no de la regla, del estilo y no del estándar. Ese lugar se pierde si, abandonando esa extraña conjunción de Lacan en IPA, casi un oxímoron, nos subsumimos en una IPA sin Lacan o nos refugiamos en una institución puramente lacaniana (que sería algo así como un museo poblado exclusivamente por mingitorios…).

Para los “lacanianos de IPA”, la impronta de otros discursos tanto en su formación como en la práctica institucional cotidiana representa una fuerte marca que preserva de idealizaciones transferenciales y de la tentación ansiolítica del discurso único. Como contrapartida, el riesgo -que podremos quizás disminuir en tanto lo situemos en primer plano-, es recuperar un Lacan adocenado, aceptable en sus disquisiciones teóricas pero impotente para penetrar en estándares impermeables a todo cuestionamiento. Pues como señalábamos en la ponencia colectiva que poco tiempo atrás presentáramos en Córdoba, es en los standards donde se libra en última instancia la batalla. Y que las innovaciones teóricas de Lacan no encuentren recepción en la manera de conducir las curas o de formar a los analistas equivaldría a colgar el mingitorio de Duchamp en una sala más, si es posible al fondo, de un museo que no se verá sacudido lo más mínimo en su manera de concebir al arte, en este caso a nuestro arte psicoanalítico.

Y aquí quizás anide esa cuota de verdad a la que arribamos a través del error. Pues no es difícil imaginar el estatuto de Lacan si la conjura de Estocolmo no hubiera tenido lugar: se hubiera hecho un nombre, por supuesto, más o menos venerado o citado, hubiera sido relator en algunos congresos internacionales y algunas de sus ideas teóricas o innovaciones clínicas serían reseñadas y discutidas periódicamente. Quizás hasta hubiera llegado a presidir la Internacional… Pero la exclusión, el destierro al que fue sometido, no hizo más que potenciar su estatura de maestro, de fundador de una discursividad propia que renovaría al psicoanálisis contemporáneo como ninguna otra. Fue su genio, pero sancionado con la excomunión, lo que lo sacó de la serie volviéndolo único, y situándolo en una posición de heterodoxia y extranjería radical frente a nosotros, quienes (aún) estamos en IPA, posición que estimo tanto saludable como imprescindible para precisar las coordenadas del lugar del psicoanalista.          Como contrapartida, allí donde Lacan fundó su propia estirpe, pareciera que algo de ese lugar se perdió, constituyéndose una nueva ortodoxia que repite los vicios de la nuestra, sólo que con algún atraso. Quizás el problema entonces sea el de la ortodoxia, inevitable quizás, pero que secreta también un lugar de resto, vilipendiado, castigado pero al menos para mí tentador, el de la heterodoxia. El lugar de la disidencia, aún con sus riesgos –entre los cuales no serían los menores quedarse en una continua queja o desligarse de cualquier tipo de responsabilidad o aislarse, entre otros- reserva un lugar de pensamiento crítico que descompleta al conjunto, que se resiste a la uniformización que toda institución –en tanto masa artificial al modelo de iglesia o ejército- propicia. El psicoanálisis no se lleva bien con las mayorías, con la mainstream de cualquier época.

Paul Celan escribió “sólo si soy desertor soy fiel”, en un verso que bien podría ilustrar las tensiones de la relación con un maestro. Quienes leemos a Lacan en IPA y nos dejamos interpelar por su discurso bien podríamos reclamar el lugar de discípulos en ese sentido. Seguramente algo lentos en relación al último grito de  la moda –pues sin duda se avanza a mejor ritmo en la profundizacion de Lacan en una institución lacaniana-, seguramente infieles y condenados a cierto cosmopolitismo como el que reina en la IPA. Pero a la vez, y creo que no es poco, preservando una transferencia de trabajo lateral, no sacralizadora ni infantilizante, soportando la incomodidad que supone sostener el derecho a un pensamiento propio y preservando esa dimensión extranjera que tan bien le cuadra a nuestra praxis.

Bibliografía:

Baima, S., Finola, A., Horenstein, M., Roca, E., Torres, E., Lacan en IPA-Pequeño drama psicoanalítico, Asociación Psicoanalítica de Córdoba, 2007 (inédito).

Torres, Enrique, Psicoanálisis de provincia, en Docta-Revista de Psicoanálisis, Asociación Psicoanalítica de Córdoba, n. 0, Año 1, Primavera 2003.

Mc Dougall, Joyce, Hicimos una tontería enorme al perder a Lacan. Entrevista a Joyce Mc Dougall, en Docta-Revista de Psicoanálisis, Asociación Psicoanalítica de Córdoba, n. 3, Año 3, Primavera 2005.

Tomkins, Calvin, Duchamp, Anagrama, Barcelona, 1999.